Un paso más cerca

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Capítulo 4

Alrededor de seis días habían pasado desde que llegó a Kyoto para trabajar para Taishō Sesshōmaru; seis días en los que apenas y había trabajado algo. Prácticamente solo había revisado algunos documentos, verificado algunas cuentas y… solo eso, nada más le ordenaban hacer; ella siempre podía disfrutar del enorme jardín abundante en flores sin que nadie le dijera nada. Era raro porque el realidad ese hombre no salía de la mansión en ningún momento, tampoco el hombrecillo malhumorado que parecía su sombra, y aún así generaba millones de dólares invirtiendo su dinero en numerosas compañías y recibiendo jugosas ganancias de todas ellas.
Por otro lado, Nozomi desapareció al día siguiente de llevarla a esa casa alegando que regresaría a Aomori para estar con Tara y hacerle compañía unos días, incluso le dijo que intentaría convencerla para llevársela de vacaciones.

Pero lo más extraño de todo eran esos sueños que comenzó a tener cada noche desde que llegó ahí. Siempre eran casi iguales, estaba ella de muy pequeña, tal vez de unos ocho o nueve años; vestida con un kimono a cuadros naranjas y amarillos con sus pequeños pies descalzos y una coletita en su cabello. Todos los sueños transcurrían en un bosque y lo peor de todo era esa voz que se le hacía tan familiar y que siempre la llamaba por su nombre. No conforme con eso y para hacer todo más raro, siempre, después de cada sueños despertaba con los ojos inundados en lágrimas y un hueco en el pecho que le dolía con fuerza.

Después, a la mañana siguiente, ese hueco desaparecía como por arte de magia cuando lo veía a él, a Sesshōmaru-sama, como ahora que está sentado frente a ella con la vista puesta en unos papeles que ha estado leyendo por un buen rato mientras Ah y Un, dos enormes mastínes napolitano dormían a los pies de la castaña, esos enormes canes no la dejaban ni a sol ni a sombra desde que llegó a esa mansión, era tan grandes y ella tan pequeña que debía ser cuidadosa de no ser derribada por ellos mientras corrían hacía ella cada mañana.

—¿Pasa algo?—       la voz profunda del peliplata la sacó de su ensimismamiento, seguramente se dio cuenta de que no le había quitado la mirada de encima y eso la avergonzó.
—¿Eh?... ¡¿gusta que le traiga un té o un café?!—        Rin desvío la mirada de inmediato sacándose de la manga lo de las bebidas.
—Uk vaso con agua—        respondió el Daiyōkai con sus dorados ojos penetrantes puestos en los suyos.
—Enseguida...—       tenía que salir de ahí y calmarse un poco antes de regresar y sentarse de nuevo frente a él.

Entró a la enorme cocina con el corazón acelerado, las manos y las piernas le temblaban como si se tratase de una gelatina; es que no podía explicarse porqué se sentía así de nerviosa con un hombre que apenas y conocía. Decir que era guapo se quedaba corto, Taishō Sesshōmaru era un hombre con una belleza surreal, como n esa cabellera tan rubia que parecía blanca, esos ojos afilados de un color tan extraño y que le transmitían tanto con una sola de sus miradas. En toda su vida nunca había estado junto a alguien tan atractivo; era imposible que alguien le gustara en tan pocos días de conocerlo además de que era su jefe, no, ella debía parar esos pensamientos antes de que las cosas se salieran de control.

Cuando regresó al jardín, porque era ahí donde trabajaban siempre, claro, desde que ella llegó pues él le había preguntado si quería trabajar en el despacho o en el jardín, la castaña respondió que deseaba hacerlo rodeada de las hermosas flores y árboles, seguía sin explicarse cómo es que respondió tan rápido a eso, pero ahora todo se desarrollaba desde la mesa de cristal al aire libre. Él ya no ocupaba su silla frente a su laptop, ahora estaba parado contemplando un frondoso árbol de glicina.

—Aquí tiene, Sesshōmaru-sama...—         Rin caminó nerviosa dando pequeños pasitos inseguros con el vaso lleno de agua fresca, sin darse cuenta que el suelo no estaba uniforme, la castaña pisó un pequeño hueco que gracias al césped no podía verse a simple vista.
Casi se cae de bruces de no ser porque un enorme cuerpo caliente la tomó de la pequeña cintura evitando que fuera a dar al piso, pero su mala suerte era demasiada y toda el agua del vaso se derramó mojando la camisa de su jefe.

Por volverte a verDonde viven las historias. Descúbrelo ahora