CAPÍTULO 2

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Empezamos poco a poco, llevando cuentas pequeñas que apenas tenían presupuesto, pero al tiempo algunos medios se empezaron a interesar por nosotras y el asunto creció hasta donde estábamos entonces. Una agencia dirigida por dos mujeres que eran pareja, y con seis mujeres más en planilla, era demasiado goloso como para pasar desapercibido: >Tenía bastante sentido, y como todas las cosas que tienen sentido, funcionó.

Lo que más me gustaba de la oficina era sus enormes ventanales, que recorrían toda la pared del fondo. Unos años atrás no me habría importado trabajar en un sótano, pero ahora me había convertido en un girasol. La vida me parecía más amable cuando podía disfrutar de la luz natural. Nos costó mucho tiempo encontrar el local perfecto: diáfano, con techo alto, sin espacios muertos. Cuando entrabas lo tenías todo a la vista. Las dos salas de reuniones a la izquierda, los puestos de trabajo repartidos a lo largo de toda la estancia, y al fondo a la derecha la zona de descanso, nuestro rincón favorito. No tenía más que un par de butacas, un sofá y una pequeña mesita redonda, pero, en cualquier momento, podías encontrar a alguna de las chicas tomando café, hablando por el móvil o, simplemente, perdiendo el tiempo. Llamarla zona de descanso era prácticamente de mal gusto, porque era una de las zonas más vivas de la agencia. A mí la mayoría de las veces me gustaba el gentío. Y había algo de especial en compartir tantas horas del día con otras mujeres, algo que lo diferenciaba de cualquier otra oficina.

No sabría decir si era la decoración, expresamente más femenina y colorida, o la falta de hombres con trajes de chaquetas grises. O probablemente era el caos que solía reinar lo que había convertido en un lugar tan acogedor.

En ese momento todo estaba en calma, una calma inusual. No duraría mucho, pues Paula ya había salido de la sala e iba dando vueltas de un lado a otro. Cuando se encontraba ahí era que todo lo importante ya estaba realizado. Por mucho que hubiéramos intentado que todas ellas tuvieran su papel particular en la agencia, sin dotar de más importancia al trabajo de una u otra, en realidad Paula era la única que se había hecho totalmente imprescindible. Hasta hacía muy poco solo Poché y yo tratábamos con clientes importantes y medios, pero a medida que el volumen de trabajo fue aumentando tuvimos que delegar en ella. Lo hacía todo bien. Gestionaba el resto del equipo, estaba atenta a nuestras necesidades y era muy buena en ventas.

Poché y ella se pasaban el día enganchadas al teléfono. A veces las sorprendía, a última hora del día, hablando de cualquier cosa relacionada con el trabajo, o a veces simplemente se llamaban para contarse algún chisme. Si no hubiera sido porque Paula acababa de casarse con su novio de toda la vida habría tenido serias dudas de que no estuvieran liadas. Era tal para cual, y en realidad eso me daba tranquilidad.

Además, Poché tenía a su familia lejos, y Paula de alguna manera también había cubierto ese hueco. Nosotras llevábamos ocho años juntas, desde la facultad, y ella, cuando tendría que haber vuelto a Madrid, decidió quedarse conmigo en Barcelona. No fue estrictamente por mí, también por Icónica, pero siempre supe que si no hubiéramos estado juntas seguramente habría terminado volviendo. 

Esto me pesaba, y a ella también. Yo tenía mis amigas de siempre, las de toda la vida, además de las que compartíamos las dos, que eran las que habíamos hecho durante los años de universidad. Y era lógico que ambas necesitáramos, de vez en cuando, de alguien con quien poder hablar de nosotras, de nuestra relación, de las cosas que nos preocupaban, y yo en eso estaba más cubierta, porque seguía manteniendo una parcela de mi vida que era solo mía. Por eso creo que congenió tan bien con Paula, que igualmente venía de fuera. Compartían esa experiencia, la de sentirse solas, a veces, en una ciudad llena de gente. Puede que esto hubiera generado una cierta dependencia de Poché hacia mí, la misma que tenía Paula de su recién estrenado marido, que era un idiota. Y yo también me sabía dependiente de Poché, pero no sufría como ella. Porque  no eran celos lo que ella sentía, Poché nunca había sido celosa, era más miedo irracional a perderme

Tú y Tú y Yo [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora