Martes 22 de diciembre, 1998

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Ron daba vueltas y vueltas en su asiento pero, nuevamente, no podía conciliar el sueño. Si bien había dormido mejor y más tranquilo que las noches anteriores, aun había algo que no lo dejaba en paz. El sol recién comenzaba a iluminar el compartimento en el que estaba junto a Harry; algunos débiles rayos se asomaban, aunque las nubes no daban tregua, y seguían luchando para cubrir el cielo por completo. Pero Ron no se interesó en el clima.

Comenzó a detenerse un poco más en los recuerdos que atravesaban su mente. El comedor estaba en llamas, y cuando un hombre lo comenzó a perseguir, solo se lanzó a correr. Fue unos kilómetros después, cuando sus piernas le estaban pidiendo por favor que se detenga, que decidió buscar un escondite para esperar a su contrincante. Estuvo ahí unos momentos, hasta que sucedió lo del boggart y luego se encontró nuevamente con Harry...

El boggart.

Hermione estaba arrastrándose. Estaba muriendo. Estaba herida.

Hermione estaba a punto de morir.

Ella estaba a punto de morir y él no sabía que hacer para ayudarla.

El boggart era Hermione.

¿Su boggart no eran las arañas?

Sí. Ese tenía que ser.

Entonces, ¿por qué Hermione estaba así, y por qué...?

La mente de Ron comprendió todo: su boggart había cambiado —eso estaba más que claro—, pero ahora, en lugar de una horrorosa y temerosa araña gigante, estaba Hermione. Eso quiere decir que su mayor miedo era... ¿ver a Hermione morir? ¿verla así y no saber cómo ayudarla?

—¡Ron! —exclamó Harry y chasqueó sus dedos frente a su rostro— ¿Estás aquí? Estaba llamándote hace como cinco minutos.

—Lo siento, no. ¿Qué decías?

—Quería preguntarte la hora, pero veo que Hermionelandia te tiene bastante ocupado. —dijo con tono burlón. Ron revoleó sus ojos y bufó— Ay, no puedes decirme que te molesta un comentario así, ¡te lo mereces!

—¡¿Qué?! —preguntó, sin poder creerlo— ¡¿Por qué me lo merezco?!

—¡Porque no puede ser que seas tan lento! —respondió Harry con una carcajada.

—¿A qué te refieres?

—A que Hermione te gusta, mucho, pero no te animas a jugártela por ella, vaya a saber uno por qué razón.

Ron estuvo unos minutos en silencio. Harry estaba en lo cierto; muy en lo cierto. Sin embargo, no importaba lo mucho que le dijeran lo que tenía que hacer, Ron no podía ni hablar. Se quedaba inmóvil cuando la veía caminar por las calles de Hogsmade, mientras se acercaba con Ginny a las Tres Escobas, donde los cuatro solían verse. Se veía bellísima cada vez que se detenía en la Tienda de Plumas de Scrivenshaft, a veces para ver las plumas que vendían, y otras, para acomodarse el cabello frente al vidrio. Cada día que la veía, cada vez que hablaba con ella, su corazón no hacía más que acelerarse e ir a mil revoluciones por minuto, y eso lo dejaba sin hablar; todo dentro de él entraba en corto circuito. Por eso es que no trataba de mencionar el beso que se dieron en medio de la guerra: porque no era lo suficientemente valiente para decirle lo que sentía, por miedo a que ella lo rechace, o se burle de él y sus sentimientos... ¡Es que estamos hablando de la mismísima Hermione Granger! Ella era... era como... ella... ¡era perfecta! ¿Qué iba a hacer alguien como Ron? Porque claro, una joven así, tan hermosa y única como Hermione, debería tener mil pretendientes; del mundo mágico y del no mágico también. Seguro buscaba a alguien intelectual, con conocimiento de cultura general, música, arte, literatura, historia... ¡Él con suerte podía prestar atención en sus clases de Historia de la Magia!

El Primer Paso | RomioneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora