Capítulo X. El trono del rey.

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- Allen Churchill -



Intenté no sorprenderme ante los inmensos pórticos que se ubicaban en la puerta principal. Vislumbre una colorida galería de columnas adosadas en la entrada de un brillante color albo. Sentí por un minuto que perdía la respiración, el culpable de mi falta de aire fue mi gran asombro, por visualizar una mansión sacada de la misma ficción.

¡Qué gran lugar! Eso fue lo que rondó mis pensamientos, y fue inevitable no soñar el cómo sería vivir en este palacete.

Examiné sus jardines atónito, para mí fue una sorpresa ver que no existía ninguna clase de sequía o algo paupérrimo. Es un desperdicio de terreno disponer de vastedad de espacio sin instalar al menos un parque de atracciones. Bueno, solo es una sugerencia. Fácilmente se puede escudriñar que este terreno sería tres veces más grande que el mismo campamento o mucho más.

Aun así, se siente bien percibir la frescura de un nostálgico aroma floral que se niega a ser descuidada por mis fosas nasales. mi sentido del olfato únicamente había encontrado tal aroma en un evocador perfume femenino, pero aquella fragancia provenía de unos girasoles con una textura rolliza, y su altura rondaba por lo menos entre los treinta centímetros.

¡¿Qué?! ¡¿Hay girasoles aquí?!

¡Hay girasoles aquí! ¡No puedo creerlo! Es increíble saber que aún existe flora así. Sin embargo, resulta difícil creer que lo exista en una época de postguerra.

Es inaudito, ahora estoy muy emocionado. No tenía permitido alejarme del grupo, pero quería sentir por un segundo la fertilidad que tenían los suelos del jardín, gozar con anhelo sus pequeños pétalos que se encontraban buscando la dirección de nuestro Sol. Mis ojos encontraron un bello poema al apreciar su tallo semileñoso e híspido. Las hierbas finas me arrebataron el suspiro no sólo por su color verde naturaleza y amarillo de respiro.

Sus jardines me arrebataron el aliento, porque ello me hace recordar mi antiguo hogar en Garden Street...

Mi mente no para de asimilar la alegría soñadora en las comidas hechas con el cariño de mamá, acompañadas de aquellos girasoles que una generosa mujer tenía en el centro de su mesa. Es una lástima que no existe alguna fotografía del magnífico jarrón que papá le obsequió en el día de su cumpleaños, junto con las encantadoras y carismáticas flores amarillas. Supongo que es mejor recordar a mi familia de esa forma, aunque Drake me ha convencido de que mis padres nunca me abandonaron por mera crudeza junto a Jack cuando los bombardeos iniciaron. Me paraliza pensar que mis propios padres hayan decidido dejarme a mi suerte con una barriga hambrienta; unas cuatro paredes casi a derrumbarse, un solo cambio de ropa y un pobre niño con las mejillas ensuciadas de pólvora.

Sí... Es mejor recordarlos de aquella manera donde no existía desgracia.

A pesar de ello, he pensado en la posibilidad de que el dueño me ofrezca vivir en este inverosímil lugar, sin penas ni vergüenzas, aceptaría su oferta. ¡Su imperio es tan colosal! No se parece a lo extenso que puede ser el campamento. Y obviamente es mucho mejor que la pequeña pila de troncos que dice ser mi cabaña en Peace Hill.

Si existe otra razón para quedarme aquí, mencionaría entusiasta el santuario donde crece felizmente la flor que sin importar los días nublados y lo oculto que puede encontrarse nuestro gran celeste, sigue buscando cada rayo que nos ofrece la gran estrella que ilumina los cielos de sangre, esto para mantenerse vigente en nuestras tierras. Porque así es la vida de una bella flor.

La vida de una alegre girasol.

-¡Qué enorme es esto! ¡Nada que ver con el campamento! ¡Miren, todo está muy ordenado y casi hecho a la perfección! -absorto, una expresión tierna rondó su rostro al registrar cada minúsculo detalle de la mansión. Sus ojos brillaron como la intensidad del cerúleo. Drake reflejaba un cálido brillo en sus luceros. Sus luceros azules me recuerdan a los de un niño pequeño.

The Last Sun In The World II: Hell (En pausa)Where stories live. Discover now