La Envidia

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Los instrumentos de fondo se hacen escuchar y al instante sus ojos oscuros y los claros de ella sin falta se vuelven a conectar como cosa de telenovelas.

Si así con música de fondo él y ella, sus grandes manos y su cadera, una pista de baile y... miradas, es irresistible no ver.

Un vestido, unos tacones, un poco de maquillaje es lo que es necesario para dar inicio al acto porque él nunca faltaba, era él el primero en fila siempre para solo verle a ella.

Si, él nunca faltaba.

Sus cadera, sus pompis bien levantadas, pechos a digno nivel era lo que les atraía y verle bailar era ver un ángel, ver su melena moverse en el aire, sus caderas moviéndose con pies en punta... embelesaba.

El piano a todo su esplendor se hacía escuchar y un saxofón. Era todo lo que necesitaba para hacerse desenvolver, no, para engatusarles... era a ella que iban a ver solamente, sí a mí, me llenaba eso.

Sí adoraba bailar, el sonido de los instrumentos eran mi delirio, que me vieran en acción era de envidia para las otras chicas: les dolía ver como los chicos eran siempre a mí que me querían ver, porque sí soy muy buena en lo que me gusta ¿Quién no?.

Pero la envidia me robo hasta el hombre al que ame, no me quiso sin piernas, porque no era a mí a quien él veía como el resto al bailar, no, querían mis caderas moviéndose al compas de la música.

Sí amo la música, amo, amaba bailar, que hasta me vieran ¡Pero no! No me veían a mi ni oían lo que yo oía, veían al cuerpo que se movía con casi totalmente todo al descubierto ¡No me iban a ver a mi!.

Yo me admiraba, admiro a esa chica a la que iban a ver; esa sonriente y gallarda chica que dominaba todo escenario, que se sabía desenvolver con cualquier género de música y es que, eso era la vida de ella, mi vida... la música.

Él era el que nunca faltaba a sus bailes, incluso se sentaba a primera fila para verla a ella brillar pero, no iba a verle a ella, era a ese excelente cuerpo, no, no le fascinaba ella, era ese cuerpo bien tonificado.

Y es que sí ella lo veía gracia a la envidia perdió sus piernas, perdió su sentido del amor, más perdió la venda de sus ojos. No, no el amor a la música. Me dije: «¡Eso no me lo quita nadie!» Así fue, esplendida belleza, maestra del baile y, por siempre la seductora...

¡La Soberana de los Escenarios!

... Esa fui yo... la envidia me siguió, me quitó, me atormentó pero....

—Ajá, ¡banda! ¡Que empiecen a bailar! Y que viva el baile, la música y la gente buena!

Sí me pego la envidia, me persiguió e igual ¡No me venció!.

... que contigo tampoco lo haga.

La soberana de los escenariosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora