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Las grandes y gruesas cortinas rojas impiden que los últimos rayos del atardecer perturben el lugar, el alto candelabro colgado desde el techo, más las velas encendidas y situadas a los costados de la cama, son lo único que iluminan la habitación; una estela de desilusión se filtra por el gran espacio.

El cuerpo postrado del hombre agonizante se remueve incómodo, y vocifera en medio de su alucinación el nombre de su amante, en busca del consuelo que no llegará.

—¡Serafín! —grita tanto como sus cuerdas vocales le permiten. Una mujer de rostro cansado y triste ingresa a la habitación llevando en sus manos más telas mojadas que buscan aliviar el estado de su amo—. ¿Dónde está mi bello Serafín, Simone? ¿Será que Dios por fin nos ha castigado por tan perfecto amor?

—Oh, no, mi señor —responde y toma asiento junto a la cama mientras aplica la tela fresca sobre la frente del rizado, amablemente dice: —Usted envió al joven a Alemania hace unas semanas, ¿lo recuerda? Tenía que conseguir los manuscritos del joven Joseph para su próxima obra.

Las vagas imágenes de una despedida clandestina y toques inocentes le llegan a la mente como las hojas marrones que son despojadas de los árboles por la fría brisa de otoño en el exterior.

—Ahora lo recuerdo —se lamenta cerrando los ojos con pesadez—, mi mente no es la misma sin él a mi lado, Simone, y mi corazón se siente agonizante sin sus caricias. Lo he alejado y ahora me arrepiento como nunca nadie ha hecho en su vida, pero es por su bien —el tono de su voz decae un poco y su respiración se agita mientras sus ojos pican por las lágrimas que amenazan con derramarse por su enferma piel—. Lo extraño tanto, Simone, pero él no puede regresar porque ellos lo atraparían y yo no puedo permitir eso. Su destino es salvarse y el mío esperar por su retorno en una próxima vida.

La mujer a su lado cambia la tela de su frente y contempla lo que parecen ser las últimas confesiones del hombre a quién ha servido por años, una fría mano toca su muñeca en un suave agarre, que en otras circunstancias probablemente sería más fuerte, más vivo.

—Prométeme que una vez esté con Joseph permanecerá allí y no le permitirás regresar sino hasta varios meses después de mi caída, porque sé que no podría soportarlo, como yo tampoco lo haría si él estuviese postrado en nuestra cama —sus dedos ceden ante el cansancio que lo atormenta desde hace semanas y se deslizan sobre la cama, su pecho sube y baja con más fuerza y su corazón lo golpea insistente—. Necesito que continúe su camino sin mí lo más que pueda y que su futuro se asegure en el extranjero, pero para conseguirlo debo pedirte un favor.

La mujer lo mira por primera vez al rostro, sus esmeraldas ya no brillan como antes y sus preciosos rizos chocolate se encuentran extendidos y sin forma sobre su sudada piel.

Simone asiente y el hombre retoma su hablar.

—He dejado varias cartas ocultas en mi cajón principal y necesito que se las envíes cada vez qué él haga lo mismo. Son tortuosamente vagas y sin un contenido brillante, y tal vez mi amado Serafín dude de ellas en principio, pero mientras esas cartas sigan llegando a sus manos él permanecerá lejos del alcance de quienes desean lastimarnos.

—Señor, yo... —la mujer suspira consciente de lo que se le pide—. Señor, sé que no soy nadie para decirle lo que está bien o mal; porque usted es la persona más inteligente que conozco y, en mis años de serle fiel, he visto todas sus proezas, sintiéndome realmente orgullosa por poder servirle, pero esto lastimará al joven amo y su corazón se romperá cuando sepa la noticia.

—Lo sé, Simone, y me siento infinitamente avergonzado por abordar la situación de este modo, pero es la única manera que he encontrado para mantenerlo con vida —sus labios tiemblan y su nariz se arruga cuando un sollozo se libera desde lo profundo de su alma—. Yo... yo sé que ya no tengo tiempo y que lo he enviado al extranjero cuando podría estar justo aquí a mi lado, pero ¿qué sentido tendría que viese cómo la vida se me escapa por los ojos? No puedo permitir que sienta mi cuerpo sin color ni alma.

El calor en su sistema se intensifica y las telas frescas ya no pueden aplacar su fiebre, los escalofríos que lo invaden sacuden su cuerpo mientras su mandíbula tirita.

—En Alemania él tendrá la protección que sólo mi hermano puede propinarle, Joseph ha jurado que cuidará de él y quiero que tú hagas lo mismo.

La mujer asiente de manera mecanizada y lista para cumplir con lo solicitado.

—Lo haré mi señor, yo cuidaré del joven amo hasta el día en que sus almas vuelvan a estar juntas.

—Gracias, Simone, eres una buena mujer y te debo mucho por cuidar tanto de nosotros, por guardar nuestro secreto —aclara su garganta y traga con dolor—. He dejado algo para ti, pero sólo podrás hacer uso de ello cuando mi amado regrese y él te lo conceda.

La mujer se inclina y besa la mano llena de anillos del rizado, sus labios tocan la rosa de plata—. Es usted muy bueno, señor, muchas gracias.

Una sonrisa apenas creciente se apodera del rostro del hombre y sus ojos se cierran con cansancio absoluto. Entre susurros adormilados exclama:

—Hazle saber a mi Serafín que todo lo que he planificado lo he hecho por su propio bien, y que nuestro amor no morirá el día en que yo me marche de este mundo. No quiero que me odie ni que sus sentimientos cambien por mí, y sé que estoy siendo egoísta con esto último, pero debo protegernos a ambos, aunque en el proceso nos haga daño.

El eco de sus palabras se eleva y cae por los finos hilos de seda de su dosel mientras la oscuridad se cierne sobre ellos, la noche se hace presente con lentitud y llena al mundo de sombras y frío.

La gran casa se sume en silencio y lo único audible en su inmensidad son los suspiros de amor que Harry libera en sus sueños mientras piensa en el hombre de bellos ojos cerúleos que se encuentra lejos de su tacto, huyendo sin saber que una sentencia de muerte segura pesa sobre sus hombros.

La vida se consume con cada lenta respiración y profesión de amor, más promesas llenas de sentimientos que se hacen al nombre de "Serafín".

El exterior se baña poco a poco de distintos tonos rojizos y los días pasan agonizantes a la espera del final.

La mujer de cabello negro envía la primera carta tres semanas después de su juramento, con la caída de la última hoja del viejo roble del jardín.

Entre los fuertes silbidos del viento que golpea contra las ventanas —las que ahora son acompañadas por negras cortinas desde el interior del inmueble— y la nevada del siguiente mes, una respuesta llega plasmada de ilusión desde Alemania.

Los mensajes escritos con tinta y pluma van y vienen como las estaciones del siguiente año, que es cuando la última carta es enviada y la correspondencia por fin se detiene.

Un corazón se desgarra en la lejanía de donde se encuentra su otra mitad bajo tierra, y más promesas son proferidas al vacío con la esperanza de ser cumplidas en otra vida.

Los amantes nunca encuentran descanso.













The Last Sunset [l.s.]Where stories live. Discover now