Capítulo 1: Diciembre 1989

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Diciembre 1989

Corría el año 1989 cuando Annie Lombard se quedó una noche trabajando hasta tarde en su proyecto. Annie era una chica alta, de constitución delgada, pelo castaño y largo y ojos marrones. Lo cierto es que era bastante atractiva, aunque a ella eso no le importara.

Hacía dos años que se había licenciado en Botánica y llevaba todo ese tiempo investigando algo revolucionario que cambiaría el mundo. Hasta ahora los países tenían que importar grandes toneladas de productos de otros países porque en los suyos estaban fuera de temporada, pero Annie creía conocer la forma de cultivar lo que se quisiera en el momento que se quisiera y lograr que esto germinara.

Era algo complicado, necesitaba mucho trabajo y no tenía apoyo de sus profesores ni colegas de profesión. Y lo que quería hacer era algo nuevo que nunca nadie había hecho antes así que su investigación más bien era una libreta llena de apuntes tachados, de fórmulas fallidas y de errores. Pero no se desanimaba. Annie no lo veía como fracasos, solo como pequeños pasos que le indicaban el camino correcto.

Pero como todo en la vida, a veces necesitamos un respiro. Por muchas ganas que le pusiera a su trabajo, había veces que solo quería cerrar los ojos y olvidarse de fórmulas químicas de una vez por todas. Meses atrás había tenido una pequeña crisis nerviosa que casi la convence para abandonar. Pero había logrado recomponerse y no estaba dispuesta a sobresforzarse y correr el riesgo de volver a tener otra crisis. Así que ahora se tomaba muy en serio sus descansos.

Esa noche hacía calor, algo curioso en pleno mes de diciembre en el oeste de Francia porque en esa época lo que suele hacer es frío, mucho frío. Pero hacía calor y a Annie le apetecía salir a dar una vuelta por su granja.

Annie heredó la granja de su abuelo cuando este falleció. Bueno, en realidad la heredó su madre que vive en el pueblo con su nuevo marido. Pero cuando Annie terminó sus estudios quiso mudarse a la granja. La granja es en realidad una casona con varias habitaciones, a la derecha estaban antiguamente las escuadras que ahora son invernaderos y a la izquierda es donde su abuelo cultivaba algunas frutas y verduras. Especialmente cerezas, aunque había que esperar a los meses de junio y julio para que empezaran a madurar.

Cuando Annie se mudó a la casona también era diciembre. No tenía ni idea de cómo empezar su proyecto y necesitaba experimentar con algo. Entonces fue cuando se le ocurrió la idea de usar los cerezos que tenía plantados su abuelo. Y la idea de que estuvieran fuera de temporada y ella pudiera acelerar el proceso natural de crecimiento de la fruta, la entusiasmaba. Pero hasta ahora no lo había conseguido. En cambio, cuando las cerezas finalmente pasaban del color amarillo al burdeos, Annie se llevaba una desilusión al darse cuenta de que no sabían a nada. Las cerezas habían perdido su sabor al ser alteradas.

Su paseo por la granja, entre los invernaderos vacíos, la llevó a pensar en alguien en quien no había pensado desde hacía años. En Eric. Eric era un compañero suyo de clase, unos cuatro años mayor que ella y que había estudiado anteriormente Genética. Concretamente Genética Vegetal. De pronto Annie sintió una chispa de alegría dentro de ella, quizás era él lo que estaba buscando, la respuesta a sus preguntas, la solución a sus años de intentos fallidos.

No tenía ni idea de cómo contactar con él. No recordaba su apellido y ni siquiera sabía si la iba a ayudar. Eso la devolvió a la realidad y apagó esa chispa de alegría. Volvió a entrar de nuevo en la casa cuando empezó a llover y se fue a dormir.

El día siguiente amaneció con un cielo gris encapotado, había llovido toda la noche y Annie juraría que escuchó algún trueno a lo lejos. Pero la tormenta ya había pasado y no había ninguna razón para no coger el coche e ir a la ciudad a hacer la compra.

Para ganarse la vida Annie transcribía libros a ordenador. Sobre todo libros científicos. Antes de estudiar una carrera había hecho un curso intensivo de mecanografía y ahora que los ordenadores parecían ser máquinas indispensables para casi cualquier persona, parecía lógico que una empresa se interesara en ella para que le almacenara cuantos más libros mejor en sus discos duros.

Además, la madre de Annie no soportaba ver a su hija en aquella casona vieja y solitaria y le enviaba al mes cierta cantidad de dinero que la ayudaba a llegar a fin de mes.

Mientras Annie esperaba en la cola para pasar su compra y pagar, pudo escuchar la voz de una mujer llamándola. Se giró y vio a su amiga Tya corriendo hacía ella.

—¡Annie! —gritó la mujer de pelo rubio una vez más.
—¡Tya! Cuánto tiempo sin verte, estás estupenda —mintió Annie por cortesía.

Lo cierto es que su amiga había ganado mucho peso, se había cortado su melena ondulada y tenía dos manchas negras bajo sus ojos que indicaban que hacía noches que no dormía bien. Tya se había divorciado recientemente, algo que estaba muy mal visto y que había avergonzado a su familia. Después del divorcio se mudó a un piso cerca del trabajo y comenzaron los rumores de que se estaba viendo con otro hombre. Todo eso sumió a Tya en una depresión de la que salió gracias a la ayuda de amigas como Annie, por eso ahora Annie intentaba hacerla sentir mejor, aunque fuese con falsos cumplidos.

—Gracias, la verdad es que sí que ha pasado tiempo, ¿tú cómo vas? —preguntó Tya pasándole la mano por el brazo a su amiga.

—Bien, bueno, ya sabes, estancada con lo de siempre…

—¿Las cerezas?

—Las cerezas... —confirmó Annie y la señora que estaba en la cola detrás de ellas las miró indiscretamente, incrédula de que el problema de Annie fueran unas cerezas—. No logro avanzar nada, cuando creo haber solucionado una cosa, resulta que otra sale mal. Ya no sé qué hacer. He pensado en abandonar muchas veces, pero no quiero rendirme tan rápido.

—Cariño, llevas dos años, eso no es rápido. Quizás sea hora de pasar a otra cosa.

—Quizás... ayer estuve pensando en Eric, ese chico que estudió con nosotras, ¿sabías que también estudió Genética?

—¡Claro! Eric Amaglio, era muy amigo de... mi ex-marido —dijo Tya casi en un susurro.

—¿Le conoces?

—Bueno, tengo su número.

El ex-marido de Tya y Eric también se conocían de la universidad aunque no estudiaron nunca juntos. Muchas veces Eric fue invitado a casa de Tya a cenar, ella preparaba la comida y servía la mesa para luego escuchar largas charlas sobre fútbol. Y a veces era al revés y eran ellos los que iban a cenar a casa de Eric, por eso se conocían y ella tenía su número. Pero lo cierto es que nunca intercambiaron muchas palabras.

Annie volvió a casa esa tarde con el número de teléfono de Eric y la promesa a su amiga de que quedarían para comer al día siguiente.

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Cerezas en marzo 🍒Where stories live. Discover now