𝟏𝟎

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༻𝑀𝑖𝑜𝑐𝑎𝑟𝑑𝑖𝑜༺


Corrió bajo la lluvia torrencial, empapándose, sintiendo cómo el cuerpo se le resistía cada vez que se obligaba a seguir. Gritó en medio de la calle oscura hasta que vio que se iluminaba una ventana, en el segundo piso de un edificio. Rezó como nunca había rezado antes cuando guió al médico hasta su casa y lloró cuando volvió a ver a Joe sentado frente a la mesa del comedor, inclinado sobre la misma con la cara llena de sangre.

—¿Llamó a una ambulancia, señora Reid? —el médico intentó reanimar a Joe, una vez que lo recostó tendido sobre la mesa.

Agnes no podía hablar a causa del llanto, tenía el disgusto atorado en la garganta pero se las arregló para asentir con la cabeza.

—¿Hace cuánto? —el médico lucía nervioso. Abrió los párpados de Joe y del otro lado de los mismos, Agnes llegó a atisbar las pupilas dilatadas y los glóbulos oculares inflamados.

—Hace... hace...

<<No lo sé>>. Para Agnes parecían haber pasado años. No tenían teléfono en casa por lo que había tenido que ir hasta la cabina telefónica más cercana. Como profesor, Joe ganaba más bien poco y ella, debido a su estado, no había podido seguir trabajando en la tienda de sombreros. La pandemia tampoco había ayudado. En un par de meses se había ido todo a la mierda.

Su vida idílica se había ido a la mierda.

El médico se cansó de esperar una respuesta y procedió a desprender la camisa de Joe con la finalidad de descubrirle el pecho. La camisa había sido blanca antes de aquella noche, Agnes lo sabía porque la había lavado el día anterior, cuando había hecho sol. Ahora, era de un color carmín intenso y desprendía un hedor metálico. El hedor de la sangre.

Agnes se tuvo que agarrar a una silla cuando vio lo que era el pecho de su amado Joe y el médico no logró contenerse la maldición que dejó escapar entre dientes. Tenía, al menos, tres puñaladas en el vientre y una en el pecho, del lado derecho.

—No van a venir —dijo el médico y de su maletín sacó un estetoscopio—. Mierda. La gripe lo ha complicado todo. Los hospitales están saturados. La ambulancia no va a venir. —Se hizo de unos segundos para escuchar los latidos del corazón de Joe—. Señora Reid —la miró con turbación—, su ritmo cardíaco es muy bajo y ha perdido mucha sangre. Lo único que podemos hacer es rezar.

<<Rezar. Rezar. Rezar>>.

Agnes rezó. Mientras lloraba y rezaba, se sentó a la silla, frente a su Joe que yacía en la mesa y le tomó la mano herida, llena de cortes. Se había defendido. Él era tan valiente. Era el hombre más valiente que Agnes había conocido jamás, aunque él se lo negara. ¿Qué otro hombre, si no tuviera valentía, rechazaría una fortuna heredada en pos de un ideal, en pos del sueño de un mundo mejor y más justo? ¿Qué otro hombre se habría casado con una joven analfabeta alcohólica y sin apellido paterno? ¿Qué otro hombre se habría aparecido en un hospital, en mitad de una pandemia de gripe española, y habría usado por primera y única vez la influencia de su apellido, para que un médico tuviera la decencia de atender a su esposa convaleciente y salvar a su bebé? Solo Joe.

<<Solo tú, mi amor>>.

Joe había muerto esa misma noche. Mientras caía un aguacero, y la ambulancia nunca llegó. El médico se quedó hasta la mañana en la que pudieron llevarse el cuerpo pero Agnes no se movió de su silla hasta el funeral. La policía quiso hablar con ella pero se cansaron de insistir y Agnes volvió a la casa que era suya y de Joe, y ese mismo día dejó de creer en Dios.

𝐵𝑟𝑜𝑘𝑒𝑛 𝐵𝑒𝑎𝑢𝑡𝑦 | Tommy ShelbyWhere stories live. Discover now