𝐂𝐀𝐈𝐃𝐀 𝐄𝐍 𝐋𝐎𝐂𝐔𝐑𝐀 [𝐃𝐀𝐁𝐈] [𝐎𝐍𝐄-𝐒𝐇𝐎𝐓]

ʟᴏᴄᴜʀᴀ

Miles de escritores y poetas han hablado del desamor y la muerte. Todos ellos han descrito el horrible sentimiento de vacío que se instaura en el pecho cuando la persona que más amas te abandona.

Pero de todas esas odas ninguna de ellas se acerca al dolor asfixiante que se sufre en realidad. Y por desgracia Yoriko lo descubrió por experiencia propia.

Se habían cumplido dos años desde la muerte de Touya. Durante la mayoría de ese tiempo la chica estuvo encerrada en una institución psiquiátrica, recuperándose de su supuesto Síndrome de Estocolmo.

Ni siquiera había podido asistir al funeral de su novio ni había podido llevarle flores a su tumba.

Aunque, en realidad, ni siquiera sabía si habían tenido la decencia de darle un entierro digno a Touya.

En cuanto la chica salió del hospital regresó a su casa, aquella que tiempo atrás había compartido con el villano. Todo estaba tal cual lo habían dejado la noche que se fueron.

El corazón de Yoriko se afligió al notar el suave aroma de su novio cuando entró en su habitación. Llorando se tumbó en la cama y aspiró el olor de las sábanas y almohadas.

«Aún huelen a ti, Touya.» Pensó mientras se tapaba hasta la cabeza y volvía a encerrarse en sí misma, recordando todos los momentos que compartió con el chico de las cicatrices.

Las risas, las discusiones, las noches en vela, los juegos, las caricias, los besos...

«Debo ser fuerte.» Se repetía mientras reprimía sus lágrimas.

Yoriko había jurado vengarse de todos aquellos que habían sido cómplices de la muerte de Dabi, y sabía que para eso debía mantener la cabeza fría.

Aisló todos sus sentimientos, se levantó y se dirigió hasta el armario. Lo tenía todo planeado desde hacía tiempo: los asesinaría a todos la misma noche y luego se suicidaría.

No había lugar en el mundo para ella, pero tampoco lo había para aquellos que habían asesinado a Touya.

El plan de Yoriko era vestirse con un conjunto negro y discreto para poder camuflarse en las sombras, sin emabargo, su idea cambió en cuanto vio la característica gabardina de Dabi colgada en una percha.

«Es cierto, Touya dejó su chaqueta porque creyó que nunca más la necesitaría.» Recordó mientras acariciaba con delicadeza la pieza de cuero.

Con mucho cuidado la pelinegra descolgó la prenda y se la probó. Se observó en el espejo y en su rostro se formó una sonrisa.

—¿Qué crees, cariño? ¿Estoy guapa? —Preguntó con una sonrisa.

Se observó con detenimiento mientras giraba su cuerpo levemente para contemplar todos los ángulos. Había cambiado demasiado desde la última vez que se miró a un espejo.