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Mientras Alex avanzaba por las calles céntricas, mirando hacia todos lados, y Gabi, espiando desde el asiento trasero del automóvil como si fuera una mascota, colaboraba aportando su opinión acerca de hacia donde ir marchando para encontrar a Julián y Amelia, sonó el celular de Alex. El tono de llamada entrante era el que viene por defecto en la versión de software del equipo que él nunca se había molestado en actualizar. Instintivamente, luego de ver en la pantalla que se trataba de Greta y disponerse a atender, Alex miró hacia todos lados, como si necesitara chequear que ella no estuviera por ahí cerca.

Para atender, utilizó una voz de galán de telenovela tan llamativa que le valió una palmada en el brazo de parte de su amigo, de esas que te reprochan ser tan payaso. Al saludar a Greta, Alex pensó durante una milésima de segundo acerca de si sería buena idea contarle a ella hacia donde estaba yendo con Gabi. Más que nada, se dijo en esa fracción de tiempo, porque no quería preocuparla. En algún lugar del inconsciente navega ese impulso de defender de las preocupaciones a una pareja en los primeros días de la relación, de mostrar una fachada de plenitud y simplicidad. Tal vez fuera por ese motivo que Alex sólo le dijo a Greta, refugiado del otro lado de la línea, que estaba rumbo a la farmacia.

Greta le dijo que no quería interrumpirlo, que hiciera sus compras tranquilo, que solamente lo había llamado para hablar de todo lo que estaba pasando con respecto a las prohibiciones de transitar por las calles. En ese momento, Greta no se animó a hablarle acerca de sus miedos, de lo tanto que la preocupaba todo el asunto de la pandemia, de lo insegura que se sentía, y de cuánto podría afectar todo eso a la relación entre ellos, que había comenzado tan poco tiempo atrás. Con una naturalidad bien fingida en el tono de su voz, pudo lidiar con la falta de aire al hablar que provocan los nervios, disimuló a la perfección el temblor inoportuno de su mandíbula, acosada por las dudas, y endulzó con un beso al aire las ultimas palabras de su despedida.

Una vez que Alex dejó el celular donde estaba, Gabi encontró su rostro, mirando el espejo del parabrisas, y le hizo un gesto de complicidad que, también, podría tomarse como de felicitación por estar con alguien como Greta, pero que Alex, acomplejado por todo el mal que había hecho en relaciones anteriores, sintió como una advertencia de que no fuera a arruinarlo a lo Alex. Los dos permanecieron en silencio, masticando las palabras que no se atrevieron a decirse. Raro en Gabi, que jamás se guardaba nada.

Al llegar a una esquina, Alex cortó el silencio preguntándole a su amigo si le parecía mejor idea girar a la izquierda, rumbo a la plaza central de la ciudad, o seguir por la calle por la que iban. Gabi lo pensó durante algunos segundos, calculando, además, la posibilidad de que en pleno centro pudiera haber un control policial para los automóviles que circulaban. Pasemos por la plaza, giremos a la izquierda, se arriesgó sin más. Podemos rodear la plaza y, así, pasar por la cafetería, que es donde Julián me dijo que estaban cuando hablé con él por teléfono, añadió Gabi seguidamente, para complementar los motivos de su decisión.

Al girar según lo planeado, una cuadra antes de pesar por la plaza, ya pudieron notar la desolación que dominaba las calles de la ciudad. Porque al adentrarse en la avenida céntrica comprobaron que por esa zona también reinaba una rara tranquilidad, un vacío al que solamente le daba movimiento algún perro a lo lejos. Al sentir tan tangible esa desolación, más que cuando salieron de su casa, Alex pensó en Greta, en la distancia que podrían haber impuesto sus palabras al evitar decirle el verdadero motivo por el cual andaba por las calles de la ciudad en el automóvil de su padre. También, pensó en cómo podría sentirse ella, qué estaría pasando realmente por su cabeza ante esa situación en la que se encontraba el mundo entero, y lo invadió una extraña sensación de temor que nunca había experimentada, una urgencia repentina por cuidar de los suyos. Y Greta era de los suyos.

Sin decírselo a Gabi, giró rumbo a la casa de Greta, decidido a pasar por ella a pesar de no saber si eso podría ser una buena idea o no. Alex, mirando con decisión hacia el asfalto que tenía enfrente, y Gabi, observándolo a él con extrañeza, no se percataron que, a media cuadra de una esquina por la que pasaron en ese momento, iban Julián y Amelia caminando, de espaldas a ellos, alejándose cada vez más del centro, en dirección perpendicular a la que se dirigían Alex y Gabi.

Una pausa más cercanaWhere stories live. Discover now