Capítulo 8; Precipizio

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—... Por allá están los viñedos en los que trabajo —Rocco levantó el brazo izquierdo hacia la zona sur, la cual estaba repleta de plantío de uva para hacer vino.

Nos encontrábamos en lo alto de la Torre Grossa, parados frente a la barda de protección, uno a un lado del otro, observando nuestro solitario alrededor.

Después de habernos besado en aquella calle, decidimos reanudar nuestro camino y llegar a la Piazza del Duomo, en la cual caminamos un poco, pero como estaba repleta de gente, Rocco sugirió que subiéramos al monumento. Que a pesar de estar cerrado, una puerta trasera nos abrió el paso.

En ese momento observaba el pequeño pueblo, pintoresco, lleno de luz y vida, todo lo contrario a mí. Caí en cuenta de dos cosas.

Que a Di Maggio le hubiera encantado la vista.

Con la noche estrellada, la música italiana de fondo y la tranquilidad que se sentía al estar alejada de todo estando justo en el medio.

Y que no podía ser cierto.

Que yo no podía estar parada en lo alto de una torre sintiendo el viento pegarme en la cara, ni escuchando las risas de los turistas debajo.

Porque la realidad no podía ser tan buena.

Porque mi realidad no era tan buena.

—Y no me estás poniendo atención —comentó sacándome del trance en el que yo misma me había colocado.

—Perdón. Yo... no... —moví un poco la cabeza.

—Está bien, a veces yo también me pierdo en mi mente —inclinó su rostro de lado, buscando mi mirada y quitando un mechón de cabello que impedía verme completamente.

Yo continué mirando la ciudad, pero una de sus manos encontró mi mentón y me guio hacia su contacto visual, donde no pude evitar notar que un brillo de lascivia en sus ojos se hacía más grande con cada segundo que pasaba.

—¿Si? —pregunté, tragando saliva.

Mi respiración se volvió cortada y acelerada al ver esos ojos café.

—Si, y tengo la idea perfecta para sacarte de ahí —enunció Rocco, pasando la misma mano a lo largo de mi quijada, hasta llegar a mi nuca, y tomando mi corto cabello en un puñado.

Le dio una vuelta, y otra, hasta que quedó en forma de coleta, y me escrutó con la mirada antes de darle un ligero tirón para que quedara en la inclinación perfecta.

Jadeé y sentí como mi sexo se humedeció por la posición dominante que tomó.

Poco a poco se fue acercando a mi rostro, sin soltar su agarre en mi pelo, hasta que sus labios quedaron tan cerca de los míos que se tocaban ligeramente.

Sin embargo, ahí se detuvo, como para asegurarse de que eso era lo que yo quería.

Y no tuve que convencerme mucho, porque quería besarlo de nuevo.

Corté la diminuta distancia que nos separaba y gocé su sabor, moviéndome contra su lengua.

Al inicio fuimos lento, como si él estuviera analizando hasta donde podría llegar, hasta donde estaba el límite.

Aunque no pasaron ni tres segundos cuando el beso se volvió demandante. Sus labios me tomaron con fuerza, moviéndose con intensidad y rapidez, como si no pudiera dejar de probarme.

Nuestras bocas se exploraron con necesidad y mi piel cobró una vida que solía ser inexistente.

Pasó su lengua por debajo de mi labio superior, dándole un pequeño giro al llegar a la comisura, y soltó un jadeo, excitándome con el sonido ronco que provocó.

Balance ImperfectoWhere stories live. Discover now