Capítulo 11

169 36 2
                                    

El intenso resplandor me despertó, haciéndome caer de la cama. El día ya estaba lo suficientemente claro para darme cuenta de que era demasiado tarde, y temí que Asgard me estuviera esperando en el taller o que quizás ya no lo estuviera haciendo. Me levanté rápidamente, aseé mi cuerpo y lavé mi rostro. Trencé mi cabello lo más rápido que pude mientras me metía dentro de un vestido de color gris azulado. Tomé el pergamino, la pluma y el tintero que me había dejado el día anterior y bajé las escaleras apresuradamente, tropezando torpemente con los escalones. La casa estaba vacía, no se escuchaba absolutamente nada, excepto mi respiración agitada.

Me dirigí hacia el taller, donde Asgard ya estaba presente con un pergamino en mano, lentes puestos y observando unas rosas de color negro. Estaba de espaldas a mí, luciendo unos pantalones de color ónice y una camisa del mismo tono, con un corsé masculino con detalles de color blanco y dorado, como si estuviera enchapado en oro. Su espalda se veía más ancha de lo que recordaba.

—Ejem —aclaré mi garganta lo suficientemente fuerte para que él me escuche.

—Has llegado una hora tarde —habló sin mirarme—. Odio la impuntualidad —me miró por encima del hombro con una mirada inquisitiva.

Bajé la cabeza, sintiéndome avergonzada—. Lo siento, no volverá a ocurrir.

Se giró quedando frente a frente conmigo, su rostro cambió de serio e intenso a divertido, soltando una carcajada que resonó en todo el lugar.

—Vamos, muffin, no es para tanto. ¿Lista para comenzar el maravilloso arte de la alquimia? —se quitó los lentes—. Un arte que puede hacer que hasta el corazón más duro se apriete ante los maravillosos aromas.

—¡Claro! Estoy lista —contesté con entusiasmo, le di una sonrisa espléndida mientras mi pie izquierdo se movía nerviosamente.

—Primero vamos de compras.

—¿De compras? —repetí, contrayendo el entrecejo.

—Claro, muffin. Tenemos que comprar flores y esencias en el mercado.

Mi curiosidad se despertó y mi nerviosismo se transformó en entusiasmo. Me preguntaba qué tipos de flores y esencias descubriríamos, qué misteriosos aromas me guardarían en ese mercado. Aunque no entendía del todo cómo las compras pudieran ser mi primera lección en alquimia, confiaba en que Asgard tenía un plan detrás de sus acciones.

Asgard me llevó afuera del taller y más allá de la vivienda, llegando al portón donde no había signo de un carruaje, sino dos hermosos caballos; uno del color de la miel recién cortada y una yegua de color blanco nieve en la que había llegado a esta hacienda.

—¿El carruaje? —pregunté desconcertada.

—No hay carruaje, muffin. Iremos al pueblo a caballo, vamos a cabalgar —me informó.

Acomodé un poco mis faldas mientras Asgard me ayudaba a subir al caballo, pronunciando frases un tanto subidas de tono que me hicieron blanquear los ojos. Me entregó una hermosa capa gris que coloqué rápidamente sobre mis hombros, sin preguntar de dónde la había sacado, pero era tan elegante que parecía digna de una diosa.

—Tus piernas son como la seda, ¿cómo se sentirán en mi tacto sin tanta tela? —sus palabras me hicieron darle una mirada de desaprobación—. Se nota que no tienes experiencia montando a caballo, relaja las piernas, no las tensiones —me explica mientras acariciaba la cabeza del animal—. Las riendas son las que guían a Amatista o cualquier caballo. Cuando desees que ella pare, las tensas.

Él subió al caballo de color miel, mostrándome cómo debía agarrar las riendas y cómo utilizarlas para guiar al caballo. Observé cómo él y el animal parecían fundirse en uno solo, sus ojos compartían el mismo color del pelaje del caballo.

Corte de Humo y Cenizas Where stories live. Discover now