Treinta y uno de diciembre.

137 19 4
                                    

Era la noche más importante del año y ella, con mil dudas y a dos horas de tener que irse a casa de su familia para tener el típico reencuentro de una noche de nochevieja, tomó la decisión más tonta o más sabia que podría haber tomado.

Creo recordar que fue consciente de lo que estaba haciendo cuando puso el coche en marcha y durante todo el viaje, que en realidad no eran más que quince minutos, estuvo replanteándose si dar media vuelta y dejar esa situación pasar como el año, ¿pero cómo podría dejar pasar algo que invadió su alma de una forma tan intensa?

Apagó el motor del coche en cuanto se encontró delante de su puerta y respiró hondo. ¿Y si había ido allí para nada? ¿Y si él se negaba a salir después de todo?

Había mil variantes que podían alterar el plan de la rubia, pero ella aún así se armó de valor y marcó su número de teléfono. Cada pitido que sonaba le hacía ponerse más nerviosa, ¿él estaría igual que ella al ver que en la pantalla de su móvil estaba apareciendo su nombre?

Él no cogió la llamada y ella se quedó parada por unos segundos sin saber que hacer y cuando estuvo a punto de irse, vio de reojo como salía por la puerta y se paraba en frente de su coche.

Giró la cabeza bruscamente para comprobar que no estaba teniendo alucinaciones, pero él estaba ahí, vestido de traje, con el pelo más arreglado de lo normal y como ella dice, más guapo que nunca, seguramente porque también tendría que juntarse con su familia para cerrar un año que tanto les había costado a los dos.

Ella dejó de verle para mirarle, porque era lo que más le gustaba hacer; mirarle, sentir que estaba ahí, escuchar cada palabra que salía de su boca, notar el roce de su piel contra la suya y sonreír cuando él sonreía. Y él también la estaba mirando, siempre lo había hecho. Desde el primer momento, cuando se conocieron y ella apenas la prestó atención, hasta el último, cuando ella estaba desesperada por volver a sentirle y él sabía que era lo peor que podían hacer.

La rubia salió del coche sintiendo como le temblaba todo el cuerpo de los nervios que tenía. Llevaba sin verle no más de una semana, pero realmente habían hablado la noche anterior.

—Sabía que vendrías —dijo él cuando ella se acercó.

—¿Por qué? —preguntó ella con el ceño fruncido, ¿tan predecible era?

—Porque te conozco mejor que nadie.

Y era verdad, pero no porque ella quisiera, sino porque él se esforzó en hacerlo, más que nadie.

—¿Qué quieres, París?

—Entender el por qué —él suspiró.

—¿De qué? —preguntó él sabiendo perfectamente lo que ella tenía para decirle.

—¿Por qué siempre es lo mismo? ¿Por qué siempre te dejas llevar por lo que los demás te dicen y no eres capaz de hacer lo que sientes? Estoy harta de este juego, de tener que estar esperando a que se nos dé el momento y que luego hablemos y nos pongamos a recordar lo que hemos vivido para siempre acabar diciendo "Estamos hechos el uno para el otro, pero lo hicimos mal".

—Y no es mentira, París.

—Y, ¿por qué si sabemos que estamos hechos el uno para el otro, no volvemos a empezar de cero? —le preguntó ella algo desesperada de tener que estar repitiendo lo mismo una y otra vez.

—Porque, rubia, sería como dar pasos hacia atrás, ya lo sabes... —dijo él en un tono suave, rozándole la muñeca para hacerla entrar en razón debido a que no era buena idea.

—Tu siempre ves las cosas así y, en realidad, es más fácil de lo que piensas. Nunca nos dejas ser. No voy a decirte que yo no he hecho las cosas mal muchas veces, pero siempre pasa algo que ni siquiera tiene que ver con nosotros y tu dejas que influya más que nuestras ganas de estar juntos —reprochó ella zafándose de su agarre.

—¿No piensas que lo hemos intentado muchas veces ya? —preguntó él.

—No. Claro que no. Dime, ¿cuántas veces lo hemos intentado de verdad y no a medias?

Era cierto, lo habían intentado por lo menos cinco veces, pero nunca en serio, siempre era algo pasajero, porque los dos eran conscientes de la realidad, que estar juntos supondría un problema para todo el mundo, por muy absurdo que pareciese.

Él suspiró, se pasó la mano por la cara y la miró. La vio tan frágil ahí plantada en la puerta de su casa. La quería, claro que la quería, siempre fue ella y era plenamente consciente de que siempre sería ella.

—Ya lo sé, sé que nunca nos pusimos en serio, pero creo que ya hemos hablado de esto mil veces. Creo que somos conscientes de lo que pasó la última vez y no queremos que vuelva a repetirse...

Ella lo sabía. De hecho, ella ayer no quería volver con él, ni se le había pasado por la cabeza, pero los dos hicieron mal en volver a sacar a la luz sus recuerdos, lo que ella no entendía es que eran solo eso, recuerdos, aunque en lo más profundo de él aún quedaban las ganas de tenerlo todo con ella.

—Escúchame París, yo se que la situación es frustrante, pero eres plenamente consciente de que ahora mismo no podemos estar juntos porque no sabemos estarlo.

La rubia suspiró y se vio obligada a sentarse. No lograba entender como había vuelto ahí, no sabía cuándo ni cómo. Ella piensa que fue un impulso lo que le hizo aparecer en la puerta de su casa, algo que no podrá explicar nunca.

Él, en cambio, sabía perfectamente qué la había traído allí. El destino. Porque él no creía en los horóscopos, en el hilo rojo o en que las videntes existieran (aun que, para él, ella era una de vez en cuando), pero si había algo en lo que realmente creía, era en que el destino les había creado para estar juntos, pero no era su momento.

Les había creado para estar juntos en unos años, quizá en otro lado, cuando ella hubiera madurado lo suficiente como para saber que ese no era su tiempo y cuando él estuviera preparado para recaer en ella, cuando él dejara de llevarse por lo que opinaba la gente, cuando él se diera cuenta de lo que tenia delante, porque podía negarlo, pero había cicatrices que no se habían cerrado todavía.

—Lo sé. Perdón... Otra vez, no hago más que pedir perdón — respondió ella, aún con alguna que otra lagrima en la cara y soltó una carcajada. Era reír o llorar.

—No te disculpes pequeña, es normal que nos pase esto... —Él se acercó a ella y la atrajo en sus brazos.

—Te quiero —confesó ella por primera vez en mucho tiempo después de conseguir deshacerse del nudo en la garganta que se le había formado al volver a notar su piel junto a la suya.

—Te quiero —susurró él —. Pero París, sabes que necesitamos dejarnos ir un tiempo.

—¿Y si nunca volvemos a coincidir?

—Iré a buscarte.

Y así es como un 31 de diciembre de 2021, dos almas, se volvieron a separar con la certeza de que algún día volverían a encontrarse.

Y volvieron a coincidir, pero nunca llegaron a ser, porque ella con el paso de los años se cansó de tener que esperar a una persona con la que sabía que no llegaría a ninguna parte.

Y es que a veces las almas gemelas no están destinadas a estar juntas y ellos nunca pudieron contar su historia.

Treinta y uno de diciembre Where stories live. Discover now