Capítulo 22

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Desperté esa mañana algo resacosa, para qué engañarnos, tras una noche de desfase en el karaoke.

Y cómo no, el único sobrio del grupo, Dave, ya estaba en la cocina; rebuscando entre los cajones en busca de comida.

Tras salir de la habitación y verle, gruñí de nuevo, yendo hacia él mientras rascaba mi cabeza.

—No encontrarás nada —dije y él giró su rostro, percatándose de mi presencia.

Frunció el ceño.

—¿Y qué pretendes que desayune? —preguntó, indignado.

—¡Eh.! —alcé la mano—. Tranquilo, vaquero. Que es muy pronto y la cabeza todavía duele.

—No me extraña con todo lo que bebisteis ayer todos —espetó.

Ahogué una risa, comprendiendo que lo que le fastidiaba era no haberlo podido hacer él.

—Oye, que te dejamos probar una cerveza. Ya es bastante —mentí ligeramente. Él podría haber bebido con nuestro consentimiento, pero me negué en rotundo; así que sólo tomó una cerveza con nosotros al inicio de la noche.

—Ya, claro —respondió, dedicándome una mueca en desacuerdo.

—¿Qué es ese ruido? —escuché a Jack de fondo. Al girarme, le vi saliendo de la habitación de invitados y vino hacia aquí.

—Buenos días —dije—. Aquí tu hermano, que ya está quejándose por no tener veintiún años.

—No quieres pasar por una resaca, créeme —gruñó Jack, frunciendo el ceño por el dolor que sentía el la sien—. ¿Hay café?

—No —apreté por un segundo los labios—. Habrá que salir.

—¿Y a qué esperas? —preguntó.

Le hice un mohín.

—Tienes brazos y piernas, Jackson —remarqué su nombre, porque sabía que le fastidiaba.

Él me devolvió el mohín.

—Madre mía, estoy muy mayor para esto... —escuché a Kaia.

—Pues espérate a llegar a los treinta —bufó Elsa, apareciendo con ella por la puerta de la otra habitación, donde ellas durmieron.

Ahogué una risa.

—¡Buenos días, bellas durmientes! —me burlé.

—Ay, calla —se quejó Kaia.

—¿Alarick sigue durmiendo? —pregunté, dándome cuenta de que era el único que no había despertado.

—Eso parece... —respondió Kaia.

—¿Hay café? —preguntó Elsa.

—No —respondí, rodando los ojos.

—¿Y cómo esperas que pasemos la resaca? —espetó Kaia.

—De verdad —dije en un suspiro—, sois unos quejicas todos.

—Lu, tú tampoco puedes pasar la mañana sin un café —anotó Elsa.

—Y yo no he dicho que pasemos la mañana sin café —respondí. En menos de un segundo, mi rostro se iluminó con una idea y plan que me pareció perfecto—. De hecho, vamos a pasar la mejor resaca de todas.

Kaia enarcó una ceja, tentada.

—¿De qué se trata?

La sonrisa en mi rostro creció con malicia.

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