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Y ahí estaba otra vez, jadeando

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Y ahí estaba otra vez, jadeando.
habían pasado varias noches y él aún no podía conciliar el sueño por estar pensando en aquel chico que lo hacía sentir como un niño a punto de cenar, como un lobo hambriento a punto de devorar a una presa o no... Él quería ser la cena, el deseaba ser la presa.

Pero casi al mismo tiempo, la culpa lo consumía pues ya había consultado y según su madre, enamorarse de un chico era delito, un pecado gigantesco y digno de deshonra.

Cerró los ojos y mientras su mano volvía a masajear su creciente bulto en el pantalón, trajo a su mente lo que había pasado hace unos días.

— oh, villamil – gimió.

(...)

Días Antes.

El menor de los Vargas sonrío, mientras notaba como la respiración de aquel oji-verde se aceleraba. El sudor en su frente, sus bellos ojos entecerrados. Su cabello despeinado y su trasero, oh, carajo
¿Por qué le quedaba tan bien ese pantalón?

Definitivamente, debía controlarse, o sus propios pantalones estallarían. Mordió levemente su labio, mientras observaba como el árbitro, daba por finalizado aquel encuentro dominguero de fútbol.

Villamil era todo un az en aquel deporte, podía llegar a realizar unas jugadas únicas, hablar de aquello con severa pasión y casi al mismo tiempo, era capaz de hacer un gran drama con tal de cobrar falta.

Y más allá de sus fervientes admiradoras, estaba aquel chico de hoyuelos y cabello dorado. Y es que sí, a Martín le atraía el castaño, lo que en un principio tomo como una gran admiracion termino convirtiéndose en un torbellino de emociones, entre sueños húmedos y fantasías, que incluían al oji-verde en su habitación cumpliendo los deseos más sucios del menor.

— ¡Marto! – oyó, mirando como el castaño se le acercaba, sonriendo.

una fuerte cantidad de emociones se centro bajo el vientre del menor, mientras los brazos del castaño lo tomaban, apegandolo a su abdomen, rodeándolo entre sus brazos.

el simple hecho de rozarse, hacia que la mente de Martín divagara, sentía el calor desprender de los dedos del mayor rozando y acariando la piel de sus brazos.

— V-villa... fue un juego muy chimba – trato de murmurar, mientras luchaba consigo mismo para no enterrar sus uñas en la espalda del contrario — me gustó mucho tu — "no digas trasero, no digas trasero" — T-tu jugada – suspiro, sonrojandose.

El mayor río, viendo al menor directo a los ojos — ya chino, muchas gracias ¡He! Le invito un helado, ¿Que dice?

El menor de los Vargas palidecio, quién le quitaba las dudas, el dueño de sus suspiros y sueños húmedos, lo acababa de invitar a comer helado. Se peñisco disimuladamente y al dar un pequeño grito – que tenía más pinta a gemido – suspiro, sonriendo.

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𝐌𝐄 𝐆𝐔𝐒𝐓𝐀 𝐔𝐍 𝐂𝐇𝐈𝐂𝐎 ╏ 𝗩𝗜𝗟𝗟𝗔𝗥𝗧𝗢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora