Capítulo 8

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Regresé al container y encontré a mis cuatro compañeros despiertos

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Regresé al container y encontré a mis cuatro compañeros despiertos. Fernando y Marina estaban sentados en la parte de abajo de una de las literas y Lara y Kathya en la otra. Los saludé y me senté junto a la niña que me mostró cuánto había mejorado en el truco de fingir que se sacaba el dedo pulgar.

—¡Eso está muy bien! ¡Ya superaste a tu maestro! —dije y le sonreí.

Nunca había tenido hermanos o primos ni tampoco había tratado con niños tan pequeños, por lo que sentía que el éxito que estaba teniendo en mi relación con Kathya tendría que darme créditos con Lara. Por desgracia, ella apenas lo notaba. Estaba sumida en sus pensamientos y parecía triste. Yo también sufría, pero intentaba ocultar mis sentimientos por el bien del grupo, especialmente por el de la pequeña.

El trabajo en la huerta era duro y la comida era escasa, pero en parte, la rutina nos proporcionaba una cierta sensación de seguridad. Nos despertábamos por la mañana con el llamado del altavoz. Luego, desayunábamos una infusión que podía consistir en té o café acompañada de galletas saladas y cada uno de los grupos se dirigía a cumplir con la tarea del día que le hubieran asignado la noche anterior.

Los momentos para conversar durante el trabajo eran muy escasos, por lo menos en el sector en el que yo me encontraba. Después del almuerzo, que al igual que la cena consistía en algún tipo de verduras y una apelmazada hamburguesa de carne picada de dudosa procedencia, continuábamos enfocados en nuestras tareas ya fuera en los cultivos o en la limpieza del campamento. Al llegar la noche, nos dábamos un baño e íbamos a dormir. El trabajo era tan extenuante que agradecía casi no tener tiempo en la noche para las pesadillas y la melancolía.

La rutina de Kathya era diferente, ya que iba junto al resto de los niños del refugio a prepararse para el futuro. Grupos de diversas edades asistían a un container que era una suerte de escuela primaria y jardín de infantes. Allí eran educados por algunos de los más sonrientes de los miembros originales de PRISMA. Aunque, todos formábamos parte del partido desde el momento en el que habíamos aceptado su ayuda por primera vez, los refugiados éramos más reacios a enseñar los dientes de manera aterradora todo el tiempo.

Durante las primeras semanas en el campamento, Fernando y Marina se mostraban cada vez más cercanos y cariñosos. Lara, por el contrario, estaba cada vez más sumida en la depresión y en sus propios pensamientos. Lloraba con facilidad y había momentos en los que prefería ignorar a todo el mundo, incluso a Kathya. Entonces, era cuando yo desplegaba los pocos dones naturales que tenía para tratar con niños. Quizás no hubiera ganado el premio al padre del año, pero la pequeña me había tomado cariño y yo la quería. No podía concebir mis días sin ella y sin su madre, que aunque no siempre tenía el mejor humor era una mujer lista, bondadosa y que podría cautivar a cualquiera con su belleza o, por lo menos, a mí.

—Si yo muriera, ¿cuidarías de Kathya? —me preguntó un día mientras los demás dormían.

Ella estaba de pie junto a nuestra litera. Tenía una mano apoyada sobre mi colchón demasiado fino. Abrí los ojos, los párpados me pesaban y una sensación de miedo me envolvió.

—Lo intentaría... —solo pude decir, aunque mi corazón gritaba que le dijera que si algo le pasaba, me moriría junto con ella.

Los días se sucedían de forma monótona, pero estaba agradecido de que pudiéramos estar en el campamento y por la labor que hacían los miembros más activos del partido. Ellos nos protegían de la amenaza que representaba la Coalición de las Tres Américas. Según decían las noticias oficiales que se transmitían por los altavoces dispersos a lo largo de todo el campamento, los demás países nos habían dado la espalda. Ni siquiera Rusia, China o la Unión Europea con quienes habíamos tenido una buena relación comercial en el pasado, habían respondido a nuestros llamados de auxilio.

Solo teníamos a PRISMA para protegernos y como todos formábamos parte de él, algunos de los refugiados eran invitados a alistarse en los cuerpos armados que se dirigían a las fronteras, lugar donde los enfrentamientos estaban más activos. Yo esperaba que jamás me llevaran a pelear ni a limpiar las ruinas que quedaban de lo que alguna vez había sido una de las ciudades más importantes de América Latina. No, prefería seguir cultivando, limpiando el refugio e incluso cocinando la insípida, pero nutritiva comida que nos mantenía vivos.

La jaula del fénix✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora