47. El tono del alma

67 16 17
                                    

[Verónica]

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

[Verónica]

Tratar de sofocar el llanto es, quizás, una de las cosas más dolorosas que he experimentado alguna vez.

Claro, está en el segundo lugar de mi lista, porque el primero es definitivamente la vez en que una multitud me aplastó tanto que me dañó el nervio óptico. Es decir, eso sí fue dolor. No creo que me pase alguna vez otra cosa tan dolorosa.

El asunto es que aquí estoy, encerrada en mi cuarto, llorando muy bajito para que Giacomo, que está en la cocina preparando el almuerzo, no lo note. ¿Por qué lo estoy haciendo? Fácil. Hace como una hora Giacomo me ayudó a armar el caballete y poner el lienzo y las pinturas en orden para ponerme a pintar mientras él cocinaba, después de eso, me quedé por mi cuenta.

Sí, es cierto que he retomado la pintura desde hace tiempo, pero hay algo que no le he contado a nadie, ni siquiera a Giacomo. Desde el momento en que comencé, lento, aprendiendo de cero como si fuera una principiante, he sentido una frustración horrible que traté de ocultar con todas mis ganas. He pintado unos cuántos cuadros muy básicos de pequeñas flores o animales (me ha tomado días hacer lo que antes hacía en horas), pero hoy que me desperté determinada a volver a ser yo, a hacer lo que antes hacía y ser igual de buena en ello... he caído en la cuenta de que no puedo. Me he pasado un tiempo tratando de convencerme de que no iba a ser tan complicado, he visto muchos pintores y pintoras invidentes hacer magia con el tacto, pero hoy he descubierto que yo no soy así. No sé ni por dónde empezar y una vez que empiece estoy segura de que no sabría como continuar a partir de ahí.

Es entonces cuando he comenzado a llorar, porque me he dado cuenta de que lo que más amaba, lo que me hacía completa y feliz, se me ha escapado para siempre, jamás volveré a ser la que era antes y todo este tiempo estuve en una especie de negación al respecto.

No puedo ver. Eso duele como si fuera el primer día.

Me seco las lágrimas con las mangas de la prenda que tengo puesta y evito sorber muy fuerte por la nariz para no alertar ni a Giacomo ni a Nico. Nico hace un sonido raro cuando me escucha llorar y no quiero que se altere.

—Vero, la comida casi está... ¿Vero? —dice Giacomo, entrando por sorpresa.

Sí, creo que olvidé pedirle que la cerrara antes de irse.

—¿Ya está, tan rápido? —digo yo, aclarándome la garganta y agradeciendo que le estoy dando la espalda a la entrada.

—Así de bueno soy —presume, acercándose. Por favor, que no se acerque más—. ¿Todo bien por aquí?

—Sí, todo bien —respondo, pero la voz me sale demasiado aguda y él termina por darse cuenta.

—Vero, ¿qué pasa? —pregunta con suavidad, agachándose hasta quedar a mi altura.

Niego con la cabeza. No hay forma de que le pueda explicar esto porque no lo va a entender, nadie lo entiende. Papá y él se la pasan repitiéndome lo talentosa y especial que soy, pero si intentara explicarles que hay algo de mí que no voy a volver a recuperar y que ahora me deja congelada frente a un lienzo, no lo llegarían a comprender.

Amar a la nada ©Where stories live. Discover now