2 | El graznido del cuervo

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 EL GRAZNIDO DEL CUERVO

       Los días siguientes pasaron extremadamente rápido, sin ningún contratiempo. El tiempo en la universidad transcurrió lejos del estrés de los exámenes y, como el curso acababa de empezar —a principios de septiembre—, las clases se reducían a presentaciones, conferencias y un buen puñado de alumnos que tenía dificultades para adaptarse.

        La única preocupación que Kevin había tenido durante las primeras semanas había sido la mala comprensión de varios documentos administrativos —por culpa de la letra pequeña—, pero se esfumó en cuanto visitó el edificio de piedra rojiza que se erguía en el centro del campus y que estaba consagrado a la dirección de la universidad. 

        Era viernes cuando se dirigió al Audubon Park, el lugar de encuentro para muchos de los estudiantes. Famoso por sus enormes robles, el parque estaba a rebosar de colegiales que se relajaban, estudiaban la poca materia que les habían impartido o simplemente disfrutaban de su momento de descanso bajo la brisa suave del viento. Hacía un calor acogedor, que solía extrañarse en invierno, y los rayos del sol iluminaban el terreno verde que se extendía por casi todo el lugar.

        Se paseó por los senderos de gravilla con paso lento, acompañado por el ligero murmullo del aire. Se cruzó con varios estudiantes conocidos, el profesor de anatomía y una pequeña parte del personal de limpieza. Les saludó con la mano mientras observaba su alrededor, distraído. Después, se sentó en un banco de madera que se encontraba al borde del camino. Miró la hora y sacó un mapa arrugado de la mochila. 

        Además de haber estado yendo a la universidad durante la semana, Kevin y Jack también habían ido en busca del demonio con la ayuda de Tessa. Seguía sin confiar en la banshee, pero parecía interesada en ayudar. Después de todo, les había ayudado a delimitar el área de nuevos posibles ataques y no les había ocasionado ningún problema —a pesar de ser repelente, bastante egocéntrica y extremadamente irónica—. 

        Kevin abrió el papel sin dificultad. Comenzó a ojearlo, reprimiendo un bostezo. El mapa estaba impreso con mala calidad y los trazos de las calles del centro de la ciudad se difuminaban con la tinta de la impresión, pero le era fácil distinguir las cruces rojas que había marcado alrededor de la zona delimitada. 

        Gracias a la banshee, que había recopilado la información de, como las llamaba ella, «fuentes fiables», habían ahorrado tiempo de investigación. Les había buscado todas las localizaciones de los asesinatos del demonio y había limitado una zona de búsqueda que se reducía a un buen puñado de barrios. Al menos, se habían quitado de encima peinar la ciudad de arriba abajo.

        Antes de poder formular alguna hipótesis en su cabeza sobre el próximo lugar del crimen, Kevin escuchó que le llamaban y alzó la cabeza, buscando el origen de la voz. 

        Era Jack.

        Venía caminando con un paso ligero e irregular por los senderos de tierra. Vestía una sencilla camiseta de manga corta que conjuntaba con unos pantalones rotos claros. Llevaba una mochila colgada de un solo hombro y escuchaba música con unos auriculares blancos de cable que terminaban en el bolsillo de su pantalón. 

        Le dedicó una sonrisa alegre, saludándole con la mano. Kevin guardó el mapa con un gesto disimulado, dejando la mochila a sus pies. Varios segundos después, el licántropo se había sentado en el banco con un ligero ademán de cabeza. Se quitó el casco de una oreja y preguntó, interesado:

        —¿Qué es lo que acabas de guardar?

        —El mapa de Nueva Orleans. Estaba buscando algún patrón en las muertes, pero no he encontrado nada. Los asesinatos del demonio no tienen ni pies ni cabeza. —Y era cierto. No había ningún modus operandi preciso y los lugares del crimen parecían estar seleccionados al azar.

El Legado de los MuertosTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang