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Vuelvo aquí después de bastante tiempo.

Tengo todas mis ilusiones puestas en esta nueva novela, en la que viajáremos a Londres y Madrid de la mano de Hugo y Victoria.

Esta historia lleva más de un año esperando a hacerle el relevo a Afouteza en mi día a día y por fin puedo darle su lugar. 

Espero que os guste, que me contéis vuestras impresiones, hagáis vuestras hipótesis y la disfrutéis tanto como lo hago yo mientras la dejo fluir.

Gracias infinitas

Nuestro matrimonio estaba roto

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Nuestro matrimonio estaba roto. ¿Cómo podía estar hecho añicos algo que en sus inicios me había ayudado a unir mis propias piezas?

La esperé durante tres días en aquella casa grande que parecía representar lo vacío que me sentía ante su plantón. Sentía que había sido la confirmación final de haber llegado tarde a ella por haber querido ser el primero en todo lo demás.

Sin embargo, en lugar de mandarle los papeles del divorcio a la casa donde una vez le prometí hacerla feliz, abrí la puerta con la intención de rearmar un puzle en el que todas las piezas habían cambiado.

La encontré en un hogar en el que nunca participé en construir, en un sofá cuyo color no escogimos juntos y con una postura que no me atrevía a abrazar.

Al parecer había estado viendo alguna serie o película. Se había quedado dormida después de llorar. Había palomitas desperdigadas por la colcha y aprisionaba un cojín contra su pecho.

En otras circunstancias, meses atrás, no hubiera dudado. No estaría tanteando o buscando la manera de levantarla en brazos para llevarla a la cama y que pudiera descansar cómodamente.

Me rebané los sesos durante un par de minutos hasta que me empezaron a arder las yemas de los dedos y el cansancio del trayecto en coche desde Saint Tropez hasta Madrid empezó a pesarme.

Había parado en Montpellier y en Tárrega. Apenas había podido dormir en el hotel de carretera de los nervios que me generaba aquel incierto reencuentro. Miles de escenarios me habían acompañado mirando el techo lleno de humedades de la habitación sin ventanas.

Imaginé a Victoria con otro, imaginé que me había mandado a Londres la demanda de divorcio, la imaginé irreconocible y la imaginé decidida a desterrarme de su vida.

Y puede que en eso último coincidiera con la que había cargado en mis brazos completamente dormida, pero aún no había podido mirarla a los ojos para intuir lo que pensaba de mí llegados a ese punto, que se me antojaba de no retorno.

No sabía qué podía esperar de ella porque tenía la sensación de que ella se había cansado de esperarme. Y sí, en eso solo yo había tenido la culpa. La responsabilidad afectiva era mi talón de Aquiles.

INMARCESIBLEWhere stories live. Discover now