El guardián de los infiernos:

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Estábamos en las sombras del bulevar Valencia, mirando el rótulo de letras doradas sobre el mármol negro: "ESTUDIOS DE GRABACIÓN EL OTRO BARRIO." Debajo, en las puertas de cristal, se leía: "ABOGADOS NO, VAGABUNDOS NO, VIVOS NO"

Era casi medianoche, pero el recibidor estaba bien iluminado y lleno de gente. Tras el mostrador de seguridad había un guardia con gafas de sol, porra y aspecto de tipo duro.

Me volví hacia mis amigos.

—Muy bien. ¿Recuerdan el plan?

—¿El plan?—Grover tragó saliva—. Sí. Me encanta el plan.

—¿Qué pasa si el plan no funciona?—preguntó Annabeth.

—No pienses en negativo.

—De acuerdo—dijo—. Vamos a meternos en la tierra de los muertos y no tengo que pensar en negativo.

Saqué las perlas de mi bolsillo, las tres que la nereida me había dado en Santa Monica. Si algo iba mal, no parecían de mucha ayuda.

Annabeth me puso una mano en el hombro.

—Lo siento, Percy, los nervios me traicionan. Pero tienes razón, lo conseguiremos. Todo saldrá bien.—Y le dio un codazo a Grover.

—¡Oh, claro que sí!—dijo él, asintiendo con la cabeza—. Hemos llegado hasta aquí. Encontraremos el rayo maestro y salvaremos a tu madre. Ningún problema.

Los miré agradecido, ellos dos intentaban hacerse los valientes por mí, para infundirme ánimos.

Me metí las perlas en el bolsillo.

—Vamos, acabemos rápido con esto.

Entramos a la recepción de EOB.

Una música suave de ascensor salía de altavoces ocultos. La moqueta y las paredes eran gris acero. En las esquinas había cactus como manos esqueléticas. El mobiliario era de cuero negro, y todos los asientos estaban ocupados. Había gente sentada en los sofás, de pie, mirando por las ventanas o esperando el ascensor. Nadie se movía, ni hablaba ni hacía nada. Con el rabillo del ojo los veía a todos bien pero si me centraba en alguno en particular, parecían transparentes. Veía a través de sus cuerpos.

El mostrador del guardia de seguridad era bastante alto, así que teníamos que mirarlo desde abajo.

Era un tipo negro, alto y elegante, de cabello teñido de rubio y cortado estilo militar. Llevaba gafas de sol y un traje de seda italiana a juego con su cabello. También lucia una rosa negra en la solapa bajo una tarjeta de identificación.

Ni siquiera me molesté en intentar leer el nombre, ya sabía quien era ese sujeto.

—Caronte.

Él se inclinó hacia delante desde el otro lado del mostrador. En sus gafas sólo vi mi reflejo, pero su sonrisa era dulce y fría, como la de una pitón justo antes de comerte.

—Mira qué preciosidad de muchachos tenemos aquí.—Tenía un acento extraño, británico quizá, pero también como si el inglés no fuera su lengua materna—. Y bien, ¿en qué puedo ayudaros, pequeños muertecitos?

—Queremos ir a Helhe... el inframundo—me corregí.

Caronte emitió un silbido de asombro.

—Vaya, niños, son toda una novedad.

—¿Exactamente por qué?

—Van directos al grano. Nada de gritos. Nada de "tiene que ser un error, señor Caronte".—Se nos quedó mirando—. ¿Y como murieron, pues?

El Éxodo de HérculesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora