Capítulo 3 - La presa

208 27 6
                                    

Narrador omnisciente.

El cazador normalmente, completaba la primera fase en el tiempo marcado. Sin embargo, después del trascurso de largas jornadas chateando con su elegida, el individuo se encontraba desosegado. No pensaba que poseyera muchas virtudes; de esas de las cuales los hombres intachables presumían, pero la impaciencia no se hallaba entre ellas. Necesitaba iniciar la cacería sin permitirse más demoras.

Su presa hasta el momento lo había sorprendido, no resultó tan manejable como imaginó, y necesitó desplegar todo su catálogo de habilidades de conquistador para conducirla hasta el punto convenido. Al contrario de lo que pensó, resultó ser alguien agradable y sensual, deseosa de atención, y él, estaba dispuesto a concedérsela.

Sin embargo, su tiempo de preparación estaba llegando a su fin. Empezaba a encontrarse harto de tanta palabrería inútil, que únicamente le causaba exasperación. Necesitaba ir al tajo directamente y concretamente a su yugular. Le gustaba cegar a sus víctimas, mientras las follaba salvajemente, y después eyacular encima de la sangre que emanaba de su yugulares.Extirparle los ojos era la mejor parte.

Sonrió maléficamente, mientras mostraba la perfecta hilera de dientes blancos como la nieve. Le gustaban mucho los juegos de palabras macabros, pero disfrutaba más de sus gritos y peticiones, rogándole entre lágrimas, que las dejará vivir, justo cuando él se encontraba en el punto más álgido de la noche...

Se miró por décima vez al espejo que cubría todo el alto de la pared. Lo había colocado el mismo como cada detalle de ese refugio macabro. Se trataba de una casa encerrada en el medio de un frondoso bosque, que le proporcionaba todas las comodidades que necesitaba. De compleja situación y difícil acceso, por algún motivo desconocido, no se marcaba en los mapas. La descubrió en una de sus excursiones programadas. Una tarde de otoño tuvo la buena fortuna de hallarla, y resultó ser perfecta, y mejor de lo que hubiera imáginado. Pertenecía a una anciana viuda, que no tenía parientes vivos, y no le fue difícil convencerla; tras una noche gratificante de confesiones descubrió lo eficaz que era el enorme horno, que antiguamente se usaba para cocer pan. Alcanzaba una temperatura capaz de derretir restos humanos y era perfecto para sus planes. Se ubicaba en un edificio contiguo a la casa, conectado directamente por una puerta muy amplia. Esa noche se bañó con la sangre de la mujer para celebrar su buena fortuna.

Para que su trabajo se realizara de forms eficaz y profesional necesitaba tranquilidad y paz, por suerte ese propiedad era perfecta y cumplía todos los requisitos.

Había enviado tres paquetes con los tributos a todos aquellos oftalmólogos que lo rechazaron, no pensaba actuar contra sus destinatarios; la policía estaría sobre la pista, y a él nunca lo agarraban con los pantalones bajados. Solamente los había mandado para aterrorizarlos, no existía nada peor que una amenaza pendiendo sobre una cabeza.

A pesar de disfrutar de la noticia del hallazgo del segundo paquete, se encontraba extremadamente irritado, y la prueba fehaciente de ello eran las rojeces que le habían salido en los pies; síntomas claros de su estado nervioso, y que le restaban belleza a su perfección, eso lo enloquecía.

Se le estaba terminando el tiempo, y nadie conocía su defecto, lo asqueaba no poder ser perfecto, pero eso pronto cambiaría; únicamente debía de encontrar las córneas perfectas para iniciar el ritual.

La noche había caído, y como cada velada había quedado citado con su objetivo a través del ordenador, ella le había prometido confesarle algo que lo mantenía en vilo, y que además prometía ser jugoso a juzgar por el secretismo que ella le impuso.

Se acarició una vez más el rostro, dibujando sus facciones perfectas que formaban el arco ovalado de su cara. Delineó su aguileña nariz pasando de largo los ojos, que prefería no mirar, delineó su arco de Cupido y esbozo una sonrisa siniestra, aunque, complacida.
Era tan hermoso que no consentiría que ningún mortal le robase su belleza.

Rendido Al PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora