Capítulo 34

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Esa vez, Calum no pudo salir de su habitación sino hasta que uno de los guardias del pasillo se durmió y el otro, tras echarle un rápido vistazo, decidió dar un paseo.

Apenas puso un pie en las mazmorras, escuchó a Erix arrastrándose por el suelo. Calum jamás se imaginó que llegaría a sentirse aliviado por el siseo de aquellas cadenas, pero en ese caso, eso solo significaba que ella seguía viva. Y después de lo que había pasado con el Príncipe, lo único que quería era sentirse seguro de algo. Extrañamente, allí lo hacía.

Con un suspiro, se dejó caer en el suelo. Deslizó la comida por la puertilla. Erix la recogió sin decir nada, y Calum se quedó ahí sentado, en silencio, mientras ella comía.

Pensaba en lo que había pasado, en todo lo que no. Recordaba su vida antes de la llegada de Mikhaeli como un borrón con pequeños y dulces momentos de claridad. En la universidad, era una película lenta y grisácea. En su casa, un manchón vacío. Los momentos con sus amigos eran coloridos y brillantes, junto con las risas, las lágrimas. Calum no los cambiaría por nada, le daban fuerzas.

Sin embargo, allí, en el Inframundo, todo le resultaba demasiado nítido y real. No estaba acostumbrado a eso.

—Así que vas a seguir con esta estupidez.

—¿Esperabas que no lo hiciera?

—¿Sabes que esa vestimenta es sagrada? —Preguntó ella, en cambio. Calum le echó un rápido vistazo a la capa roja de seda—. Supongo que sí. Puede que sea la mejor elección que hayas podido hacer para continuar con esto. A un Elemental nadie lo subestima.

—Bueno —dijo para sí, tratando de recordar lo que Mikhaeli les había contado sobre los elementales—. No sabía que esta era su vestimenta, en realidad. Tuve suerte.

—¿Cómo es que no te han descubierto?

—Sé cómo escabullirme.

—¿Y por qué habrías de saber algo como eso?

Calum se revolvió el cabello, cada vez estaba más largo y desprolijo. El tinte se había desvanecido hacia un tiempo ya y, si había algo además que el extrañara de la tierra, era poder ir a la peluquería.

Selena solía acompañarlo.

Y Calum quería mantener esa imagen que tenía de Selena en su cabeza, no la que había visto hacia unas horas, sentada en la mesa de un príncipe. No había sido algo fácil de aceptar, pero las circunstancias no se prestaban para otra cosa. Los detalles siempre hacían la diferencia, y entre la vida y la destrucción, a veces una grieta se convertía en un abismo.

—El Príncipe le hizo algo a mi amiga. —Calum empujó la puertilla y observó al demonio agazapado contra la pared, la piel alrededor de sus muñecas y cuello estaba roja. Ella lo miró—. Selena. Ella está aquí, con el Príncipe. Siempre ha estado aquí.

—¿De qué hablas, Calum? ¿Quién es Selena?

Calum le contó a Erix lo que había ocurrido, en su mundo y allí. Sus ojos no se despegaron de él mientras hablaba, aunque todo su cuerpo parecía irradiar furia. Cuando terminó, Erixa tiró de las cadenas y su piel siseó bajo el metal.

La sangre se deslizó por sus brazos y el cuello sucio de su camisa se tiñó de carmín. Calum se alarmó. Una de sus manos fue hacia la suya y la envolvió con fuerza. Erix lo quemó, pero poco a poco, el fuego se debilitó y una gota de sudor frío corrió por su rostro.

«Son las cadenas», pensó, alejándose cuando ella le lanzó una mirada furibunda.

—¿Tienen algún tipo de magia? —Erix apretó la mandíbula, asintiendo—. ¿Crees que Irina lo haya hecho?

Silverywood: Una puerta al Infierno ©Where stories live. Discover now