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¡Disfruta el capítulo!

Sami bostezo por quien sabe cuántas veces ya en el día.

Había aceptado trabajar para Even Facio.

Al siguiente día, después de su entrevista de trabajo, se presentó en la oficina y la asistente Rodríguez, quien había insistido en que solo la llamara Anaria, la llevo a recorrer los lugares que frecuentaría: el banco de leche, el hospital donde Itai recibía inmunizaciones y visitas programadas, le explico su carnet de salud, después le enseño los supermercados más cercanos, el hotel Han donde Anaria trabajaba y algunas rutas de transporte público.

Anaria había sido desbordadamente amable con ella, se turnaron para cargar y alimentar a Itai durante el recorrido, incluso la ayudo a llevar su mochila. Se sorprendió cuando Sami le dijo que eran sus únicas pertenencias. Así que Sami improviso diciéndole que le gustaba viajar con poco y que los costos por maleta en el aeropuerto le parecían excesivos.

También estaba el lugar donde viviría mientras trabajaba. El apartamento de Even era una clara indicación de las diferencias entre sus situaciones financieras.

Desde que llego a ciudad Media se había quedado en hoteles baratos antes siquiera de conseguir un lugar donde alojarse. Los ventanales, que formaban casi media pared con un balcón frente a ellos, no se comparaban con las paredes cubiertas por capas y capas de pintura beige del hotel donde se quedó por última vez.

El apartamento de Even era uno de los lugares más solitarios en los que había estado. No era ostentoso, pero si era bástate grande para una sola persona. El edificio y la ubicación en donde estaba debieron haberle costado una buena suma de dinero.

Pero lo valía, todo el concepto era abierto: la sala de estar con sus sofás de cuero, un comedor que parecía no haber sido usado en mucho tiempo y la cocina, que lo único que se veía frecuentado era la cafetera y el refrigerador.

Eso había sido hace ya dos semanas estaba por empezar su tercera semana y nada había sido tan agotador para Sami como ser la cuidadora de Itai las 24 horas del día, los siete días de la semana.

Por lo que descubrió Itai había nacido el primero de agosto y ahora estaba iniciando su tercera semana de vida. Sami siempre llevaba a Itai con ella, al banco de leche, a las citas programadas, al club de lactancia y bebés que había en la clínica de nutrición, al supermercado y era una suerte cuando conseguía bañarse en quince minutos completos.

El bebé despertaba alrededor de tres veces durante la noche y había llorado tanto durante la primera semana. Además, el médico de cabecera le insistía a Sami que lo alimentara con formula porque no subía suficientemente rápido de peso.

Ese médico claramente no había tomado su curso intensivo de lactancia materna y cero biberones.

Le dolía la cabeza peor que cuando pasaba las semanas de evaluaciones finales en la universidad, ni siquiera cuando estudiaba para sus trabajos de investigación se pasaba tantas horas sin dormir, hasta el apetito perdía.

No podía siquiera ir al baño sin pensar si el bebé estaba bien.

Lo único bueno es que estaba tan ocupada que pocas veces podía llorar por el luto y que podía ignorar esa culpa en su interior al no darle explicaciones a su tía Ana sobre su partida tan precipitada.

Luego estaba Even... bueno, él era cosa distinta.

Sus únicas interacciones habían sido, cuando él le dijo tomara una de las dos habitaciones de invitados y que podía usar lo que quisiera de la casa, y las tardes en las que volvía, cargaba a Itai por unos momentos y la saludaba por cortesía.

Con amor y buenas intencionesWhere stories live. Discover now