No vale la pena

227 35 2
                                    

Puedo decir que alguien está en mi cuarto. Lo percibo por las suaves risas que se escuchan de fondo, al igual que pasos apresurados que rodean mi cama.

– ¡Megumi, Feliz cumpleaños!

Esas suaves palabras es lo primero que escucho al despertar. Son dulces, son tersas, apaciguan mi alma y hacen que simplemente olvide todo lo que éste día me recuerda. 

Itadori, como todo un sol en sí mismo, me da una sonrisa mostrando los dientes, soltando serpentina en mi cara, al igual que Kugisaki suelta un grito alegre para mostrar un pastel, posiblemente presumiendo que ella lo eligió.

Hace años que no sentía la necesidad de que alguien me diera una felicitación, por el simple hecho de que no tenía el más mínimo interés en saber acerca del día de mi nacimiento o del mismo día en donde mi padre me abandonó a mí y a mi hermana.

Alzo la vista de mis sábanas, sentandome de manera correcta mientras lluvias de puntos de colores caían sobre mi rostro, preguntándome seriamente cómo es que ellos logran entrar si es que siempre hecho seguro a la puerta de mi cuarto y en lo difícil que será limpiar el jodido confeti que empiezan a esparcir como dementes mientras cantan las mañanitas.

– Feliz cumpleaños, Megumi. – escucho la voz del maestro Gojo, quien solo observa desde una esquina, sabiendo que probablemente estoy teniendo un momento vulnerable.

Y es como si un ligero recuerdo de hace años me haciera volver a ver a un Gojo Satoru más joven, un Gojo adolescente que apenas y podía lidiar con su propia vida siendo el balance del mundo, diciendo esas mismas palabras, para que segundos después le gritara que no mencionara nada acerca de ese día.

Gojo mira con cautela cada una de mis acciones, probablemente listo para que estalle en cualquier momento como cada año que intentó hacer lo mismo en mi cumple. Preparado tal vez para poder sacar de manera eficaz al par de tontos que se pasean con brincos por mi cuarto.

Agradezco mentalmente eso. Siempre a logrado leerme de la manera correcta, brindando palabras de apoyo y diciendo lo que debo escuchar en el momento preciso.

Respiro hondo, intentando menguar el torrente de emociones que se arremolina en torno a mi garganta, apretando las sabanas debajo de mi hasta que los nudillos se tornan blancos.

– Gracias. – Eso es todo lo que logro decir en un pequeño susurro, sintiendo un nudo en la garganta al ver el pequeño pastel decorado con dos pequeños perros, uno blanco y uno negro que se parecían tanto a mis sombras de shikigami.

Es tan parecido a ese pequeño sueño que tenía de niño, un sueño anhelante en donde imaginaba a una persona con rostro desconocido al que llamaba padre trayendo un pastel para desearme un feliz cumpleaños y no solamente un hombre que entraba y salía de casa, abandonandome en el proceso.

Era tan parecido ese pastel.

Ellos no tienen la culpa de que nunca revele nada acerca de mi vida o mi pasado, ellos no saben lo que pasé, ni lo que sucedió.

Ellos no lo saben. Me lo repito una y otra vez, sintiendo las uñas clavarse en mis palmas, probablemente sangrandolas en el proceso.

Tsumiki cada año intentaba hacer algo, trayendo pequeños panecillos para decirme feliz cumpleaños, con esa sonrisa tan amable... ugh, tan tan amable.

También explotaba con ella, diciéndole que mi nacimiento no tenía ninguna felicidad y que sólo era inútil intentar celebrar algo que no valía la pena, como lo había dicho alguna vez mi padre en las pocas ocasiones que lo llegué a ver.

Aunque su rostro esté borroso, las palabras se incrustaron profundamente en mi cabeza, martillado una y otra vez esa misma frase cada que daba un 22 de diciembre.

Las palabras de ese hombre probablemente ebrio, utilizandome como una jodida moneda de cambio para sus malditos fines. Lo único que recuerdo son los gritos, pidiendo y rogando que las personas entendieran su desdicha... Creo que nunca se puso a pensar en la mía.

Nunca valoré tanto ese tipo de intentos que hacía mi hermana, hasta que Tsumiki cayó en coma y no había nadie que me intentara dar siquiera una felicitación.

Iba a su cuarto cada año, mirando con desesperación el cuerpo inerte de Tsumiki, esperando su sonrisa luminosa diciéndome Feliz cumpleaños. Sintiendo mi garganta seca cada que terminaba el día y ella no reaccionaba.

La opresión en mi pecho cada vez es más grande y sólo puedo sentir cómo es que el oxígeno deja de fluir en mi garganta, noto por el rabillo del ojo a el maestro Gojo a punto de actuar, conociendo con creses cómo es que actúo cuando estoy a punto de estallar.

Mis labios tiemblan, al igual que mi vista se nubla, posiblemente por lágrimas inconscientes, noto gotas humedecer mis sábanas y apenas detecto de que toda la habitación a quedado en un sepulcral silencio que sólo es roto por las risas de Kugisaki y un Itadori subiendo como torbellino a mi cama para sacudirme de las sabanas.

– El bebé Megumi es tan sentimental. – Dicen al unisono Kugisaki e Itadori, tapando sus bocas con sus manos y haciendo los tontos gestos tal cuales fueran niños.

El aire lentamente regresa, soltando de forma gradual las sabanas que contienen manchas de sangre y comienzo a cerrar y abrir mis dedos, sintiendo aún la sensación de entumecimiento que se generó en mi cuerpo.

Miro hacia dirección del maestro Gojo, dando un pequeño asentimiento para poder tranquilizarlo, quien solo suspira, acercándose a sus alumnos y abrazándolos de los hombros y con ésto, yo regresando mi vista a mis amigos.

– El pequeño Megumi a veces es un tanto sentimental. – dice el albino, sacudiendo las cabezas de ambos alumnos, haciendo que estos se rían y quejen a la vez.

Sonrío levemente, agradeciendo de forma mental hacia cualquier jodida deidad que me haya bendecido con la gente que ahora me apoya y que éste año he conocido.

No puedo decir que estoy bien, porque ciertamente no sé si alguna vez llegaré a estarlo. Sólo puedo disfrutar de éste día, de estos amigos y de éste momento que probablemente no tendré dentro de mucho.

Soy más feliz lejos de él. De esa amenaza que atormenta de manera silenciosa mi cabeza, que regresa constante cada 22 de diciembre donde sus últimas palabras habían sido un simple "No vale la pena celebrarlo" y que han llegado hasta a mí como constantes martillos mientras veo a una figura alta y musculosa alejarse y nunca voltear hacia atrás.

– Gracias, chicos. En serio agradezco que estén en mi vida.

No Vale La Pena [ᴍᵉᵍᵘᵐⁱ] Where stories live. Discover now