◆Capitulo 03◆

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A veces la suerte es para los ciegos.

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El salón real estaba tal y como lo recordaba, extenso, amplio y el dorado se adueñaba de la habitación, los grandes ventanales de colores dejaban una sombra de luz que formaba un pasillo en medio del salón que guiaba hasta el trono real. Sus ojos azules fueron al trono como imanes que encontraban su metal. El trono que una vez le perteneció a su madre, ese lugar que no debía pertenecer a nadie más que al linaje dueño. Pero ahí... ahí estaba el que ahora se hacía llamar rey.

Ese alfa de tes morena, cabello oscuro y ojos verdes tan claros como el pasto en el verano.

—Mi rey —hizo una reverencia cuando la sirvienta que lo había guiado hasta en frente del salón, goleo levemente su mano para darle la señal.

Su ropa ahora era de finas telas que se sentían como pétalos de rosas sobre su piel. Un collar demasiado lujoso colgaba de su cuello con una esmeralda en medio que brillaba por el choque de la luz con este. Las manillas de sus brazos formaban una serpiente como si se enroscara en él, eran de plata y conjugaban bien con su túnica violeta claro.

El consejo y el parlamento estaban sentados en las dos esquinas de la habitación en su pequeño palco. La mayoría de los alfas del consejo y del parlamento eran mayores. Su cabellera y sus arrugas eran la evidencia.

—Sube —ordenó el rey, levantando su brazo del trono y con la mano abierta apuntando hacía él. Eugene no tardo en acatar la orden y subió los pedestales que ya conocía bien sin ser guiado por la sirvienta que lo había traído. Sonrió y tomo la mano del rey. —Este omega desde hoy, será mi concubino. El encargado de darme un heredero.

Todos en el salón murmullaron y algunos exclamaron su sorpresa.

—¿Mi rey, acaso la criatura a su lado es el hijo del duque-?

—No —se apresuro a responder el rey antes de que el alfa del consejo terminara su pregunta. El consejo se impacto aun más. —Esta belleza —sentó a Eugene sobre su regazo. —Lo tome de las barracas.

El impacto en el salón no se hizo esperar. Eugene no bajo su cabeza.

—¿Cómo puede ser un esclavo? —se escuchó alto.

—Los tesoros siempre se encuentran en los lugares menos esperados —dijo el rey.

Las mejillas de Eugene se sonrojaron casi de inmediato. Sentía el aliento del alfa sobre su nuca. 

—Ya no pareces un cerdo de corral —susurró el rey sobre su oído. —Ahora hueles bien.

Eugene se estremeció ante aquellas palabras y por los numerosos ojos que lo miraban con entretención.

—Se lo debó, mi rey —dijo.

—Me debes mucho.

Un par de sirvientes entraron al salón y trompetas se oyeron por afuera. El par de sirvientes sacaron del canasto que traían una sabana blanca y la extendieron en medio del salón. Los ojos de Eugene se abrieron bastante al reconocer la sabana manchada de sangre. Era la misma que había estado debajo de él. Bajo la mirada hacia su mano disimuladamente vendada.

—¡Viva el rey! —gritaron a uní sonoro el parlamento y consejo al mismo tiempo. Las puertas del salón real se abrieron de a par y una extensa multitud se adentro al salón real. Era el pueblo y la nobleza.

NIMAWhere stories live. Discover now