Baldosas de hielo

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Era de noche, la chica sordomuda avanzaba en total silencio delante de mí en el camino de hielo y mi mirada apenas se despegaba del suelo, que parecía brillar.  Se notaba que la temperatura era baja y ambas íbamos descalzas sobre el agua congelada pero no tenía frío y ella tampoco aparentaba tenerlo. Yo estaba maravillada de aquel trabajo artesanal echo con hielo que utilizábamos como pavimento en esos instantes y por aquella chica de mi edad que había dado a las baldosas los mimos gravados de rombos y líneas que el museo que habíamos visitado el día anterior. Su madre me había dicho que esta había sido su forma de expresar su agrado por el lugar puesto que no podía hablar. Tengo que reconocer que el lugar parecía casi mágico estando al aire libre y con el mar de ruido de fondo.

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