Capítulo 1: Sobre dolor y cadenas

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Describir lo que se encontraba dentro de su cabeza, aquellos días, sería imposible.

Físicamente, se reducía a dolor. Le habían abierto en canal y le habían destripado por completo. Sentía un agujero negro en su interior que le consumía a cada instante que pasaba. La humedad de sus mejillas parecía querer quedarse allí para siempre. Sus ojos apenas podían enfocar. Tenía todos los músculos en tensión. Los había tenido durante esos días largos. Semanas. Creía haber llorado todo, haberse drenado de lágrimas. 

Había perdido a su padre. Había perdido a su hermano. 

Sus recuerdos se acumulaban. Quería tenerlos todos presentes. Le aterraba pensar que, de no tenerlos en su cabeza, desaparecerían. Recordaba lo bueno. Recordaba lo físico. El abrazo de su padre. La sonrisa de orgullo que mostró en su partido de Quidditch con el Puddlemere United. Su asentimiento, su tregua, el respeto del padre al hijo que había mostrado. Recordó su infancia. Recordó a su hermano. Jugar al Quidditch contra él. Enseñarle a hacer una pirueta en el aire. Verle feliz. Abrazarle. Abrazarles. Eran su padre y su hermano. 

No era justo. No era nada justo. James Sirius Potter era demasiado joven para quedarse medio huérfano. Albus Severus Potter había sido demasiado joven para morir. 

Su cuerpo se tensaba. Aún sentía presión. Se desmoronó, a menudo, en el silencio y en la soledad de su cuarto en el ala para nuevos residentes de Hogwarts. ¿El motivo? Seguía siendo James Sirius Potter. Seguía siendo el supuesto líder del Temple que batallaría en todo momento contra el Ojo. Seguía siendo el hombro sobre el que su madre lloraba. Seguía siendo el hermano mayor de Lily Luna Potter. Seguía siendo, en cierta medida, responsable de que el Temple hubiera perdido a Cornelia Brooks - y aún no había, si quiera, procesado aquello del todo. Al mismo tiempo, seguía siendo un muchacho de diecinueve años con el peso del mundo sobre sus hombros. 

Aquel día había ido a darse un paseo al Lago. Solo. Él y sus pensamientos creaban una tormenta suficiente para acompañarle. Además, el cielo se había despejado y creía que, de algún modo, lograría escapar de su propia cabeza al ver el cielo despejado. Llevaba en su mano una escoba para, una vez lo bastante lejos, volar. 

Se había asegurado de que su madre estuviera acompañada en su breve ausencia. La dejó con el resto de su familia, arropada en los brazos de una madre que sabía perfectamente lo que era perder a un hijo. También había buscado a su hermana por todo Hogwarts, hasta encontrarla leyendo viejos periódicos del archivo de Hogwarts en los que su padre era un adolescente perdido frente al foco de un periodista, en la Torre de Astronomía. Desde el exterior, sintió el batir de las alas de Buckbeak. El hipogrifo asintió hacia James. Bastaba para saber que su hermana estaba en buenas manos. 

En su descenso por la escalinata de la Torre de Astronomía, se había topado con los que lloraban a su padre tanto como su familia. Porque eran tan familia de Harry Potter como su propio hijo. Alguien les había dicho que su hermana estaba allí y querían cerciorarse de que estaba bien. Su tío Ronald no hablaba desde hacía días. Era desde entonces cuando escuchó a su tía Hermione tartamudear por primera vez. Había escuchado a su madre decir que eran un triángulo, si uno de los lados dejaba de funcionar, sería el fin para el resto. Su tía quiso preguntar a James cómo se encontraba, pero este sonrió simplemente y les dejó. 

También hubo otros familiares que quisieron acompañarle. Su tío Bill Weasley, su tía Angelina, Luna Lovegood y Neville Longbotton. Los que no eran familiares, los del Temple, los recién llegados, todo el mundo que estaba en Hogwarts por él y por aquella lucha, simplemente respetaron aquellos días de silencio por su parte. 

No obstante, seguía presente en las reuniones que Charlotte Breedlove, la cual había tomado el relevo en las reuniones que se desarrollaban en el Gran Salón, donde cualquiera tenía voz, voto y plena participación. James se quedaba rezagado en la mesa donde una vez se sentaron sus profesores, eligiendo el lugar en el que se había sentado por última vez Rubeus Hagrid. 

La tercera generación VIIWhere stories live. Discover now