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Dicen que las mejores cosas nacen de la nada, aparecen porque sí, sin esperarlas. NamJoon aprendió que ésa sensación, ésa ocurrencia, no pasaba fácilmente en la vida, así que aprovechó al máximo cada gota de cosas preciosas que iba recibiendo desde su carta de Hogwarts. Como la vez que fue al concierto de las Brujas de Macbeth como regalo de Navidad, sin siquiera habérselo pedido a sus padres. O la vez en que sacó el Expecto Patronus sin practicarlo más de dos veces, salvándose así de reprobar Defensa Contra las Artes Oscuras.

Pero el mejor y más inesperado suceso fue la aparición de TaeHyung en su vida.

Nunca antes se habían tomado en cuenta, ni siquiera en las usuales disputas que las casas mantenían en los pasillos o en salas de clase vacías. Sólo habían estado en las sombras, lejanos y ajenos a sus miradas y existencias, NamJoon se ocultaba de todo el mundo tras JungKook, aún sin usar las enormes gafas y claramente temeroso de la vida mágica en Hogwarts. TaeHyung, por su parte, permanecía en silencio y leyendo con seriedad, notándose lejano incluso si andaba con su grupo usual de amigos o con la igualmente seria compañía de HoSeok. Nadie podría sospechar lo que se venía.

Fue una tarde de octubre, el frío otoño decoraba de naranjo las cornisas de las ventanas y el viento desordenaba el cabello largo, levantaba las faldas de las chicas, llevaba lejos los pergaminos de los de último año. Era martes, y tocaba Pociones con el profesor Slughorn, un viejo curioso y bonachón que explicaba demasiado las cosas. La luz entraba débil por los cristales de las ventanas altas, los libreros estaban vacíos y la sala de Pociones mezclaba a alumnos de verde y azul, sexto año y comenzando el peligroso proyecto de seis meses de hacer el famoso Felix Felicis.

Y era una tarde aburrida, la mayoría de los alumnos bostezaba y hablaba en voz baja, como si se pusieran de acuerdo para estar cansados. Algunos ocupaban su varita en vez de hacer la poción, otros tonteaban al buscar las pociones del libro que harían aquel año, y así insufriblemente adolescentes. NamJoon dormitaba sobre su caldera de bronce gastado, cabeza acachada y gafas cayéndose por sobre el puente de su nariz grande y recta. Por más que no le gustara el proyecto, el bendito Felix Felicis borbotaba con pereza bajo su nariz sin parar, y sus ojos se cerraban poco a poco en relajo ajeno a las voces de su clase, fue cuando Sean Portus, su compañero del cuarto de Ravenclaw, le asustó con notable brío en su voz.

-¡Epa, vas bien! ¿Me lo haces?

-¡Aaahhh! - Gritó NamJoon con la sorpresa clavada en su claro timbre de voz, característico en él.

Y la poción terminó con la mitad del libro dentro, la caldera moviéndose violentamente de un lado a otro y el líquido derramándose sobre la mesa de trabajo. Sólo el silencio le siguió al suceso, un frío silencio de temor. NamJoon se llevó las manos a la cabeza apenas terminó de gritar, con los ojos abiertos de par en par, sus labios temblando en terror. Sean, a pesar de su considerable tamaño, pareció volverse chiquitito en su túnica adornada de azul y amarillo para luego retroceder un mísero paso. Toda la clase observaba repentinamente a los dos chicos Ravenclaw, tanto directamente como de reojo, curiosos por lo que había pasado.

El profesor Slughorn se acercó a NamJoon con pasos medianamente acelerados, parecía un sillón poseedor de un andar patoso. Sean cada vez se alejaba más, pero el alumno de atrás suyo (un Slytherin) le empujó hacia adelante, al lado de su compañero.

-Hombre, lo siento... - Se disculpó torpemente Sean, pero el profesor Slughorn alzó una mano mientras miraba el desastre de poción que ambos habían provocado. El hombre se detuvo, aunque nunca en su vida se vio severo y aquella no era la excepción. El libro comenzaba a quemarse en llamas doradas, y la mesa burbujeaba peligrosamente bajo las miradas de los presentes - Por los calzones de Merlín...

𝗕𝗲𝘀𝗼𝘀 𝗲𝗻 𝗲𝗹 𝗰𝗮𝗺𝗽𝗼 𝗱𝗲 𝗾𝘂𝗶𝗱𝗱𝗶𝘁𝗰𝗵Where stories live. Discover now