Capítulo 1

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—¡Ese Ago como mola, se merece una ola! ¡Eehh! ¡Otra ola! —gritan todos al unísono—. ¡Un tsunami! ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!

Ruido. Alboroto. Descontrol.

—Chicos, chicos —alzo mis manos riendo—. Ya basta, si seguís así me voy a sonrojar —bromeo, tomando con mi mano derecha el vaso de tubo que me ofrece uno de mis compañeros de oficio, Alfred, o como todos le llamamos, Fred.

—¡De penalti, Ago! —grita Mark alentando a los demás a hacer lo mismo, mientras que da palmadas en busca de más alboroto.

—¡De penalti! ¡De penalti! —apoyan los demás imitando su acción. El ruido me hace reír.

¿Iba a beberme el cubata de penalti? O mejor dicho, ¿podría hacerlo? A ver, por poder podía, pero se me subiría antes a la cabeza. No iba a emborracharme con un solo cubata, eso estaba claro, pero no tenía en mente empezar la noche de esa manera. Dicen las malas lenguas que con alcohol el cuerpo se mueve mejor pero eso no podemos aplicarlo a mi, me gusta bailar cuando estoy sobrio, disfruto del simple hecho de estar consciente y acordarme de todos los detalles al día siguiente. ¿Pasa lo mismo con los demás strippers? Pues no, la mayoría aquí se emborrachan día si y día también, a veces me sorprende verlos tan frescos durante su turno.

Me abuchean cuando empiezo a beberme el cubata con toda la calma del mundo, Fred hace un ademán de empujarme el vaso cuando estoy bebiendo pero soy rápido en apartarme, chocando con otro de mis compañeros y derramando parte del contenido.

—¡Freddy, mira que has hecho! —reclama este. Vicente es un hombre que cuando no baila impone respeto. Mide un metro noventa y cinco, su cuerpo es pura fibra y su semblante no es el más amigable. Es atractivo, eso si, y cuando sonríe las chicas suspiran embobadas. Fred, que es bastante más pequeño en altura y que a su lado parece un fideo (aunque claro está que no lo es), sonríe con timidez y se disculpa en apenas un susurro.

Me distraigo de ellos, dejo el vaso sobre la mesa y salgo de los vestuarios. Llevaba ropa y eso me hacía pasar desapercibido entre la multitud. La noche no es muy diferente a todas: despedidas de soltera, mujeres buscando un espectáculo visual mientras beben alcohol de categoría, hombres curiosos... Gente que quiere pasárselo bien, como yo.

No empecé a bailar por necesidad. En las películas suele verse el trabajo de stripper en personajes humildes que buscan ganarse la vida porque tienen un buen físico y bailan bien. No es mi caso. ¿Bailo bien? Si ¿Tengo un buen físico? También. Pero mis padres son gente adinerada, muy fieles a la religión y a todo lo que se relaciona con esta. Yo, honestamente, no soy muy fan de ir los domingos a misa. Si existe el infierno, estoy seguro de que terminaré en él, ya vivo en la gloria ahora y hacerlo también una vez que me muera será agotador. Es obvio que a mi familia no le hace gracia mi trabajo.

Tenía diecinueve cuando empecé en esto, nunca de manera formal, solo bailando por diversión y cachondeo. Lo típico de salir con los colegas y como sabes que estás bueno pues terminas sacándote la camiseta para lucirte al bailar. Pero era divertido. Es divertido. Solo necesité de unas clases de baile para perfeccionar la técnica en la barra, el encanto me sobraba.

Las puertas de Amartíes siempre estuvieron abiertas para mi. Aura Pires había heredado el local cuando su padre falleció en un accidente de coche hacía un par de años. La noticia había sido trágica para toda España, Portugal y Grecia. ¿Por qué para esos tres países en concreto? Él era procedente de Portugal, su mujer de Grecia y ambos vivían en España desde su juventud, en este mismo país tuvieron a su única hija y formaron el club de strippers.

El nombre del club procede del griego, Amartíes significa pecados. Era original y a la gente le llamaba la atención.

—Agoney, pensé que no te vería esta noche. —Hablando de la reina de Roma...

—Buenas noches, jefecita —sonrío en su dirección—. Tenía ganas de volver al oficio, esas "vacaciones" fueron raras en todos los sentidos de la palabra.

—Pensé que te gustaba ese rollo, ya sabes, la religión y tal.

—Todos en mi familia son creyentes —indico, apoyando mis codos en la barra. Ella toma asiento en el taburete de mi lado y me mira para que continúe hablando—. Yo me alejé de la religión cuando me metí a bailarín erótico.

—Entiendo —pasa un mechón de su oscuro cabello detrás de su oreja—, ¿no tuviste ninguna aventura con alguna monja? O con algún sacerdote, sacristán, lo que sea, ya sabes que aquí no se juzga la orientación sexual.

En otra ocasión me reiría e incluso presumiría de mis hechos, pero en ese momento opto por negar con la cabeza en silencio. Eso ya era otra historia. En ese crucero de lujo habían ocurrido cientos de cosas que nunca saldrían de mi boca. Hay secretos que es mejor llevarse hasta la tumba, ¿no?

No insiste con el tema, es obvio que no me creyó y que sabe que algo pasó, seguro que piensa que no lo digo por respeto a los religiosos o por vergüenza a admitirlo en voz alta. Pero no. Simplemente es por asuntos personales que no voy a mencionar.

—¿Has terminado tu turno? —pregunta poco después, desviando su mirada al escenario. Mark y Vicente miraron en nuestra dirección cuando las luces cambiaron de color y los gritos a su alrededor aumentaron. Las mujeres los deseaban y no era para menos, se movían con erotismo solo para que ellas disfrutaran mirándolos.

Había reglas sencillas como no tocar a los bailarines, no sobrepasarse, no preguntar su nombre... Al fin y al cabo, estamos trabajando, sabemos que a ninguna le interesa ser nuestra amiga.

—No voy a bailar esta noche —anuncio—. Tenía la idea de hacerlo, pero creo que mejor empiezo mañana, hoy no me apetece.

Era cierto. Había llegado al club muy ilusionado con volver a perderme en la barra, bailando de manera sensual para todos los presentes, pero tras la calurosa bienvenida de mis compañeros se me quitaron las ganas de hacerlo. No había superado ese crucero, ni a las monjas, ni a los curas... Ni a él.

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2022 ⏰

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