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Habían pasado ya un par de meses después de su experiencia con el multiverso, si bien había logrado pasar el examen GED, ser admitido en la universidad y estar a punto de iniciar una vida estudiantil nuevamente, se sentía extremadamente perdido.
Con justas razones, había perdido a su familia y amigos en un momento, y seguía demasiado asustado para empezar a entablar cualquier tipo de relación con nadie, por lo que se limitaba a simplemente ser amable. No podía arriesgarse nuevamente.

Al menos, esas eran sus intenciones, pero una de las desventajas de vivir en un complejo departamental como el suyo, era que obviamente obtendría vecinos, por lo que la interacción social, incluso siendo ocasional, era algo inevitable. Quizás si tuviera a un anciano alcohólico y malhumorado de vecino, sería mucho más sencillo el evitar la socialización, pero no, en su lugar la persona de al lado era una chica de su edad, que siempre le saludaba e intentaba entablar conversaciones con él. No era entrometida, pero si muy observadora, y era difícil evitar a alguien ofreciéndote una pomada de árnica para un pómulo morado. Era algo de cierta forma encantador, nunca preguntaba el cómo había pasado, pero siempre te hacía saber que te podría dar una mano si lo necesitabas.

Definitivamente, un anciano gruñón hubiera sido mucho más sencillo. Pero bueno, para ese punto ya había aceptado que su vida no era precisamente sencilla.

Un día particularmente soleado lo despertó antes de que su alarma sonara. La noche anterior había sido bastante ajetreada; deteniendo varios asaltos, un par de niños perdidos en el Central Park y una anciana que no encontraba la cafetería donde se vería con su nieta, era de esperar que esa mañana sintiera su cuerpo pesado. Sólo para agregar a la punta del pastel, las llaves de la regadera se habían estropeado nuevamente, por lo que debía tener otra sesión de ducha en el lavabo de la cocina.

Después de unos incómodos y fríos minutos de un baño de pie a mitad de la cocina, por fin pudo terminar de alistarse para sus clases. Ya con camiseta y pantalones puestos abrió el refrigerador, y suspiró al encontrarse con un cartón de leche vacío y un huevo solitario. Dio un vistazo a su alacena, y el aceite también hacía una estelar falta, y no tenía mucho ánimo para un huevo hervido.
Tomó los libros que estaba estudiando la noche anterior, los metió en su mochila y salió del apartamento. Intentó salir sin hacer mucho ruido para evitar a su casero, pero el señor Ditkovitch tenía un oído sobrehumano. La puerta frente a él se abrió y mostró a un señor de mediana edad, cabello cano y expresión aburrida.

   —¿Renta?
   —La tendré antes del fin de semana, lo prometo.—contestó Peter en voz baja.
   —Hmm, bien. Ve a estudiar muchacho —contestó el señor Ditkovitch antes de cerrar la puerta tras de sí.

Peter suspiró, y dejando caer los hombros bajó las escaleras. Salió del edificio con la cabeza baja, por lo que no se dio cuenta cuando su vecina levantó la mano para saludarlo.

   — ¡Buenos días! ¿Vas a clase?

Peter se giró para ver a su vecina de al lado, montada en una bicicleta verde dirigiendole una cálida sonrisa.

   —Si, tengo clase temprano.
   — ¿Quieres un aventón? —dijo ella señalando tras de si— también me dirijo a la universidad.
   — No es necesario, no quiero que te desvíes.
   — No me desvío, también voy a la Empire State.
   — ¿Como sabes que voy a la...?—se vio interrumpido por la chica.
   — Te cuento en el camino, ¡Vamos!

Ella señaló el inusual asiento extra detrás de ella y Peter no pudo decir no. Se subió y recargó sus pies en los diablitos de la rueda trasera.
La chica notó la duda sobre donde poner sus manos y se lo indicó.

   — Puedes tomarme de la mochila si no estás bien con los abrazos, no hay problema, solo no quiero que te caigas.

Peter asintió, y apenas agarró la mochila, su vecina puso a andar los pedales. En una extraña combinación de comodidad y engorro, Peter le dirigió la palabra en el primer semáforo.

Golden spiderWhere stories live. Discover now