Epílogo parte Q

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En la playa del solitario y tranquilo río, de casi cuatro años de edad, cabellos rubios lacios y cierto parecido a mamá, Vincent, sentado en la arena y sosteniéndoles por sus tenazas jugaba con dos cangrejos de agua dulce que frustradamente intentaron pasear por ahí.

Entre ellos los ponía a pelear produciendo su boquita unos divertidos sonidos de los cuales Coral reía.

Ella estaba, a pocos metros de él, semi acostada sobre una manta y debajo de una sombrilla de paja.

El aire que corría en ese atardecer la hacían despejar su mente de ideas, reflejándose en su rostro el exitoso efecto.

Uno que sería fugazmente alterado por el grito de su hijo que hubo sido prensado por uno de los seboros.

Colgado de su dedo índice, Coral lo miraba divirtiéndole más que Vincent no llorara, sino despotricara un lenguaje que su tío Jack le enseñara. Sin embargo...

— Qué bonito, jovencito — sonó la voz regañona de un hombre.

Tanto esposa e hijo posaron sus ojos en él que fingía molestia y una pose en jarras.

¡Papá! ¡Terry! se escuchó al mismo tiempo; y el reconocido no se movió de su lugar, sólo extendió los brazos para dejarlos a ellos venir a su persona.

La primera humanidad en llegar fue Coral quien lo envolvió en un abrazo y en un beso.

Vincent arribó en segundas y llevando compañía consigo.

Lo bueno que lo hizo para seguir entretenido con su amiguito, porque sus padres tal parecían no tener intenciones de separar sus hambrientas bocas.

A tal grado que volvió a sentarse al sentirse ignorado por los que ignoraría cuando se ponían así de románticos y le decía al cangrejito:

— No les hagas caso. Son adultos y entre ellos sólo así se divierten.

— No es cierto, ¿verdad? —, sonriente respondió una grave voz mirando unos bellos ojos que brillaban excitantes. — Hay otros modos

También sonriente, la rubia asintió con la cabeza, guiñó un ojo y soltó al castaño para que atendiera a su hijo, que al sentirse altamente elevado carcajeó pidiendo más y haciendo volar a su inseparable amigo que en una de esas salió volado al deshacerse de su presa, caer en la arena, caminar tan rápido como pudo y perderse al meterse en el agua.

Su perdida le dolió tanto a Vincent, que solicitó rápidamente ser puesto en la playa para ir en su búsqueda.

Terry obedeció; y porque observó la incesante y angustiante manera de localizar al crustáceo tras las cristalinas aguas se preguntaba:

— ¿Qué pasa, Cielo?

Coral se le acercó, parándose detrás de él y rodeando su cintura con sus brazos.

Sobre sus unidas manos, el castaño colocó las suyas diciendo:

— Mi papá ha muerto.

— ¡¿Qué has dicho?! — la rubia lo soltó para colocarse ahora frente a él que diría:

— Hasta hoy se me notificó.

Sin tener palabras para su esposo, Candy lo abrazó fuertemente.

El tono empleado le hubo dado señales de un llanto derramado.

Y para no volver a ello se enteraba:

— Así que, desde este momento —, con gentileza, él la separó para levantarle el rostro y mirarlo: — pasas a ser mi Duquesa.

Coral quien lloraba en silencio asintió diciendo entristecida:

— Entonces, felicidades, Duque de Granchester.

— Sí —, el castaño la abrazó. — La felicidad nos tiene que seguir adonde quiera que fuésemos. Porque sí comprendes que tendremos que irnos, ¿verdad?

Ella volvió a decir "sí", y él:

— Perdóname, Coral —, la estrechó fuertemente contra su pecho. — Perdóname por ser el responsable de arrancarte de lo que más amas.

— Eso eres tú; y adonde tú vayas... iré contigo. Será otro mundo, es cierto; pero es tuyo y yo me adaptaré a ello exactamente como tú te adaptaste a los míos.

— Gracias —, Terry besó la coronilla de su esposa quien levantaría el rostro para decir:

— Gracias a ti, querido, porque... ¿quién iba a imaginar que una huérfana como yo atraparía el amor de un noble como tú?

— El linaje no importa, sino lo que hay en nuestro corazón y en el mío estás tú. ¡Te amo tanto, Coral!

— Y yo a ti, amor mío.

Por segundos se miraron; y a pesar del dolor que reflejaban sus ojos, éstos sonreían, porque sus labios iban a estar ocupados dándose un beso que marcaba el inicio de una nueva vida, esa que comenzaría al separarse, tomarse de las manos y dirigirse a donde su retoño trataba de empujar una lancha.

Terry lo ayudaría, luego de subir a Vincent y a Coral.

Y sobre las tranquilas aguas del río navegarían yendo entre las piernas del castaño, su rubia esposa que más besos recibiría de parte de él, mientras que el chiquillo Granchester, colgado su bracito de la balsa, su manita tocaría la fría agua dulce.

EPÍLOGO: UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora