7. ¿Qué quieres James?

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OLIVIA

Luego del almuerzo que preparó Abigail, carne asada, patatas fritas, verduras y pudín Yorkshire, una de mis comidas favoritas cuando venía a visitar, se lo agradecí porque me sentía en casa.

— No se me olvida que siempre me lo pedías pequeña — la miro y sonrio.

— Gracias tía, en verdad que tus comidas las extrañe mucho. — digo saboreando con gusto.

Abigail es de las pocas de las madres que conozco que ella misma cocina en su casa, todas tienen cocineros y ayudantes que se encargan de la comida en su hogar.

En Londres, me tocaba hacer mi comida a veces y no podría nunca hacer algo bueno, Ava si lo hacía, le encantaba, y era la que se encargaba de hacerlo cuando me visitaba.

— Trate de cocinar a veces en Londres y era un desastre — digo y todos ríen.

— Olivia tranquila, que Abigail te puede enseñarte — dice Paul — ¿no cariño?

— Claro que te enseñaré — dice ella y me sonríe — podemos hacerle la comida que le gusta a James — le guiña el ojo a su hijo.

James come en silencio.

— Y a mi también — reclama Paul — James no es el único que debe consentir en esta casa.

— Deja los celos, amor — rie Abigail — Olivia debe consentir a James y yo le enseñaré.

El comentario hizo que James se ahogara y yo los miraba extrañados.

¿Consentirlo? a ¿James? que ¿carajos?

— Mamá, deja a Olivia que decida que quiere aprender — dice él y sigue con su comida.

— Bueno, no soy buena en la cocina, dudo que pueda aprender mucho — digo y Abigail me miró sonriendo.

— Eres inteligente, y la cocina es mucho amor, así que si quieres hacer algo para alguien que amas todo te sale rico — su mirada se cruzan con James y luego con la mía.

No sé qué se traen los Harrison conmigo, y todo el comentarios de cocinarle a James me hace pensar que piensan emparentarse con él, y no lo harán.

No está en mi mente algo así.

Solo estoy siendo cortés con él, para estar alejada de mi casa y de la arpía de Lauren, solo eso. — pienso

Luego de la comida empezó a llover, así que una salida al jardín de mi tía Adigail, quedó para otra visita, adoro sus flores, su entrada a la casa está llena de verbenas de muchos colores, me gustaba cuidarla cuando venía de visita.

James me llevó a la biblioteca de tío Paul, ahi tambien pasaba un buen tiempo, sus colección de libros de cuentos me fascinaba

Recorro los libreros y con fascinación los miro, saco un libro: El tigre que vino a tomar el té, de Judith Kerr, amaba ver las ilustraciones de los libros. Voy y saco otro: Adivina cuánto te quiero (Sam Mcbratney) abrí el libro y sin querer me puse a llorar.

Ese cuento me hacía pensar en mi padre, todo lo que hacía para demostrarle que yo lo quería más que su nueva esposa.

James me miró y fue hasta donde estaba, me abrazó, lloré en sus brazos y luego me sentí tonta.

— Lo siento — le digo y me aparto.

Colocó el libro en su lugar y fui al sofá. Suspiro y trato de calmarme.

— Así que trabajas con papá, ¿no? — le digo para cambiar el tema de mi estupido episodio.

— Si — me dice y lo veo ir al librero y sacar un cuento y lo pone en mi regazo — Este es mi favorito — lo tomo, es El muñeco de nieve, de Raymond Brigg., sonrió por que es un cuento muy lindo que usa mucho la imaginación, solo son ilustraciones no tiene diálogos.

La Pequeña HerederaWhere stories live. Discover now