Día 1 - Primera Cita.

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Tony se vio de nuevo en el espejo y frunció el entrecejo. Se veía bien, pero sentía que no lo suficientemente bien.

Se despeinó su ya despeinado cabello y entró de nuevo al clóset para cambiarse de traje por quinta vez.

Escuchó la puerta de su habitación ser abierta, sabiendo de quién se trataba, antes de salir para verse en el espejo.

—Te ves bien —dijo Natasha, desde donde estaba acostada en su cama.

—¿Solo bien? —preguntó, indignado, listo para irse a cambiar de nuevo. Natasha sonrió.

—Stark, no importa si te vas en pijama o la ropa llena de grasa, Steve ni siquiera lo va a notar.

—Pero yo si y quiero verme perfecto.

—Steve te ve con ojos de amor, así que para él ya lo eres, deja de preocuparte.

Pero Tony no podía dejar de preocuparse. Esa iba a ser su primera cita y estaba que se lo comían los nervios. Tenía la reservación del restaurante desde hacía casi un mes, aunque solo había pasado una semana de atreverse a pedirle a Steve si tendría una cita con él. De hecho, le debía a Natasha el haberse armado de valor para hacerlo, luego de que ella le dijera que a Steve también le gustaba, pero que le daba miedo decirle algo.

—¿A dónde vas a llevarlo?

Tony respondió que sería a uno de los restaurantes más exclusivos había en Nueva York, el cual estaba en Brooklyn.

—Strike uno —dijo Natasha y Tony frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso?

Natasha le lanzó una mirada incrédula.

—Stark, esta noche de quién se trata, ¿de Steve o de ti?

—De él.

—¿Y qué en Steve Rogers te hace creer se sentirá a gusto en ir a un restaurante así de caro?

Abrió la boca para responder, pero la volvió a cerrar. Natasha tenía razón. Steve tenía el cerebro codificado en otra época y aunque se había adaptado bien a un nuevo siglo, cuando salía con Natasha y Clint a pasear por Manhattan y Brooklyn, siempre hablaban del pequeño restaurante familiar habían descubierto en sus paseos y parecía contento de comer en un lugar pequeño y cálido.

Se dejó caer en la cama a un lado de Natasha.

—Entonces, ¿qué hago? —preguntó Tony, viendo al techo.

—Y yo qué sé, suficiente con haberte ayudado a darte cuenta de lo obvio. —Natasha se puso de pie con la intención de salir—. Suerte para ti, aún tienes dos horas para pensarlo.

Soltó un suspiro enojado. No tenía idea de que hacer. Estaba perdido y si Natasha no lo había ayudado, sabía que si le hablaba a Pepper tampoco lo haría, porque quería verlo sufrir un poquito al saber estaba enamorado por primera vez en su vida.

—Si el capitán no es uno más del montón, no me hables para nada, utiliza tu inteligente cabeza para arreglarlo todo tu solito —le había dicho Pepper.

Así que estaba a la deriva.

•••

Tony salió de su habitación en dirección a la sala del piso que habitaban en la Torre, donde había quedado en verse con Steve. Había sufrido un pequeño ataque de pánico de quince minutos antes de poner en uso ese cerebro del cual se jactaba tanto y con ayuda de JARVIS había logrado formar un plan de lo que haría esa noche.

Al llegar a su destino, Steve ya estaba ahí y debía agradecer -de nuevo- la intervención de Natasha, ya que Steve estaba vestido de manera casual y Tony estaba muy seguro de que ella había tenido algo que ver en la elección de ropa, puesto que no lucía como abuelo y esa chaqueta de cuero negra le estaba dando muchas ideas a Tony.

Debía controlarse, esa noche no iba a terminar en la cama con Steve, por mucho que lo quisiera. Sabía no iba a tener tanta suerte. Y para disipar su obvio nerviosismo, silbó al estar más cerca, haciendo notar su presencia.

—Siempre he creído que tu mejor look es cuando usas el traje de Capitán América —dijo, mientras se acercaba—, me retracto, esto —señaló por completo a Steve—, es tu mejor look.

Steve soltó una risita nerviosa y bajo la mirada a su ropa. Tony notó como se lo ponían las orejas rojas.

—Nat y la señorita Potts opinaron lo mismo.

Hijas de perra. Las amaba.

Natasha se acababa de ganas nuevos juguetes para pelear contra los malos y Pepper un aumento de sueldo más unas vacaciones todo pagado al Caribe por diez días.

—Bueno, vamos, que la noche apenas empieza. —Tony ofreció su brazo a Steve, quién lo observó con duda y era entendible, pero no iba a dejar esa duda y viejos prejuicios que ya no existían (tanto) se interpusieran en su velada—. Vamos, Rogers, no me dejes así, me estoy comportando como un caballero y tú me ves como bicho raro.

Una pequeña sonrisa apareció en los labios de Steve, tomando el brazo ofrecido para ambos avanzar al elevador. Entraron en silencio, que fue roto un momento después.

—Si esto es que seas un caballero, ¿cómo habría sido si no lo fueras? —le preguntó Steve.

—Te habría palmeado el trasero —respondió Tony, con honestidad—. Aún puedo hacerlo, si eso quieres.

El rubor que ya había en Steve se hizo más notorio, extendiéndose hasta su cuello. Tragó saliva y negó con la cabeza.

—Creo que así estoy bien —murmuró—. Tal vez después.

Tony hizo un pequeño baile interno al escuchar eso.

—Debo informarte que, de acuerdo a las reglas de citas modernas, en la segunda cita debemos tener sexo.

Steve volteó a verlo, divertido.

—Buen intento, Nat y la señorita Potts ya me explicaron como funcionan las citas modernas y no es así.

Malditas desgraciadas, traidoras. Adiós a los regalos para ambas.

—Pero, lo haremos, ¿verdad? Lo de, ya sabes, tener sexo —preguntó Tony, con poca confianza.

—Supongo, todo depende de como vaya esta cita y las demás. —Steve lo miró con seriedad—. No soy un chico fácil, Stark. Quieres mi trasero, te lo tienes que ganar.

Se escuchó el ding que indicaba habían llegado a su destino y los dos salieron del elevador, con un Tony Stark que tenía la cabeza a mil por hora, pensando en qué debía hacer para poder llevarse a la cama a Steve lo antes posible. No quería terminar con las bolas azules.

 No quería terminar con las bolas azules

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