6

2K 217 51
                                    

Algunos días después de que la castaña tomara la decisión de encerrar a Dahyun, y de que Sana y Jihyo hayan intentando hacerla entrar en razón —sobre todo la primera, porque todas sabían que Momo jamás escucharía a Jihyo—, y la mayor había elegido, por esta vez, seguirles un poco la corriente.

—Si la dejas encerrada después de que algunos la vieron, los rumores no tardarán en correr. Creerán que le has hecho algo, Momo. ¿Acaso no usas tu cerebro más que para torturar personas? Piensa un poco.

Momo chasqueó la lengua con furia. A pesar de que lo detestaba, ella sabía que la odiosa Park Jihyo tenía razón. La gente del pueblo podría ser inculta y chismosa, pero no eran tontos con respecto a estas cosas. Las especulaciones no tardarían en correr por la boca de todos.

Esa misma mañana, cuando había salido a comprar algunas cosas necesarias en la tienda del pueblo, se había encontrado en el camino a varias personas hablando a sus espaldas cada vez que pasaba por algún lugar. De inmediato supo que Tiffany había hecho de las suyas.

Suspirando frustrada, abrió la puerta de la habitación donde mantenía encerrada a su presa de un solo empujón, encontrándose a Dahyun organizando en una repisa los libros que Jihyo le había dado hace algunos días para que no se aburriera. Y Momo podía ser muy irracional, pero no iba a impedirle leer siempre y cuando eso la mantuviera dentro.

Dahyun, quien iba vestida con unos shorts y una camiseta del doble de su talla, dio un salto de sorpresa en su lugar, dejando que algunos libros cayeran de la repisa y terminaran en el suelo, doblando sus hojas y arrugando algunas páginas.

—¡Oh, cielos! —murmuró, agachándose para recoger los libros que había dejado caer sin querer.

Momo tuvo que obligarse a observar hacia otra dirección cuando se dio cuenta de que los shorts se ajustaban —demasiado— a la esbelta figura de la menor y la camiseta —que era de su propiedad, por cierto—, se levantaba un poco, permitiéndole una vista de sus cremosos muslos ligeramente abiertos. Si observaba un poco más a la derecha, solo un poco, Momo podría notar como los shorts se apretaban justo en ese lugar prohibido.

Carraspeó, ahuyentando los impuros pensamientos que azotaban su mente y llamando la atención de Dahyun al mismo tiempo, quien se levantó de un salto, dejando algunos libros aún en el suelo.

—¿Sí? ¿Puedo hacer algo por usted, señorita Hirai? —preguntó, levantando el mentón y hablando con voz firme.

Momo levantó una ceja ante su tono.

«¿Qué demonios? Aunque la tenga atrapada aquí, ella no parece doblegarse... No es normal.»

La camiseta que llevaba puesta pareció levantarse ligeramente cuando Dahyun compuso su postura, y los pensamientos impuros y oscuros volvieron.

«Definitivamente no lo es.»

Inhaló y se aclaró la garganta, observando la repisa en busca de un poco de control mental, antes de hablarle, aún sin verla.

—Cámbiate.

—¿Disculpe?

—Disculpada —respondió, sonriendo de forma divertida hacia ella—. Y te he dicho que te cambies.

—¿Con qué objetivo? Si es que puedo preguntar.

—¿Cuál es la regla número cuatro? —preguntó en un susurro ligeramente ronco.

Su mirada desviándose sin quererlo hacia el cuerpo de la menor, recorriéndolo sin una pizca de disimulo.

Dahyun se sintió arder por cada parte de su cuerpo que la mayor observaba; era como si su mirada tuviera el poder de quemar cada lugar, cada cosa que observaba. Estaba jodidamente caliente.

Believe in Destiny - Dahmo G!PWhere stories live. Discover now