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Han pasado al menos un año desde aquel día que te fuiste y debo decir que aunque me haya costado casi toda una vida, aun tengo la herida; pase noches en vela preguntándole a las estrellas del porque te habías ido, debo decir que era estúpido ya que nunca obtuve una respuesta a mi pregunta.

La frase "el tiempo cura las heridas" realmente es cierta, pero aún mi herida estaba abierta desde ese momento; debo decir que se abrió aún más y me ardió como no tienes idea.

Había decidido salir a despejarme; más bien, me habían obligado a ir; nos habíamos juntado mis compañeros de trabajo para ir a disfrutar de la noche; teníamos en mente que todo saldría tranquilo.

Se supone que el plan inicial era ir a un billar a jugar y pasar el rato, por eso había accedido a ir, no que iríamos a un bar a tomar.

— Lo siento chicos, pero yo no entro — dije antes de entrar.

— Vamos Yulia, no has salido con nosotros en mucho tiempo — comentó Anahí —, la noche es joven y tenemos que disfrutarla ahora que no tenemos muchas responsabilidades.

— ¿Creí que tenías un perrhijo? — pregunto Roberto con curiosidad.

— Y lo tengo, pero lo deje con su padre; también tiene que hacerse responsable de él.

Anahí tenía razón, ya había dejado de asistir a esas salidas solo por mi estado; pero hoy demostraría todo lo contrario.

Nada más entramos y nos dirigimos a la barra; comenzamos a pedir los tragos, nos terminabamos el contenido de golpe y los vasos eran rellenados tan rápido; perdí la cuenta de cuántos shots llevaba, el alcohol en mi sistema nunca hacía que me comportará, razones por las cuales me limitaba a emborracharme.

Fui a la pista y me perdí entre toda la gente, bailaba siguiendo el ritmo; en un momento me separé de mis amigos, no me fijé por dónde caminaba hasta que sentí como alguien me tomo de la muñeca y en un movimiento rápido giro mi cuerpo para quedar frente a frente.

— Hola hermosa — dijo en mi oído, su cuerpo emanaba demasiado olor a licor —, porqué tan sola ¿eh? 

— Suéltame — intenté safar mi mano, pero su agarre era más fuerte.

— Dime porque tú y yo no nos vamos de aquí — su aliento choco en mi cara y tuve que desviarla — y tendremos la mejor noche de sexo que podrías imaginar.

— Suéltame por favor.

Su otra mano fue a parar a mi cintura y el agarré fue aún más fuerte; con mi mano libre intenté alejarlo pero era imposible, aún borracho era más fuerte que yo. Un alma bondadosa hizo que el sujeto me dejara en paz al darle un golpe en la cabeza; cuando nos vimos creí que me desmayaría.

Hacía un año que no había visto a Juan Pablo.

— ¿Estás bien? — preguntaste mientras te acercabas

— Si — sisee un poco —, yo me tengo que ir.

Di media vuelta y entre empujones salí de aquel bar; no sabía si era el shock por haber sido acosada o por haberte visto, pero lo único que quería hacer era llegar a mi casa y dormir.

— Julia espera — llegaste corriendo hacia a mi lado —, te acompaño a casa.

— Villa, no es necesario.

— Andando — hiciste caso omiso y retomaste el camino.

Ninguno de los dos habló en el trayecto; supongo que te sorprendiste al ver que seguía en ese departamento; abrí la puerta y te deje pasar, tomaste asiento en el sillón.

— ¿Gustas algo de tomar? — ofrecí — ¿Agua, té o café?

— Café.

Fui a la cocina y comencé a preparar dos razas de café; mis manos temblaban que casi provocó una quemadura en mi mano con el agua caliente, estaba demasiado nerviosa por tu presencia.

"Tu puedes Julia, tranquila" me repetí unas veinte veces. 

Dejé las tazas en la mesita de centro; el silencio era incómodo y la tensión grande; solo nos limitabamos a llevar las tazas a nuestras bocas y ya. 

— Veo que cambiaste los cuadros — dijiste bajando la taza.

— Si, después de que te fuiste — titubee un poco —, arregle las cosas.

— Te quedó bien.

Y otra vez ese silencio incómodo. Nadie quiso hablar, pero yo necesitaba respuestas y este tenía que ser el momento para saberlo.

— Necesito preguntarte algo.

— Dilo.

Tome una bocanada de aire y lo expulse despacio.

— ¿Hice algo mal? — te pregunté y negaste — Entonces, ¿fue una confusión el hecho de irte y dejarme?

Pedía que fuera eso y así tener una pequeña posibilidad para que volvieras a mi; deseaba que me eligieras a mi

— Tengo una hija, Julia — soltaste y quedé muda —; la amo como no tienes idea, es la criatura más hermosa que puede existir y estoy orgulloso de ello.

— ¿Cuántos meses tiene? — susurré sintiendo un nudo en mi garganta, no me esperaba eso.

— Seis meses.

No lo podía creer; no tenías que ser un experto en matemáticas para sacar cuentas; admito que la envidiaba por haberte dado una hija, la criatura no tenía el problema y estaba fuera de juego; esto era entre ella y yo.

— ¿Las amas? — te pregunté viendo al suelo.

— Sí.

— ¿Más de lo que me amaste a mi? 

Sabía que la respuesta me dolería, pero tenía que quitarme la duda.

— Sí — respondiste después de un minuto.

Sentí un dolor en el pecho y supe que acababas de romper mi corazón en mil pedazos.

— Tienes que irte — trataba que las lágrimas no cayeran.

— Lo sé — dijiste mientras te levantabas.

Me levanté del sillón y quedamos frente a frente; no sé si fue el licor en nuestro sistema o que pero te lanzaste a mis labios; te correspondí de manera inmediata, tus labios me hicieron recordar cuánto te había extrañado.

La desesperación de los dos se hizo notar cuando guiaste tus manos debajo de mi blusa y fueron en busca del broche del sujetador; yo no me quede atrás y alcé tu camisa para quitartela, a pasos torpes y paradas de besos fuimos a la habitación.

Tu cabello desordenado te hacía ver realmente sexy a mi vista; la ropa que llevábamos puesta en esos momentos (la que no pudimos quitar en el camino) desapareció del plano en unos segundos.

Tu boca comenzó un recorrido desde mi cuello, pasando por el medio de mis pechos y pararse en mi abdomen; con la poca coherencia que me quedaba sabía que nunca lo habíamos hecho así; tu boca fue a parar a mi intimidad y puedo apostar que hasta Roma o más lejos se escucharon mis gemidos.

¿Qué si estaba mal? Lo sabía, pero nos ganaron las ganas y el deseo carnal de terminar lo que comenzamos; la excitación y el placer eran tan grandes que no solo fue una vez, perdí la cuenta de cuántas veces lo hicimos.

El cansancio nos ganó y nos quedamos dormidos, tu pecho contra mi espalda y tus brazos rodeando mi cintura.

Cuando desperté a la mañana siguiente, supe que ya no estabas a mi lado y mi corazón se volvió a romper en mil pedazos más; todo el día me la pasé llorando, pero sabía que ya era mucho sufrimiento.

Me prometí dejarte ir y eso hice; aunque me doliera, sabía que tenía que superarte de una vez porque sabía que nunca volverás a mí.

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LO QUE NOS PASÓ || JUAN PABLO VILLAMILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora