Nadie supo cómo quererla

487 57 1
                                    

"Que nunca nadie supo cómo quererla de cerca, quizás no tenga cara y sea solo una silueta."


Las semanas pasaron y todo siguió igual. Encontré cierta comodidad en la monotonía. En aquella extraña rutina nuestra. Llegar allá. Que ella me encuentre. Se acerque. Me baile. Susurre melodías en mi oído. Charle conmigo. Yo me canso. La abandono. Tomo. Y tomo más. La noche pasa. La ansiedad llega. Ella regresa. Me lleva a casa.

Y está bien así. Y no quiero nada más. Y no quiero nada menos.

Pero un día ella no bailaba en su esquina. Solo estaba ahí parada, mordiéndose una uña. Y mi ceja se levantó de ver su frente arrugada.

Se acercó sin bailar, y yo me senté a tomar. Esperando que llegue.

Se abrazó con fuerza, y cuando se acercó lo suficiente vi su labio temblar.


—¿Un abrazo no me das? —suplicó.


Y no entendí nada. Pero de pronto mi pecho ardió. Solo por ver sus ojos tristes. Pero no la abracé.

Se mordió el labio y asintió triste, volteando para marcharse.


—Eu —la tomé de la muñeca y me miró como si yo fuera algo extraño.

—Un puto abrazo te estoy pidiendo, Valentín —dijo con lágrimas en los ojos—. Solo dime si es demasiado para vos —exigió.


Lo era. Aunque tal vez no lo era.


—¡La puta madre! —se rompió—. Vengo acá cada noche solo para alimentar tu ego, para que te sientas bien. Me banco tu mal humor y tus desprecios, cinco minutos con vos para que me ignores toda la noche, solo porque sabes que tenés mi atención. Todo esto sabiendo que al final de la noche me vas a venir a buscar para llorar, para calmar tu ansiedad, hacerte mimos y llevarte a casa —su voz vibró con furia, al igual que su pecho—. ¿Y vos no sos capaz de bajarte del poni por un momento? —gritó— ¡Un maldito segundo, no te pido más!


Y yo quería, pero a la vez no.

Igual tiré de su muñeca y la estampé contra mi pecho, dejando que rompa a llorar.

Por un momento se sintió bien. Abrí mis piernas para darle un lugar entre ellas, sujeté firme su cabeza en mi hombro mientras ella tomó en un puño parte de mi remera. Acaricié su espalda solo por el gusto de hacerlo. Y por un momento se sintió bien. Y me pregunté por qué no lo hice antes, me pregunté qué era lo que tanto temía. Y por un momento, no me supe responder.

Sentí la piel de mi cuello humedecerse con sus lágrimas, y después con sus besos. Y cerré los ojos. Y suspiré. Y dejé que me bese la piel. Y después tomé un puñado de pelo para que me mire, y entonces besé su piel también. Primero su cuello, y después su clavícula, oyéndola suspirar de forma entrecortada. Sus dedos en todas partes, en mi nuca y mi cuello, luego en mi espalda. Y mordí su cachete, y ella separó los labios. Y tomé su labio de abajo entre los dientes.


—Contámelo —dije con la boca llena, llena de ella.


Y negó con los ojos cerrados, el cuello estirado, la cabeza ligeramente inclinada.


—Decime qué jode tu cabeza, vos sabes qué jode la mía —exigí apretando su cintura, rozando mi mejilla rasposa con la suya suave—. Quiero saber —susurré a su oído—. Me prometiste contármelo en otra ocasión. Hoy es otra ocasión.


Sus latidos acelerados fueron lo único que oí. La música pareció haber desaparecido, porque yo solo escuchaba el golpeteo rítmico y feroz de su corazón contra su pecho.

Y si aquello era lo que ella necesitaba aquella noche, estaba bien. Se lo podía dar por una noche.

Me paré para llevarla fuera, a nuestro banco. Y me volví a sentar allá. Me acomodé, y la acomodé a ella sobre mis piernas. Y la junté a mí y acaricié su piel por horas. Y ella se estremeció cada vez. Se retorció y se quejó, y suspiró. Cerró los ojos y separó los labios. Y yo, al final, la besé. Por horas.

Esa noche no escabié, pero me sentí saciado igual. Embriagado de ella. Esa noche me miró y me desnudó su alma. Como yo desnudé la mía para ella cada noche y después me fui. Me olvidé. Pero yo no podría olvidar esto. Jamás.

Y esa noche la abracé, y dejé que llore en mi hombro.


—No estoy hecha para el amor —sentenció—, nunca lo estuve. Nadie me quiso tener cerca nunca, no esperé que con vos sea diferente —explicó, ahora tranquila.


Y mi pecho se oprimió, y la abracé más fuerte.


—Nadie supo cómo quererte como te mereces —sentencié también—. Tampoco yo.


Se incorporó un poco para verme, ofreciéndome una sonrisa chiquita a la par que acariciaba mi mejilla.


—Sé de quién es la culpa y no es tuya —dijo con ternura—. Me enamoré de un extraño, vos solo pretendías ser gentil, pasa que yo...

—No hagas eso —la detuve—. No te tires mierda, no me hagas lucir de pobrecito —mi mandíbula se tensó—. No soy ningún pobrecito, desde el principio supe qué querías y aun sabiendo que no quería lo mismo dejé que te acerques, dejé que te ilusiones. Permití que te hagas de menos, pero vos sos más.


Ella sonrió.


—No es culpa tuya —acarició mi mandíbula.

—No es tuya —insistí—. Me gustaba que estuvieras alrededor, pero solo un poco. Jamás me animé a correrte del todo o a darte un lugar —apreté las manos alrededor de sus caderas—. Todavía no puedo decidirme a hacer alguna de las dos.


Y volvió a sonreír, con tristeza esta vez.

Y yo la volví a besar. Por horas.

Contando ovejas ~ WosWhere stories live. Discover now