Prólogo

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Diciembre, 1981

Está nevando.

Es la segunda vez, en ambas vidas, que estoy en un lugar con invierno.

Sería más disfrutable, hermoso y maravilloso si ella estuviera aquí. No. Está aquí. Sería mejor si fuera ella quien me sostiene, en vez de estar en una caja, siendo bajada al fondo de un enorme hueco en la tierra.

Acacia Ethelwold, Madre-Tía-Hermana

15 de Marzo de 1960 - 31 de Octubre de 1981

Sentía que lo único que había hecho los últimos días era llorar, y pensaría que en mis ojos ya no quedaba ninguna gota de agua por sacar. Estaba equivocada. Bastó una inscripción en una lápida recién colocada para que de mis ojos volvieran a brotar.

Pandora me meció un poco, tratando de calmar mi llanto, y evitando que la bebé en su otro brazo despertara. No era nada eficaz. En verdad, no podía parar de llorar. Ni siquiera yo lo entendía. Había pasado con ella poco más de un año, no tendría que causar tanto dolor.

Entonces, ¿por qué sentía que algo se me había arrancado del pecho?

Algo profundo, pesado y doloroso.

¿Era posible aferrarse tanto a una persona?

Ella fue la primera persona que vi al despertar en este mundo. La persona que me recibió, me abrazó y se declaró como mi madre... Bueno para ella lo era.

Para mí lo es.

Y de eso se trató todo. En ese momento solo tenía eso sobre este mundo. Yo era su hija y ella era mi madre. Todo era incierto, temible y aterrador sobre el futuro. Lo único que sabía es que ella estaría ahí.

Me equivoqué.

Las últimas paladas de tierra estaban siendo arrojadas y habían cubierto el ataúd casi por completo. Xenophilius había decidido hacerlo para cumplir la petición de Pandora.

Podía imaginar la razón para no usar magia. No quería que acabara tan rápido.

Con los ojos un poco empañados, traté de ver entre los rizos, casi tan blancos como la nieve que caía, el resto del lugar. Parecía que en primavera sería una preciosa pradera. Habían pequeñas tumbas bastante alejadas entre sí, con un pequeño camino apenas visible que debía haberse formado por las pisadas de sus visitantes. A unos metros del lugar estaban los aurores, dándonos la espalda para vigilar la entrada.

Esperaban que al celebrar esto pudieran encontrar algunos mortífagos que se hubieran escondido. Esa fue la principal razón para finalmente entregarnos el cuerpo, más de un mes después de su muerte. El plan era hacer una exhaustiva revisión a cada persona que asistiera, quitando encantos y hechizos de apariencia para llevarse a los fugitivos.

Debían estar aburridos por la brutal falta de trabajo.

Ni una sola persona se había presentado. Eso provocó un pequeño sollozo. Esperaba algún amigo, un conocido, o algún otro familiar. Nunca imaginé algo tan solitario.

—Pensé que al menos vendría él. —escuché murmurar a quien me cargaba.

No sabía a quién esperaba ella.

El ruido de la pala contra la tierra se fue apaciguando, hasta que quedó un silencio sepulcral. El hombre se posicionó al lado de su esposa y trató de quitarnos de sus brazos. Con reticencia entregó a la más pequeña que estaba bastante calmada, a pesar de haber sido despertada por mis alaridos. A mí me acomodó para que quedará con la vista al frente.

—Acacia... —su garganta se escuchaba seca y floja. Parecía que le costaba demasiado reunir la energía y valor para pronunciar su nombre–- ¿Tenías que irte?

No era un reproche. Era una pregunta sincera cargada de tristeza, junto a unos cristalizados ojos plateados.

—Supongo que sí... debía ser tu momento de pasar al otro lado... No tengas miedo al encontrarte con mamá y papá —se elevó la esquina de su labio–-, ellos ya no pueden matarte allá por haber decidido dejar su bando... —mordió su labio, tragando las finas líneas de agua que se acumulaban en sus ojos–- Además, deben estar rebosando de alegría al enterarse de su pequeña nieta. Tu hija es muy hermosa —susurró–-, tierna e inteligente; se parece mucho a ti.

Volví a sollozar, lo que provocó que fuera mecida con más énfasis que la vez anterior. Tenía tantas ganas de pararme en la tierra con el único objetivo de tirarme con rabia al piso.

Me quedé estática al sentir algo húmedo en mi frente. Me giré un poco, encontrándome con el rostro contorsionado por el llanto de Pandora.

—No te preocupes por ella —logré entender en medio de su llanto–-, yo la voy a proteger ahora.

Me sentí algo aprisionada cuando su esposo se acercó a ella y la cubrió en un abrazo, cuidando no aplastar al pequeño ser en sus brazos.

—Nosotros la vamos a proteger ahora —la voz ronca de Xenophilius demostraba cuánto le afectaba el estado de Pandora. Era muy dulce—. Somos una familia ahora.

Me sentí ajena, en medio de esa muestra de afecto. La idea era hermosa, pero aún no me sentía así. Aún dolía demasiado.

Unas horas después estábamos caminando en el pequeño sendero que conducía a la salida. Los aurores acompañaban cada paso, sin embargo, podía notar lo frustrados que estaban al perder el tiempo vigilando un entierro sin sentido.

La nieve empezó a caer con mayor insistencia y el cielo se había oscurecido bastante en el momento en que atravesamos el portón de hierro que separaba ese pequeño y escondido cementerio.

Con el corazón encogido volteé para mirar el punto en el que se encontraba su lápida por última vez. Fruncí el ceño y alargué el corto cuello que poseía para observar con mayor atención lo que pasaba.

Una persona, cubierta por una enorme capucha de un color muy oscuro, se encontraba parada frente a su tumba. Estaba a unos metros de la piedra que llevaba su nombre y no dio un solo paso más. Esa persona... se sentía familiar.

Pandora se giró, mirando en la misma dirección. Luego, me acostó en sus brazos y siguió su camino. No pude saber quien era.




Empecemos con la tercera parte de esta aventura.

Reencarné en El Prisionero de AzkabanWhere stories live. Discover now