MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO

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MEJOR SOLO QUE MAL ACOMPAÑADO

Madison no podía estar más agradecida con la vida. Al día siguiente corrió al piso de esa estirada señora de moño alto que, tras contar el dinero meticulosamente, asintió y se apartó de la puerta del que sería, por fin, su nuevo hogar. 

Las clases con Teo volvieron a formar parte de su rutina convirtiendose en el mejor momento del día. Aunque el trabajo en el pub tampoco estaba mal porque le mantenía la mente ocupada por las tardes dejando a un lado la incertidumbre de que horrible tarea estaría relizando Samael.

Pronto llega el viernes y nunca la jornada de trabajo se le había hecho tan larga. No puede pensar otra cosa que en ese lindo vestido que ha comprado arriesgando sus ahorros y que tiene guardado en su mochila. 

Por eso, en cuanto ha limpiado las últimas mesas y ha echado al señor borracho que dormía babeando sobre la barra, corre a los vestuarios y extiende con cuidado su nueva adquisición.

Se trata de un vestido sencillo, tampoco de una tienda muy costosa o adornada con joyas, es verde y corto y, siguiendo sus gustos, ajustado en el pecho pero de vuelo a partir de la cintura.

Sonríe solo de imaginarselo puesto.

El frío de la noche le azota el rostro al salir y la piel de los brazos se le pone de gallina. Los últimos rayos de sol han desaparecido por el orizonte dejando unos preciosos tonos anaranjados y rojizos decorando el cielo.

Sin embargo no se queja porque, a pesar de no llevar la chaqueta puesta, quiere que Samael la vea con el lindo vestido.

Es ridículo. Esa sensación de interponer estupideces a ti mismo por otra persona. Irracional. Pero es lo único que quiere hacer ahora mismo, ahí sentada, sobre el duro banco en la puerta del local.
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Las ruedas de la furgoneta deslizándose entre la gravilla son el único sonido que, aquel anochecer oscuro, perturba la paz del bosque. Los últimos rayos de sol desaparecen entre la espesa arboleda y, justo cuando el motor se apaga, un búho canta desde alguna rama no muy lejana dandole a todo un aspecto más tétrico.

Samael baja del coche con paso decidido. No puede evitar estar un poco preocupado, pero no por el trabajo en sí, si no porque este encargo de última hora, que sospecha que su padre le ha mandado a conciencia, le retrasa un poco en sus planes con Madison.

No ha podido dejar de pensar en su quedada desde aquella vergonzosa nota en el pub. ¿Que estaba pensando? ¿Desde cuando no es capaz de decir algo tan simple a la cara?

Se conforma con autocombencerse de que su Mad no habría aceptado el dinero de otra forma.

No la había visto desde entonces y moría por estar junto a ella y escucharla hablar sin parar sobre el piso con esa característica energía suya. O solo estar callados observandose. 

Sentirse orgulloso del bien que le hacía a aquella menuda chica. Y para que mentir. Tambien se muere por uno que otro beso.

Tiene planeado llevarla a un conocido restaurante que, aunque no muy lujoso porque sabe que Madison se siente incomoda ante lo material, tiene los mejores tacos de toda la ciudad. Un ambiente alegre y relajado que seguro que les hace pasar un buen rato.

Sonríe mientras se aleja unos pasos hacia la profundidad del bosque.

Se supone que es una tarea sencilla. Justo media hora para poder pisar el acelerador hasta la puerta de ese roñoso local.

El clic de una docena de pistolas le hace saber que eso no va a ocurrir así.

Funce el ceño tenso y aprieta los puños con rabia cuando localiza a los doce hombres armados rodeandole con descaro. Vestidos de negro casi en su totalidad para un mejor camuflaje y armados hasta los dientes disfuestos a todo. Osando amenazar al príncipe de las Tinieblas en una misma aquella noche.

Sin embargo también se compadece. Sólo hombres cumpliendo órdenes. Sólo peones de su padre para otro entrenamiento sorpresa... Que le haría llegar tarde.

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"Cinco minutos más" se repite a si misma de nuevo tratando de buscar calor y consuelo en la tela calentita de su jersey que ya ha desistido de no ponerse. Tampoco se trataba de coger una hipotermia.

El hipotiroidismo tampoco le ayuda. Los dientes le castañean y las manos le tiemblan mientras trata de mantenerse firme y no derrumbarse ahí mismo. Reteniendo las gruesas lágrimas que amenazan con salir. 

Un nudo le aprieta la garganta mientras miles de voces hacen eco en su cabeza. Preguntas que la atosigan. La preocupación crece en ella cuanto más corre el reloj. Horribles imagenes sangrientas entre ellas. ¿Que le habrá pasado? ¿Que excusa tendrá?

Ya ningún atardecer le entretiene. La noche es tan oscura que apenas se ve al otro lado de la calle. Si no fuera por la precaria farola que tintinea arritmicamente de vez en cuando no podría ni verse a si misma. 

"Cinco minutos más" Ya ha perdido la cuenta de cuántas veces lo ha repetido.

8:00, 8:30, 9:00, 10:00...
Cuando el reloj marca las once menos cuarto Madison se levanta como un resorte.

No más minutos.

Una mezcla de preocupación por el chico y enfado con él la guía como alma en pena por las ya oscuras calles en dirección a su cama donde planea pasar el resto de la noche... sola.
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El coche derrapa por las calles del mal barrio como un tanque dispuesto a derribarlo todo.

Las pocas personas que se encuentran por alguna esquina se apartan, demasiado acostumbrados a los sucesos pocos combencionales a altas horas de la noche por aquel barrio.

"Un coche bomba" "Una persecución" "Un tiroteo" Piensan algunos. Nada de eso. Solo un hombre enamorado, aunque eso pueda ser mucho peor. 

Agobiado y preocupado hasta la médula Lucifer aprieta el volante con fuerza como si eso pudiese hacerle ganar más velocidad. Su corazón martillea contra su pecho en parte por la adrenalina, en parte por lo exausto que le ha dejado el entrenamiento. 

El reloj da las once y media cuando el coche frena con violencia dejando marcas sobre el asfalto. Los ojos del moreno se clavan sobre el banco de piedra junto a la oscura puerta del local. Vacío.

Era de esperarse. No sabe como pretendía que estubiese todavía ahí parada. Casi cuatro horas después de su hora de quedada. Irse era lo mejor para ella. Imaginarla congelandose y sola en un barrio tan peligroso solo le hace sentirse peor. 

- Mierda. Mierda. ¡Mierda! - Samael grita al cielo con un nudo en el pecho.  

Debe encontrarla. Siente la necesidad de correr a su casa y aporrear la puerta hasta que abra. De explicarle por que la ha dejado tirada y jurarle que no se repetirá. A penas recuerda donde está su nuevo apartamento, pero eso no va a ser un impedimento. Puerta a puerta hasta que de con la correcta. Cueste lo que cueste. 

Está dispuesto a ello cuando el telefono vibra en su bolsillo. Frustrado saca el dichoso aparato fijando la vista en su odiosa pantalla casi como si e'l fuera el responsable de todos sus problemas.

"Reunión en mi oficina. URGENTE." 

Suelta un suspiro cansado antes de volver a su gesto inexpresivo. Como si de una máquina se tratase se monta en el coche dispuesto a volver a su mansión que ya empieza a parecerse a una carcel. 

Bajo la mirada de la mafiaWhere stories live. Discover now