𝐏𝐀𝐑𝐓 𝐈𝐈.

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Después de aquella emotiva puesta de sol, Edward no pudo ignorar los sentimientos de Irene. La idea de que ella hubiera pensado siquiera en terminar con su sufrimiento—como ella lo había descrito, le quitaba el poco sueño que lograba tomar. Merodeando por los pasillos del hospital, descubrió que una clínica cerca de las instalaciones donde pasaban la mayor parte del tiempo, ofrecían sesiones de terapia gratuita para los pacientes que lo necesitaban. Por más que lo deseara, él solo no podría ayudar a Irene, incluso si lo quisiera, no era un terapeuta. No podía arreglar las almas rotas de los demás, no cuando su vida era una lista ilimitada de sueños rotos.

Convencer a Irene no fue tarea fácil, ella era testaruda como la que más. Por primera vez desde que se conocen, él tuvo la última palabra. Curiosamente, no se sentía tan bien como se lo había imaginado.

La clínica estaba rodeada de pósters con sonrisas artificiales y frases de apoyo, no era nada acogedora la hipocresía de sus dientes perfectamente blancos y los ojos maquillados. ¿Acaso era la felicidad así de fementida siempre?

El grupo constaba de un total de doce integrantes, sin contarse a él mismo, y al psicólogo. El doctor Díaz era un hombre anciano, con más títulos y validaciones acádemicas de las que fueran necesarias. Y a él le encantaba mostrarlas. Desde que le conoció supo que era un cretino, pero lo que más tenía a mano, y Irene necesitaba toda la ayuda que pudiera darle.

Irene vestía su pijama gris y el cabello recogido en una coleta baja, hecha con pereza. No quedaba ni rastro de la chica que había conocido en abril, y la quería de vuelta.

Ella ocupaba la novena silla del círculo que creaba el grupo de apoyo. El grupo era peculiar. Ashton, era de la misma edad que Edward e Irene, jóven y desesperanzado al igual que ellos. Sus impulsos y tendencias suicidas lo llevaron a asistir a terapia, pero nadie sabía qué lo llevó a cometer tales acciones; nadie le preguntaba tampoco. Viola no podía tener más de veinte, y era una paciente de diálisis, fue la causa que la precipitó a una profunda depresión. Ashton y Viola habían creado una conexión inmediata desde que se conocieron, y, que ahora en la tercera sesión de Irene ya eran más que inseparables.

Al menos ese lado sociable suyo seguía intacto.

—Irene —la llamó con tono solemne—, me agrada saber que hayas venido a la sesión. No pensaba que volvieras.

¿Y eso por qué? —respondió, con cara de pocos amigos.

—Porque no parecías estar de acuerdo con mis métodos.

—Eso es porque no necesito terapia, no estoy loca.

—Ninguno de los presente lo está —apuntaló, acomodándose las gafas sobre el tabique—. Y dinos, ¿por qué estás aquí? si no necesitas terapia.

—Él me obligó —apuntó a Edward con el dedo. El muchacho tembló.

—Así que eso fue.

—En mi defensa diré —intervino—, que solo estaba preocupado por ella.

—¿Puedes elaborar?

—Le dije que pensé en quitarme la vida —respondió con frialdad—. Me gustaría recalcar, que fue un pensamiento.

Hubo un silencio inquietante en la sala. Viola conversaba un rostro dulce y sombrío, miró a Irene con la misma decepción que Edward, solo que ella no era tan diestra como él en el arte de maquillar sus emociones.

Comprendía la frustración de Irene, si bien él estaba tan sano como un roble, no era fácil para los que estaban alrededor de ella y resultaban heridos por su honestidad y orgullo. Inconscientemente, ella había alejado a casi todos sus amigos del instituto, guardando solo a los más cercanos un lugar en su corazón. Era afortunado de contarse como uno de esos a los que no lograba alejar, pero eso no significaba que ella no lo intentara diariamente. Si lo hacía con esa intención, o se trataba de su estado irascible, no sabía.

—¿Hay algo que te haga sentir... desesperanzada?

—No sé si todos los chismes llegan hasta aquí a menudo, pero —dijo mientras se cruzaba de brazos— me estoy muriendo. He estado muriendo desde hace mucho tiempo ya.

—Esas no son noticias fáciles de encajar.

¿Le parece, doc? —arremetió una vez más.

—Recuerdo haber escuchado tus pensamientos sobre tu situación —revisó en su agenda de mano—, que habías aceptado tu destino.

—Y así es, pero otros no.

¿Te refieres a tu novio?

—Yo n... —Edward intentó decir algo, pero Irene lo cortó.

—Sí.

—Siento que hay algo más que no me estás contando.

—Aparentemente, tengo problemas paternos. Y maternos.

—Si me permites preguntar —se acomodó la corbata—. ¿Dónde está tu madre?

—Con su nueva familia.

¿No planea visitarte?

—Según ella, sí. Quién sabe.

—¿Le guardas resentimiento a tu madre por no estar tan presente como te gustaría?

—Ella hizo su elección cuando tuvo la oportunidad.

—Así que le guardas rencor —acusó el doctor.

—He dicho que no.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—¿Esto no era un grupo de apoyo? —interrumpió brevemente—. Ya sabe, para que todos hablen, no solo ella.

—¡No necesito terapia!

—La necesitas.

¿Qué lo hace estar tan seguro?

—Porque estás llorando y ni siquiera te has dado cuenta.

Incrédula, Irene se pasó el dorso de la mano por la mejilla, al tacto reconoció la humedad justo debajo de sus ojos. Ashton le pasó una caja de clínex, pero ella la tiró al suelo con desdén.

La pelirroja saltó de su silla y salió disparada de la habitación. Edward se disculpó con todos, el doctor le explicó que ese ipo de reacciones eran normales y que las veía a diario. Eso no fue lo único que dijo—le aseguró que Irene nunca estaría en paz con su pasado a menos que hiciera las paces con su madre y la perdonara por dejarla atrás. Eso era muy fácil de decir, lo díficil sería llevar esa teoría a la práctica.

Corrió detrás de ella para alcanzarla, estaba apoyada contra una pared.

Puso su mano sobre el hombro de la chica, afrontaba dificultades para respirar, porque no debió haber salido corriendo en primer lugar. Desde que su condición empeoró, sus fuerzas y resistencia se vieron más limitadas que nunca. Reconoció que no debió forzarla a hacer algo que no debía, no lo habría hecho de saber que eso la haría sentir mal.

—No volveremos a ese lugar, te lo prometo —susurró—. Yo solo quería ayudar.

—No tengo solución, Ed —respondió sonriendo levemente—. Deja de intentar ayudarme.

Se sentó junto a ella en mitad del pasillo, con la espalda contra la pared. Desde que la conoció supo que lo mejor que podía hacer para lidiar con ella, era darle espacio.


Nota de la autora: Esto no es un capítulo oficial de la obra, pero siento que debería serlo. Promovamos la importancia de la salud mental, por fa vor. Si en algún momento sientes que no puedes más, busca alguien de confianza con quien hablar, o a un especialista; sufrir es una opción solo si tú lo decides así.

Oxygen: Lo que dure la primavera. #Pgp2023Where stories live. Discover now