31 de diciembre de 2020

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Nadie.

La noche parece estar en orden, pero la cabeza de Camille se encuentra en desorden.

Por supuesto, ella abre sus ojos al miedo porque lo desea enfrentar. El frío lame sus nervios y la joven se arrepiente de intentar ser valiente. La noche es áspera y eso la inquieta a la francesa.

¿Cómo no va a tener miedo si Camille está sola en París?

Luego de tanto tiempo, Camille ya no es una niña y tampoco tiene siete años. En la actualidad, ella tiene treinta y tres años, ya es una adulta. 

Las calles solitarias de Francia le generan escalofríos a la francesa porque no conoce la ciudad por completo. Hace pocos años se mudó a la región y aún no sabe con precisión dónde está parada.

Ella no se detiene, camina sosteniendo las llaves entre los nudillos y con un cuchillo dentro de su cartera. 

Los ojos delineados de Camille miran hacia todas partes. Primero, observa a las personas que pasan a su lado. Después, detiene su mirada sobre quienes pasean por la vereda paralela. 

El viento agita el cabello rubio de la dama para enmarcarlo en su rostro francés. Los mechones cubren su visión y Camille se los quita con la punta de las uñas pintadas de color celeste. 

El sudor frío mancha su espalda. El miedo que experimenta es habitual en cualquier mujer que transita sola tanto de día como de noche por la calle.

El peligro siempre se halla latente. Algo que jamás acaba. 

Camille se acomoda el barbijo en el rostro. La tela se le pega a la piel, se siente incómoda y no respira bien. Luego, se asusta con los fuegos artificiales que explotan lejos de ella. El ruido la enloquece, pero recuerda que solo le faltan tres cuadras para llegar a su hogar, nada más.

Un auto de último modelo está aparcado frente a su casa, eso le genera terror a Camille y hace que disminuya la velocidad de sus pasos. Además, nadie la espera fuera, por lo que ella se preocupa aún más porque alguien le puede robar.

"Quizás, solo se trata de un turista que estacionó ahí para llegar más rápido a un restaurante y recibir año nuevo", pensó Camille controlando la respiración.  

Continúa caminando, agarra el cuchillo, observa su casa adornada con manualidades navideñas y procura calmar su mente. Sabe que preocuparse por un problema que no existe no solucionará nada. 

Intenta abrir la puerta de su hogar, pero una voz la llama.

—Camille Palmer —llama el desconocido.

No gira su cuerpo, tampoco mira al hombre que sale del auto. Ella ve todo lo que sucede a través del reflejo de la venta y no reconoce a la persona que porta el barbijo negro, la capucha y los lentes de sol en plena noche. 

Camille no sabe quién es. 

En cuestión de microsegundos, la francesa abre la puerta, ingresa arrojando el bolso dentro del living y cierra la puerta automática tan rápido como le bombea el corazón. Tiempo después, llora ahogada, observa a través de la ventana cómo el hombre se quita los lentes y la capucha para revelar su identidad.

Los deslumbrantes ojos celestes hacen que ella retroceda sin creer lo que ve. Niega con la cabeza y atrapa el bolso del piso.

—¡Camille, abre! —pide Tom.

—¡No puede ser real! Tu madre me dijo que moriste. Tuviste un accidente automovilítistico —balbucea Camille—. ¡Vete!

—Necesitamos hablar. Por favor, déjame entrar. ¡Necesito conocer a mi hijo!

—No volverás a mi vida. Vete y haz la tuya.

El silencio se establece entre ambos.  Tom desea hablar, pero la voz de otra persona los interrumpe. 

—¿Mamá? —pregunta el niño.

—Hijo —susurra Tom.


(Revisado: 21/03/2024)

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⏰ Última actualización: Mar 21 ⏰

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