_C A P I T U L O_ 03

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Detestaba a toda esa gente, excepto a Connie y Armin.

‐Sácame de aquí -le dijo. En ese momento se dio cuenta de que él era, posiblemente, su único amigo.

-No hay problema -contestó con voz alegre, fascinado de que alguien lo necesitara-. Pero primero tenemos que visitar a Marco.

‐No sé si podré volver a comer alguna vez. No después de lo que acabo de ver.

-Sí podrás. Ve al mismo árbol de antes. Nos encontraremos allí en diez minutos.

Feliz de alejarse de la casa, Eren se marchó hacia el lugar convenido. Sólo había estado en el Área un corto tiempo y ya quería irse. Deseó fervientemente poder recordar algo de su vida anterior. Cualquier cosa. Su mamá, su papá, un amigo, la escuela, algún pasatiempo. Una chica o chico.

Parpadeó varias veces con fuerza, tratando de sacarse de la cabeza la imagen de lo que había visto en la choza.

La transformación. Reiner lo había llamado así. Aunque hacía calor, sintió nuevamente un escalofrío.

Eren se recostó contra el árbol mientras esperaba a Connie. Recorrió con la vista el recinto del Área, ese nuevo espacio de alucinación donde parecía destinado a vivir. Las sombras de los muros se habían alargado notablemente, y ya trepaban por los bordes de las fachadas cubiertas de hiedra del otro lado.

Al menos, eso lo ayudó a orientarse: el edificio de madera se ubicaba en la esquina noroeste, entre las tinieblas que se oscurecían cada vez más. El bosquecillo se encontraba al suroeste.

La zona de la granja, donde todavía se veía a unos pocos trabajadores entre los cultivos, se extendía por toda la parte noreste del Área. Los animales estaban en el rincón sureste, mugiendo, aullando y cacareando.

Justo a la mitad del patio, el enorme agujero de la caja seguía abierto, como invitándolo a saltar en él e irse a su casa. Cerca de allí, unos seis metros hacia el sur, había un edificio bajo, de toscos bloques de concreto, sin ventanas y con una amenazadora puerta de hierro como única entrada. Tenía una gran manija redonda que parecía una rueda de acero, como las que hay en los submarinos. A pesar de lo que había visto hacía un rato, no sabía qué sensación era más fuerte: la curiosidad por saber qué había adentro o el miedo de descubrirlo.

Estaba por examinar las enormes aberturas en la mitad de las paredes del área, cuando llegó Connie con sandwiches, manzanas y dos vasos metálicos con agua. Una profunda sensación de consuelo se apoderó de él: no estaba totalmente solo en ese lugar.

-Marco no se mostró muy feliz al verme asaltar la cocina antes de la hora de la cena -aclaró, sentándose al lado del árbol y haciéndole una seña para que lo imitara.

Tomó un sandwich pero luego dudó al recordar la imagen espeluznante y monstruosa de lo que había visto en la choza. Sin embargo, pronto el hambre ganó la partida y le dio un gran mordisco. El maravilloso gusto del jamón, el queso y la mayonesa inundaron su paladar.

‐Ay -masculló con la boca llena-. Estaba muerto de hambre.

-Te lo dije -repuso Connie, y atacó su propio sandwich.

Después de un par de bocados, Eren por fin se atrevió a hacer la pregunta que lo estaba atormentando.

‐¿Cuál es realmente el problema del tal Erd? Ya ni siquiera tiene aspecto humano.

‐No sé -murmuró el chico distraídamente-. No lo vi.

Se dio cuenta de que el chico no era sincero, pero decidió no presionarlo.

‐Bueno, créeme, es mejor que no lo veas.

Siguió comiendo, mordisqueando una manzana, mientras analizaba las grietas profundas de los muros.

El corredor del laberinto || EreMinWhere stories live. Discover now