7º. CUENTO. Uomo universale.

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«Todo mal deja un poso amargo en la memoria, excepto la muerte, el mal supremo, que junto con la vida mata la memoria»

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«Todo mal deja un poso amargo en la memoria, excepto la muerte, el mal supremo, que junto con la vida mata la memoria».

Leonardo da Vinci.

—Hombre universal, ¿estáis preparado? —Escuchó que lo apremiaba la voz femenina, tan punzante como una estalagmita de hielo.

     «¿Preparado?», repitió, frunciendo el entrecejo. Leonardo da Vinci solo sabía que su cuerpo se hallaba oxidado por la edad, aunque la mente, tan activa como de ordinario, impedía que la acción del tiempo le socavase el espíritu. ¡Por supuesto que se hallaba preparado para continuar con las investigaciones sobre anatomía y sobre autómatas!

     El rey de la sabana que le había encargado Francisco para presentar en la recepción al papa León X, de tamaño natural y que caminaba solo, había cautivado a todos, en especial cuando se abría la puerta escondida y regaba el suelo con lirios... Y también conseguiría una máquina que lo elevara hasta las nubes y que le permitiese volar al lado de las águilas. ¡¿Cómo esa mujer podía hacerle una pregunta tan tonta?!

     Cerró los ojos con fuerza y permaneció recostado sobre la cama de su habitación en el castillo de Cloux, del cual el monarca francés le había concedido el usufructo, además de mil escudos anuales, cuando lo había nombrado pintor, arquitecto e ingeniero oficial. Este era el pretexto, pues lo admiraba e intentaba mantenerlo cerca de la corte para dialogar durante horas.

—Abandonasteis a vuestro progenitor. Y él os trató como a legítimo pese a que eráis un hijo bastardo nacido de una vulgar campesina —se atrevió a criticarlo la entrometida.

     Leonardo no podía contradecirla, pues en las escasas ocasiones en las que pensaba en ese hombre lo asumía como algo lejano. Era «el notario Piero» o «el canciller» o «el embajador», nunca un padre cariñoso. Y no podía comportarse de otra forma. Recordó cuando lo denunciaron anónimamente de sodomía en el buzón de la verdad de los Oficiales de la Noche, alegando que era uno de los que se acostaba con Jacopo Saltarelli, el orfebre.

     Le vino a la memoria cómo lo arrestaron mientras se encontraba trabajando en el taller de Andrea Verrocchio, humillándolo y acusándolo delante de sus compañeros de hacer de mujerzuela de los degenerados de Florencia. Cómo lo golpearon hasta que cada parte del cuerpo le lució amoratada y cómo lo insultaron y lo atormentaron en interrogatorios interminables para hacer que confesase, en medio del hedor a orín y a heces de la celda en la que se consumió durante dos meses. El terror, que le impedía dormir por las noches, a que lo colgaran de los muros del Bargello o a que lo quemasen en la hoguera o a que le amputaran el pene o a que lo condenasen al destierro. Y todo esto sabiendo que estaba solo porque su padre, viviendo casi al lado de la prisión, jamás fue a visitarlo ni hizo nada para defenderlo.

     ¿Qué delito podía haber en amar a hombres y a mujeres? ¡Tan repugnante ley contradecía la lógica! Pero a messer  Piero no le interesaba el absurdo de someter el sexo a normas que desvirtuaban la naturaleza humana ni deseaba perder el buen nombre y prefería sacrificar a su único hijo. De no ser por los Médicis, que movieron sus influencias y lo apoyaron, hubiese estado perdido.

ARENAS DEL TIEMPO. Cuentos y microrrelatos del género histórico.Where stories live. Discover now