Epílogo

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Haruto observaba con atención el verdoso árbol que se posaba en la sala de estar. En sus manos tenía una estrella dorada y con brillos, mientras que en la otra tenía una estrella plateada con lindas terminaciones en las puntas.

—Ser o no ser, esa es la cuestión.

El rubio miró con una mueca al chico ahora castaño, que se encontraba descansando en el gran sofá, mientras comía una papa tras otra de la bolsa que yacía a su costado.

—¿Y tu piensas estar todo el día ahí? Para que sepas, el árbol no se hace solo, ¿sabes? — dijo con el ceño fruncido y un falso enojo.

—Obvio que no se hace solo, por algo estás haciendo el árbol tú, ¿no? — respondió sonriente y con una mirada burlona en su rostro.

El pelinegro suspiró y al final sonrió para así poner la estrella plateada en la pequeña mesa de su costado y guardar la otra.

—No recuerdo haber leído en el contrato que tendría un novio tan vago y esclavizador — el contrario frunció el ceño y le tiró una papa al rostro.

—Pues entonces bien mal que lees, porque se te olvidó leer la letra pequeña del contrato, tonto.

—¿Cómo que tonto? — dijo con una voz un poco más ronca y un semblante serio.

Oh mierda.

El rostro del castaño se desconfiguró rápidamente y comprendió en seguida.

Hoy habría Junkyu asado de cena.

Haruto comenzó a correr en dirección al menor para así lanzarse sobre él, escuchando gritos extraños y sonidos dignos de un animal dando a luz.

—P-Perdón, n-no fue mi intención d-de-decirte imbécil, ¡No! O s-sea tonto— dijo como pudo mientras el mayor lo atacaba con cosquillas, hasta que en un momento, Haruto le hizo cosquillas en los costados de su estómago y Junkyu le pegó un codazo que lo dejó en el piso.

Estuvieron momentos en silencio. Junkyu estuvo a punto de reírse hasta darse cuenta de la situación.

—Oh, bueno, te lo mereces, pero ¿duele? — preguntó con una notoria expresión de preocupación.

—Se me olvidaba que tienes una fuerza extrañamente anormal en tus codos.

—Verdad, ¿no? Comienzo a pensar que mi altura y toda mi fuerza se almacena ahí.

—El codo de Junkyu.

—Sí, el codo de Junkyu — musitó con una pequeña sonrisa.

Junkyu era muy bonito. Estaba seguro que hasta el ser más malo y horrendo del universo se podría purificar con tan solo ver su sonrisa.

El chico era el ser más melifluo que podría existir. Estaba lleno de dulzura y mucho amor, aunque también mucha maldad, porque a veces lidiar con los caprichos del menor era como lidiar con un niño pequeño, si es que no era peor.

—¿Qué miras, ogro? — el menor se acercó con una tímida sonrisa hasta el mayor, quien seguía en el piso y seguidas mirando al castaño.

—Eres muy bonito.

Las mejillas del menor tomaron un tono carmesí casi que de manera instantánea, logrando sacar otra sonrisa en el rubio, el cual se acercó aún más.

El menor frunció el ceño y miró con atención al rubio que se volvía a recostar en el piso. Se paró y se volvió a recostar, pero esta vez sobre su novio, mirando con atención el rostro ajeno.

Repartió cortos besos por todo el rostro,  dejándolos sonrientes, para luego ambos acurrucarse y aspirar el aroma del otro. Junkyu se escondió en un rincón del cuello de Haruto, mientras que el anterior decidió abrazar con mayor fuerza la cintura del menor, siempre y cuando no fuese a hacerle daño; a sus ojos, Junkyu era tan etéreo que pensaba que a penas lo tocaran se iba a quebrar, pero en realidad era probablemente tan duro como una piedra. El chico era la definición de infantil y ni si quiera le bastaban los dedos para contar cuantas veces Junkyu terminaba haciéndose daño por estupideces que hacía y ocupando benditas que le ponía Haruto.

Casillero🍇 Harukyu (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora