Capítulo 2

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Aburrido miré la hora, el gran reloj de la pared burlando mis ansias de huida, como si supiera, que en mi nuevo hogar, esperaba por mí un desorden colosal de muebles y ropa por acomodar. Suspirando, organicé la pila de informes por entregar, abotoné correctamente mi camisa de algodón blanco y mi chaleco negro, rezando por no morir deshidratado o por un golpe de calor, mientras contenía el impulso de arrojar, por una ventana, aquel pequeño ventilador que sólo emanaba aire del valle de la muerte.

Para distraer mi actual estado de posible hipertermia, pensé en el sentimiento de alegría y dicha que trasmitía mi querida prima. Nunca la había visto de tal animosidad, con sus ojos almendrados destellantes, iluminando todo su rostro, supongo que el gran Mark la debía tratar con bastante cariño y amor. Un pinchazo en mi pecho me distrajo de mis afables pensamientos, sí, también quisiera eso, que de igual manera...

– ¡Jeon! – gritaron.

Sobresaltado, miré a mi compañero de oficina, encargado de recoger el reporte final.

– Qué... – balbuceé sin entender.

– Te estuve llamando por buen rato – negó con la cabeza mientras me entregaba un sobre dorado de terciopelo brillante – Toma, no preguntes qué es o quién lo trajo, el cartero simplemente preguntó por ti y se fue dejándolo en el recibidor – dubitativo, tomé el llamativo sobre, sintiendo la suavidad en mis yemas – Por cierto, amenos que quieras dormir en la oficina, te recomiendo que muevas el culo – sin más, salió del lugar, llevándose mis hojas.

Miré fijamente aquel vistoso sobre, hipnotizado por su color, el cual se hacía más brillante con la luz del sol, su suave textura cosquilleando mis dedos, como si los tentara para ser abierto. Con cuidado, lo giré y leí mi nombre, JungKook Jeon en una perfecta imprenta, bordado delicadamente en hilo rojo. Sorprendido, por tan elaborada presentación, aprecié el delicado sello rojo de cera, el cual tenía la forma de la cabeza de un gato, protegiendo su contenido, y dentro de él, se apreciaban dos letras en mayúscula, JP. Un sentimiento incontrolable de curiosidad brotó en mí, instando a mis dedos a sacarlo de una vez por todas. No obstante, el estridente ruido de las bocinas me sacó abruptamente de mis pensamientos, brisa calurosa, sudor empapando mi camisa y mi estómago rugiendo atacaron mis sentidos, recordándome la razón principal por la cual ansiaba llegar a mi amado hogar. Sacudí los restos de curiosidad que vagaban por mi mente y guardé el sobre en mi maletín. Necesitaba con urgencia un buen baño.



Solté mi maletín, sorprendido miré el corredor que conectaba la sala con la puerta principal, lo que antes parecía un laberinto de cajas ahora era lo que en un principio debió ser, un impoluto piso de madera con paredes blancas tapizadas. Adentrándome más, noté lo iluminado y ventilado que se sentía el lugar, los sillones en la sala estaban sin algún papel o caja sobre ellos, la mesa del centro la adornaba una hermosa escultura de luna y un jarrón de cerámica ovoide la acompañaba, los cuales daba por perdidos durante mi mudanza, éste último lo decoraban resplandecientes dalias rojas y rosadas, rodeando un hermoso y brillante girasol amarillo, vaya – pensé – incluso se tomaron su tiempo para arreglar un viejo jarrón. La repisa sobre la chimenea ya no sufría el ataque del polvo y suciedad, al contrario, en el centro de ella descansaba el horrible reloj de madera heredado por mi abuela junto a cuatro cuadros de mi familia y, no menos importante, el gran ventanal que conectaba con la hermosa vista de los frondosos árboles y el vasto océano ahora lo cubría una delicada cortina de seda, revoloteando por el viento.

Bien, JungKook, cálmate y piensa, ¿Quién demonios entra a una casa ajena para ser empleado doméstico? Estaba atónito, podía apostar que mi boca estaba abierta, pero no importaba, lo único importante ahora es que había dejado la ventana abierta en la mañana, todo por quedarme dormido y casi llegar al trabajo después de la hora de apertura, sí, habrán entrado por ahí. Sentándome en el sofá, clavé mi vista en la aterciopelada alfombra, sí, hasta ella rebosaba pulcritud. Despejé mi cabeza y pensé con más lógica, Irene, sí, la única persona cercana a la cual le interesaría prevenir mi futura enfermedad respiratoria por polvo y ácaros, asentí un poco más relajado, ignorando el hecho de que en ningún momento envió una carta pidiendo permiso para entrar, me preguntó por la llave en la cena de hace tres días o esperó por mi regreso para burlarse de mi reacción. Debería visitarla el fin de semana, para agradecer y reñirle por no comunicarme esto. Definitivamente todo esto amerita un baño con agua helada.

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