00 | Años de crueldad dorada

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Entornó los ojos con suavidad ante el espejo para aumentar el brillo malicioso del fuego que le ardía dentro, el mismo que, años atrás, le había garantizado éxito en una profesión como la que ahora dominaba

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Entornó los ojos con suavidad ante el espejo para aumentar el brillo malicioso del fuego que le ardía dentro, el mismo que, años atrás, le había garantizado éxito en una profesión como la que ahora dominaba.

Sin las traiciones que había ido usando para darse a conocer, seguiría estando en las calles, helado de frío, medio desnudo, a la espera de algún coche que se detuviera atraído por su cabello dorado y la suavidad de su piel todavía joven. Los conductores, a menudo empresarios demasiado atareados para darse el placer con sus esposas o para casarse siquiera, le permitían entrar de mala gana en sus autos de lujo y manejaban hasta algún parking abandonado donde él, en posiciones incómodas y particularmente humillantes, se las chupaba y era toqueteado por cinco dólares que apenas le brindaban un par de comidas con las que llegar a la mañana siguiente.

Durante aquellos dos primeros años de malvivir había llegado a conocer lo suficientemente bien a los demás rechazados de la sociedad que usaban las calles y su cuerpo para ganar algún dinero y había aprendido, al contrario que muchos que cayeron por el camino, la única forma de sobrevivir en ese mundo.

El que tenía más éxito cuando llegó al barrio, conocido por sus tasas de prostitución, era cinco o seis inviernos mayor y se hacía llamar Diavolo. Por lo que escuchó comentar a otros chicos de los callejones, era peligroso. Nadie recomendaba atraer clientes cerca de donde se hubiese colocado él, porque, celoso de sus ganancias, había provocado un par de accidentes en el pasado a quienes trataron de llamar la atención de las limusinas puntuales que se veían por la zona.

Temerosos de acabar recibiendo su violencia, el resto se había resignado a pasar con mínimos y se contentaban con los pedidos vulgares de aquellos empleados de menor rango, numerosos al volver del trabajo y relativamente fáciles de seducir, que pasaban cuando Diavolo ya había desaparecido con su objetivo del día. No tenían ambición ni inteligencia para escapar de la mugre donde estaban dejando agonizar sus vidas.

Dio los despreciaba. Le daban más asco que esos patéticos empleados del sistema que se descargaban, pegajosos y amargos, en su boca cada tarde, mientras caía el sol, y que aún se sentían moralmente superiores a él.

Soportó aquel tiempo en silencio. Observaba, aprendía rápidamente y copiaba gestos. Transformó las cadencias de su tono para que fuera sensual, provocativo y respetuoso a la vez, como gustaba a los gusanos mediocres. Los sentía endurecerse con los roces más superficiales, provocados, desde mucho antes, por las sonrisas torcidas que había aprendido a dibujar y el descaro de su mirada, y reprimía la expresión de desdén ante su debilidad. Eran patéticos. Ninguno de ellos establecería jamás un dominio que él no fuera a atravesar.

Sólo tenía que ir subiendo. Escalón a escalón, sometería a quienes hubiesen pretendido humillarlo y los destrozaría lentamente, como el destino había querido hacer con él. Sólo entonces, libre ya de los orígenes que detestaba, Dio se vengaría de la persona que lo había abandonado a las calles por una botella más de alcohol, le había desgarrado el futuro y lo había convertido en un niño que sobrevivía haciendo mamadas a la clase de adulto que más odiaba.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2021 ⏰

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Entrega de oro negro [JJBA: Dio × Pucci]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora