Capítulo: II

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Justo en la puerta había un hombre enorme vestido de traje haciendo guardia. Un extraño.

— ¿Dónde está Adora? —Preguntó Catra medio temblando—. Mi esposa, ¿Dónde está?

—La señora Grayskull no quiere que nadie la moleste —contestó mirando de reojo la puerta del despacho cerrado.

Es un simple empleo, pensó Catra, su acento era británico, como el del hombre con el que había hablado por teléfono. Se estremeció y pasó por delante de él ignorando su respuesta y apresurándose a abrir la puerta.

Adora estaba sentado en el borde de la sólida mesa de roble del despacho y no estaba sola. Había dos policías y un hombre con ella, alguien al que de inmediato reconoció como su mano derecha, Bow. Estaban todos con las cabezas inclinadas mirando algo que había sobre la mesa. Al entrar ella de improviso todos levantaron la cabeza.

Ella los ignoró a todos. Sus ojos ansiosos se centraron en la única persona que importaba.

—Adora… —la llamó dando dos pasos hacia ella—. He...

La mencionada hizo un gesto con la mano, no para ella sino para el objeto que había sobre la mesa. Fue entonces, al oír un clic, cuando se dio cuenta de qué era lo que estaba pasando allí y cuando reconoció lo que había escuchado a pesar de que su cerebro se había negado a admitirlo. Se paró, se puso blanca, cerró los ojos. Era la voz de Finn, de su hija, murmurando y llamándola hasta que alguien apretó el botón.

— ¡No la toquen! —Gritó.

No supo quién fue el que la alcanzó primero para sujetarla cuando se tambaleó, pero reconoció los brazos de Adora agarrándola y evitando que se derrumbara, apretándola contra su pecho y obligándola a sentarse. No se marchó. Fue inclinando su cuerpo al mismo ritmo que ella de modo que podía apoyarse en está. Su corazón se había acelerado y estaba fuera de control, su respiración era rápida, su mente estaba absolutamente aterrorizada por un nuevo temor.

Adora estaba maldiciendo. Maldecía en varios idiomas que sabía, maldecía elevando la cabeza por encima de ella, lo maldecía todo y la maldecía a ella. Entonces Catra elevó los dedos helados y temblorosos para posarlos sobre el pecho de está, luego sobre el cuello y por último sobre la boca, apretada por la ira.

Podría haberla abofeteado en plena cara sólo por haberle causado esa sensación. Ella se quedó helada allí mismo, delante de todos aquellos rostros que los observaban. Se quedó helada como una estatua muda con los temblorosos dedos sobre sus labios.

—Princesa —susurró ella débilmente sin darse cuenta siquiera de que la estaba llamando por un apodo que había utilizado sólo a veces en momentos de intimidad cuando se sentía absolutamente perdida en ella—. Mi hija, ésa era mi hija…

Adora Grayskull, se agachado junto a ella y oliendo la maravillosa fragancia de su pelo esparcido por los anchos hombros, cerró por un momento los ojos con una expresión de dolor.

—Shsh —murmuró. Entonces elevó la mano para agarrar los dedos de Catra sobre su boca y después de besarlos ligeramente los tomó entre sus manos con delicadeza—. Catra, ella está bien. Pregunta por ti pero está bien. ¿Me entiendes, amor? Ella está…

Catra se desmayó. Al final la presión que soportaba la venció y se dejó caer sobre la mujer que tenía a su lado. Poco después, se despertó encontrándose en su habitación, tumbada sobre la cama y con el médico inclinado sobre ella.

—Quiero que tome esto, señora Grayskull —murmuró ofreciéndole dos pastillas blancas y un vaso de agua.

Ella sacudió la cabeza y volvió a cerrar los ojos intentando recordar lo que había ocurrido. Recordaba haber corrido por el vestíbulo y haber abierto la puerta del despacho pero no se acordaba de por qué había sentido la necesidad de ir allí. Recordaba haber visto en el despacho a Adora, a Bow y a dos policías, y recordaba cómo todos habían levantado la cabeza para mirarla al entrar ella de improviso y dirigirse hacia Adora. Luego... entonces recordó.

PERFIDIA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora