Capítulo 2

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Algunas semanas después, el primero de octubre de 1986, James Hetfield reposaba en su habitación, sintiendo la calidez de las sábanas que lo recubrían mientras bebía sin parar de las aparentemente interminables botellas de cerveza. El frío liquido quemaba su garganta gracias a la cantidad ingerida hasta esos momentos; su estado mental no era el mejor, de hecho, sus únicas actividades por esos días habían sido beber, dormir ya entrada la madrugada -si es que el insomnio no se lo impedía-, tocar la guitarra si se encontraba de ánimos, y escribir cartas dirigidas a un fallecido, que eran resguardadas con pudor en una hermosa caja negra con un gran moño blanco encima, destinada únicamente a dichas correspondencias que tenían como único destino la muerte.

Todos sus sentimientos y pesares se arremolinaban en su interior, atormentándolo, martirizándolo y lastimándolo hasta que por fin el sueño lo vencía, y pasadas unas horas volvía a sentirse de la misma manera. Estaba cansado, creía no poder con tal situación, no sin él. Oh, como lo extrañaba; todos los días se reprochaba mentalmente su inmadurez, su necedad al tratarse de sus más profundos sentires, aquellos que se había esforzado por guardar de todo el mundo que lo rodeaba para no ser juzgado. Aquellos que había escondido de su mejor amigo, y de los cuales no se arrepentiría nunca. Él lo amaba con todo su ser, pero nunca pudo expresarlo por el miedo a ser juzgado, y ahora que había perdido a su persona amada, únicamente le quedaba sentirse miserable e incompleto, deprimiéndose hasta que su alma se pudriera en aquello que llamaban mal de amores, en esa tristeza interminable que le causaba un inmenso malestar.

Todos esos pensamientos lastimeros se desvanecieron cuando su cansada vista fue a fijarse en el pequeño papelito que reposaba en su mesita de noche, rodeado de todas esas botellas vacías de cerveza que habían acabado con su sobriedad durante todas esas noches, llevándolo a la destrucción interna. James lo tomó con delicadeza y leyó en un susurro el nombre de su excompañero de banda. Dave le había proporcionado el número telefónico del hotel en que se estaban hospedando los miembros de Megadeth debido a la reciente gira por su segundo álbum: Peace Sells... But Who's Buying? Únicamente por si necesitaba hablar. A James le sorprendía la compasión de Mustaine al haberlo encontrado en dicho estado, tan deplorable y carente de buenas sensaciones. Le agradecía, pero ahora se sentía culpable.

Según Dave, estarían dos semanas en San Francisco antes de marcharse a la siguiente ciudad que les correspondía en su gira. Que las fechas coincidieran con el funeral de Cliff no había sido una simple casualidad, a petición de Dave, y posponiendo algunas fechas en otras ciudades, Megadeth daría una presentación adelantada en SF, que había conllevado un cambio de planes inesperado para la agrupación.

Con todo el pesar de su cansado cuerpo, James se puso en pie, dejando de lado la botella a medio acabar de cerveza; sorbió su nariz y aclaró un poco su garganta, luego, se levantó de la cama sin despegar su mirada del papel que llevaba en mano, admirando la caligrafía de Mustaine como una forma de distracción. Caminó con lentitud hasta el cuarto de baño perteneciente a su habitación de hotel, al entrar se miró al espejo. Su rostro ahora se mostraba demacrado, sus ojos inyectados en sangre eran producto del constante insomnio que lo atormentaba por las noches y los llantos silenciosos que a veces lograban aflorar. Sus labios resecos probablemente no habían tocado liquido alguno que no fuera cerveza en varios días, sus cabellos despeinados enmarcaban su rostro en un despeinado y ya crecido fleco de un color dorado opaco, mientras que el vello facial comenzaba a llenar el espacio destinado al bigote. Definitivamente se veía mal.

Suspiró con cansancio, no apartando la mirada de su desprolijo aspecto. Mojó su rostro con el agua fría, que se encargó de despejar su atormentada mente; con pereza regresó a su cama y tomó asiento en el borde de ésta, cerca de la mesita en donde se encontraba el teléfono y unas cuantas porquerías más. Tomó el auricular y se dispuso a marcar los números. No le haría mal salir un rato a tomar aire, aún si no se encontraba del mejor ánimo.

Seven Tears ~Hetstaine~Where stories live. Discover now