«Los Miserables» se transportan al París del Antiguo Régimen, en donde el Palacio de Versailles se convertirá en testigo de la revelación de «La dama de picas»
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1789. La adicción al juego de Jacques Léglise ha llevado a su familia a la bancarrota...
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13 de Julio de 1789
Versailles vio el amanecer una vez más.
En los pasillos y habitaciones no se hablaba de otra cosa que no fuera el terrible asesinato del conde Alexis Étienne de Arnoux y del responsable: Jacques Léglise.
Las criadas murmuraban especulaciones, algunos lacayos y siervos señalaban con el dedo a posibles conspiradores y los cortesanos, impactados por el acontecimiento, solo profesaban falso pesar en pro de conocer la verdad.
Pero, en el interior de esos muros y alejada de todos los murmullos, se encontraba Françoise Dieudonné, sentada al pie de la cama, mirándose las temblorosas manos.
Aún tenía el corazón palpitando a mil por hora y el nudo en su garganta seguía sin desaparecer. Sentía que no tenía vida, que ya no tenía nada más porque luchar.
Por fin había terminado y estaba feliz.
Su mirada se posó en el joyero que descansaba sobre la chimenea y se quedó perdida durante largo rato, sin percatarse de la hora ni el lugar en que se encontraba.
Había dado la orden de no ser molestada.
Cerró los ojos y por fin descansó.
Al poco rato los volvió a abrir y se levantó de la cama para pasearse por la habitación hasta detenerse y observar su ropa ensangrentada sobre la silla.
La daga y el revólver los dejó en la habitación de Arnoux, por lo que nadie tenía nada que sospechar de ella. La única prueba fehaciente era el camisón, la bata y el burgués.
Por su parte Rashida había partido la noche anterior por sus órdenes. La siguiente era ella. El plan debería continuar. Agradeció al idiota de Jacques Léglise por ofrecerse a ser el chivo expiatorio que la ayudaría a librarse de los cargos.
Suspiró.
Al no tener quien le ayudara a vestirse, optó por ponerse algo muy sencillo. Se trenzó el cabello y lo levantó en un moño que adornó con unas cuantas perlas.
Cuando estuvo vestida y maquillada, tomó el perfume de rosas que tanto odiaba y lo lanzó por la ventana.
Se sentía liberada de toda la presión que ocasionó su pasado, pero, aún, muy en el fondo sabía que no era el final y que debía afrontar las consecuencias de sus actos.