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Ni su familia, ni sus amigos, se habrían imaginado ni por un segundo que la proposición de matrimonio ocurriría en un ascensor averiado, sin embargo, poco se sorprendieron cuando Luisita y Amelia contaron todo lo que aconteció aquella mañana en Barcelona, y la frustración que sintieron cuando miraron la hora en el reloj y asumieron que el vuelo a París ya había despegado sin ellas. Y es que cualquier persona que las conociera sabía que nada las detendría, porque cuando esas dos tenían algo en mente iban a por ello sin importar los obstáculos que pudieran encontrarse en el camino, ambas eran así, imparables, a pesar de ser muy diferentes, y ese era un punto que tenían en común y que estando juntas se potenciaba. La sorpresa que si se llevaron los Gómez fue cuando la rubia les contó que Amelia también tenía un anillo, y que pensaba pedirle matrimonio a los pies de la torre Eiffel, la misma sorpresa que se llevaron Alicia y Devoción cuando la morena les contó los planes de Luisita. La conexión que tenían era fuerte, y su entorno era incluso hasta más consciente de eso que ellas mismas. La vuelta a la rutina luego de aquellos días de descanso, que para nada salieron como esperaban, fue diferente. Ahora, cada una en sus respectivos trabajos, cada tanto miraba su mano, y el brillo de la piedra que adornaba su dedo anular izquierdo les recordaba el futuro que venía. A Luisita poco le gustaba la galería en la que se desempeñaba como curadora de arte, pero ver ese anillo la evadía de aquella realidad y le recordaba que valía la pena el sacrificio, al fin y al cabo, parte de ese sueldo iría a un fondo común para los gastos de la boda, y desde pequeña había soñado con una. Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos, era su supervisora, y traía en su mano el teléfono.

- Luisa, tienes una llamada de una tal Clara Hernández – dijo la mujer – Que sea rápido, te necesito en el primer piso en diez minutos –

La rubia asintió y tomó el teléfono. No podía evitar el desconcierto, Clara Hernández había sido su profesora de pintura cuando era pequeña, su primera profesora de hecho, y la recordaba con mucho cariño porque en parte, gracias a ella, había descubierto su vocación, pero hacía años que no sabía nada de su vida, desde que se había mudado a Barcelona para estudiar en la UAB.

- ¿Hola? ¿Clara? – preguntó con algo de desconfianza

- ¿Luisa Gómez? – preguntó la mujer del otro lado intentando confirmar si había dado con la persona correcta

- Sí, soy yo, ¿cómo estás? Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo sabías que trabajo aquí? – respondió la rubia intrigada

- He ido al restaurante de tu familia y lo he averiguado, por cierto, felicidades, que me han dicho que te has comprometido –

En el rostro de la rubia se dibujó una amplia sonrisa. – Si, gracias Clara –

- Mira, te lo suelto rápido para no ocuparte tiempo, me he puesto en contacto contigo porque un buen amigo mío que trabaja en el Museo de Málaga me ha comentado que están buscando referencias para un puesto a cubrir de galerista, es un puesto importante, ya sabes, son muchas las colecciones que hay en ese museo y hasta conservan piezas arqueológicas, en fin, que recordé que has estudiado en Barcelona, por eso he ido al restaurante de tu familia para contactarte, porque de seguro tienes altas posibilidades allí Luisita, de todos mis alumnos has sido la única que se formó en esa universidad, ¡imagínate mi alegría cuando me enteré que vives en Málaga! Tendrás que estudiar y perfeccionarte pero estoy segura que puedes conseguirlo, si me dices que aceptas, coordinaré una entrevista para la semana que viene, piénsatelo -

Luisita se quedó atónita y congelada en su sitio. Había visitado el Museo de Málaga varias veces y trabajar allí le parecía un sueño inalcanzable. – Claro, si, por supuesto, perdona Clara es que no me lo puedo creer – dijo soltando una pequeña risa que denotaba los nervios y la emoción – Cuando tú me digas estaré allí, no tengo que pensármelo -

Te amaré por siempreWhere stories live. Discover now