CAPÍTULO VEINTIUNO

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La cabeza le dolía, pero no iba a quejarse de los gritos; los merecía. Había perdido a Luna en una maldita fiesta llena de gente. Ni siquiera pudo luchar contra su atacante ya que lo golpeó en la nuca por la espalda. Entre los gritos de su suegro, cuando oscila entre la consciencia inconsciencia, se pregunta qué hubiera sucedido si no rechazaba el acompañamiento de Baltazar.

Selena tenía el celular pegado a su oído, escuchando a su amigo hablar sobre el aparato que le proporcionó. Le echaba vistazos de reojo a Tristán siendo atendido por Serena, y también observaba con recelo al hombre a un lado del preocupado padre de Luna. Xavier se cruzó de brazos, escuchando a su amigo despotricar contra el joven convaleciente que también se culpaba.

—No creo que esto esté ayudando, Joe —Marcela trató de hacerlo entrar en razón.

—¡La perdió en una puta fiesta!

Selena colgó el celular, detallando la punzante vena en la frente de Joe; se hallaba rojo de la ira. Con justa razón, pero molestarse con Tristán no traerá de regreso a Luna. Dicen que las primeras cuarenta y ocho horas son cruciales en los secuestros. Los agresores tienden a llamar a los familiares para pedir rescate o seguir amenazando, sin embargo, ella veía imposible que alguien le hablara a los Nankín.

El secuestrador de Luna se encontraba entre ellos, mostrando expresiones de preocupación. Detestaba no poder probar que Xavier de Armas tenía algo que ver.

Su gemela se incorporó en el asiento y ambas compartieron una mirada con Marcela; ella desconocía su lazo con los Nankín, ya que la vida delictiva de los de Armas no se metieron jamás en su vida, así que no existía motivo para que conociera a los Vallejo.

—Necesitamos hablar —susurró Serena en su oído.

—Después —le prometió Selena, con su voz suave y modulada.

—Tiene que ser ahora —insistió.

—Preciosa, no es momento; Luna está desaparecida.

—Es sobre Luna —le hizo saber, con cuidado de que ningún oficial la escuchara.

Selena suspiró. Ninguno de los adultos les prestaba atención; ellos ya habían declarado y contado todo lo que vieron en la fiesta. Tampoco dieron demasiada información, ya que sus recuerdos de anoche estaban borrosos por la bebida. ¿Por qué bebió tanto? Nunca lo hace fuera del Círculo de Seda.

—Bien, vamos al baño —dijo, esta vez un poco más alto. Serena se puso de pie de un salto, al igual que Selena. Tristán las observó con un ojo abierto, y sujetó a la última rubia de la muñeca.

—También quiero ir.

—Lo siento, solo chicas.

Serena regresó sus pasos y se acuclilló frente a la cara de Tristán.

—Si puedes caminar, puedes venir —sentenció; también necesitaba que escuchara la nueva información.

Tristán gruñó y con esfuerzo se puso de pie. Selena blanqueó sus ojos y le pasó un brazo por sus hombros, ayudándolo a andar. Serena los observaba, divertida.

—Quien diga que el chisme no mueve montañas les está mintiendo.

—Cállate —murmuraron ambos. Caminaron por los pasillos de la mansión Nankín hasta llegar a uno de los baños en la parte baja. Los tres ingresaron y Serena se aseguró que nadie pasara por ahí antes de cerrar con pestillo.

—Bueno, ¿qué es eso tan importante que tienes por contar? —quiso saber Selena, apurada, apoyando a Tristán en la pared, pero él caminó hacia la taza del baño; cerró sus ojos, la cabeza le punzaba.

La condena del señor XWhere stories live. Discover now